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El Inter de HH, de Madrid al cielo entre abucheos

El conjunto de Helenio Herrera logró la Intercontinental de 1964 en el Bernabéu en un desempate ante Independiente

<CW-2>La alineación del Inter de Helenio Herrera el la final de la Intercontinental de 1964 ante Independiente. Arriba (de izquierda a derecha): Sarti, Guarneri, Facchetti, Malatrasi, Tagnin y Picchi. Abajo (de izquierda a derecha): Corso, Milani, Domenghini, Peiró y Luis Suárez.
La alineación del Inter de Helenio Herrera el la final de la Intercontinental de 1964 ante Independiente. Arriba (de izquierda a derecha): Sarti, Guarneri, Facchetti, Malatrasi, Tagnin y Picchi. Abajo (de izquierda a derecha): Corso, Milani, Domenghini, Peiró y Luis Suárez.

En septiembre de 1964 el Inter jugó en los dos campos de Madrid. El 3 en el Metropolitano, camino de Buenos Aires, para jugar la ida de la final Intercontinental. El 26, en el Bernabéu, desempate de la misma. Fueron sendos sucesos polémicos. Entrenador y alma mater era el genial y polémico Helenio Herrera, que había dirigido en España al Atlético, al Sevilla y al Barça, entre otros. En mayo le había ganado al Madrid la final de la Copa de Europa, en Viena. Todo un drama para el madridismo, porque significó la salida de Di Stéfano.

En la Intercontinental, el Independiente ganó 1-0 la ida y el Inter 2-0 la vuelta. Contaban los puntos, no los goles, así que había de resolverse el título en desempate. Pero si este acaba empatado el título se decidiría por la suma de goles los partidos previos.

Herrera quiso ser simpático a su llegada al aeropuerto, pero estaba en terreno enemigo. Su visita al Metropolitano (2-2) acabó a palos, cosa rara en los amistosos, y eso que el Inter acaba de fichar del Torino a Peiró, queridísimo por la afición atlética. En cuanto al madridismo, le veía como el Anticristo ya desde su paso por el Barça, más ahora, tras provocar la caída de Di Stéfano. Sus declaraciones levantaban sarpullidos.

La ciudad estaba con el Independiente, que además se esmeró ofreciendo una copa de agasajo a la Federación, el Madrid y los periodistas. El mismo día a HH le tocó visitar el Museo del Prado en una circunstancia casi cómica. Un directivo del Inter le dijo que “ya que usted vivió en Madrid conocerá bien el Museo del Prado, busque un rato y me lleva”. Para Helenio Herrera el mundo se reducía a un campo de fútbol y dos porterías; lo demás eran alrededores. Nunca había ido al Museo del Prado, pero se vio atrapado.

Concertaron la cita y el director les esperó en la puerta, todo obsequiosidad.

—¿Cuánto tiempo tienen? Habría que escoger bien qué desean ver.

A Herrera sólo le vino algo a la mente:

—Cristos.

El director les llevó a la Sala Velázquez. Herrera, al ver que el Cristo tenía los pies clavados por separado y no con un solo clavo, como en los crucifijos que conocía, protestó y utilizó el pretexto para irse apresuradamente, ante la confusión de sus acompañantes.

Mientras, la ciudad bullía con la expectativa del partido, que trajo más de 150 periodistas. El Madrid tuvo que multiplicar el número de cabinas de radio ante 18 solicitudes entre italianas y argentinas. Números descomunales para la época. La taquilla iba muy bien hasta que se decidió televisar el partido, lo que eliminó las colas. Los dos clubs protestaron porque vieron que perderían taquilla, pues el contrato no establecía ningún pago extra por televisión. En el futuro, el anuncio de la transmisión de partidos se haría con frecuencia la víspera o incluso el mismo día del choque.

Arbitró Ortiz de Mendibil. El público madrileño conocía bien al Inter, cuya perla era Luis Suárez, jugador del Barça hasta tres años antes. Eran casi los mismos que habían ganado al Madrid en Viena, aunque con la falta de tres titulares: Burgnich, Mazzola y Jair, y la ya citada incorporación de Peiró. Jugaron de blanco, con una doble franja negra y azul sobre el pecho. En el Independiente jugaba de portero Santoro, tiempo después jugador del Hércules.

Llovió y asistimos unas 40.000 personas. El Inter, como siempre o más que nunca, jugó atrás. En la grada se comentaba maliciosamente que pretendía mantener el 0-0 hasta el fin de la prórroga y hacer valer su 2-0 frente al 1-0 de Avellaneda. El primer tiempo fue muy malo. En el segundo, el Independiente jugó mejor y el público se volcó con él, pero las ocasiones se escaparon y su único gol lo anuló Ortiz de Mendibil por fuera de juego. Hubo prórroga y en el 108 marcó Corso, en un contraataque, ante el desencanto general.

El pitido final fue acogido con un gran abucheo, que arreció cuando el Inter alzó la copa. Unos cuantos hinchas nacionales salieron a sacar a hombros a Ortiz de Mendibil, como para hacer ver que lo mejor lo había puesto el árbitro español.

Para HH fue la consagración. Luis Suárez completó ese año un triplete bárbaro: Eurocopa con España, Copa de Europa e Intercontinental con el Inter, siempre como eje del juego. Pero no le dieron el Balón de Oro, quizá porque ya lo había ganado en 1960. Fue segundo, tras Denis Law. Amancio fue tercero.

Aquel Inter fue un gran equipo, que el año siguiente repetiría Copa de Europa e Intercontinental. Pero aquí no lo queríamos ni en pintura.


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