"Acepto que me llamen mito: suena bien"
No es una enfermedad, pero suena como si lo fuera. "Yo ya estoy en la etapa de los alcoholómanos", sonríe Emiliano Rodríguez -12 Ligas y cuatro Copas de Europa con el Madrid de balonces-to-, "que son los que ya lo han bebido todo". Emiliano, simplemente "maestro" en el restaurante Qüenco, justifica así su agua con gas, que inaugura matizando un piropo de la camarera. "No soy el cliente más importante. Sí el más alto", le dice desde sus 185 centímetros. Emiliano come bien. A gusto y con satisfacción teñida de preocupación por el exceso y el colesterol. Admite su inquietud por su hija, recién operada en el hospital. Y recuerda sus años de gloria deportiva, sus trabajos en el mundo de la ingeniería y la construcción, su tiempo como concejal de la UCD y sus aventuras en la Rusia soviética.
El baloncestista evoca la aventura de jugar en Moscú en pleno franquismo
"Hay un paréntesis en mi vida que suelo recordar como vacaciones sabáticas", dice Emiliano (San Feliz de Torío, León, 1937), que ahora anda montando una planta embotelladora de agua mineral. "Fue cuando me dediqué a la política. Profesionalmente, me olvidé de todo y me dediqué al Ayuntamiento de Pozuelo y a la Diputación de Madrid con la UCD. Fuimos una generación que llegó a la política con un componente de ingenuidad y una gran vocación de servicio. Hicimos una buena labor. Luego nació Alianza Popular, no hicimos una lista única y...".
Cada uno pide su plato. Al traer los primeros, el camarero pregunta si son para compartir. Emiliano, que no nada diariamente, como le ha mandado el médico, y que necesita trabajar porque no ha tenido "la fortuna de vivir de las rentas", se adelanta. "¡Pues hombre, somos amigos! ¡No hay ningún problema!". Luego recuerda sus tiempos de jugador. Son tiempos gloriosos. Triunfales. Tiempos de Copas de Europa, del primer viaje de un equipo español a la Rusia soviética, en los años sesenta, y de un grito que le dio un buen susto. "Tenía prevista mi boda el 5 de agosto y jugamos en Moscú el 30 de julio", recuerda. "Perdimos por la misma diferencia que habíamos ganado en Madrid y hubo que quedarse para el desempate. Habían acudido una serie de repatriados de la Guerra Civil, que habían llegado allí siendo niños. Al terminar, Matías Prats cerró la retransmisión con el '¡Viva Franco y viva España!'. Don Santiago [Bernabéu] se asustó mucho. Pensó que se podía originar algún conflicto. Felizmente no pasó nada. Ya había retrasado mi boda un mes...", añade. "Los jugadores rusos nos ofrecían cambiar camisetas por rublos. Luego, polos por 20 discos de música clásica. Pronto descubrimos el caviar y ellos los dólares. El baloncesto era un medio, no un fin. Todos los de mi generación tenemos carrera. Yo, Ingeniería Técnica. No era el dinero de ahora".
Al final, tuvieron razón en el restaurante. Al llegar, Emiliano regateó varias sillas con sus maltrechas articulaciones, se sentó, habló sobre etiquetas -"Acepto que me llamen mito porque suena bien"- y avisó de que era hombre "de buen comer". Luego, pidió níscalos, rape y helado de un tirón, y recibió la aprobación de la camarera en forma de aviso al acompañante: "Hoy vas a aprender con el maestro".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.