Koeman, ‘cruyffcificado’
Al técnico del Barça siempre le ocupó más ganar que jugar, de manera que cuando empata o pierde es carne de cañón para los que tienen prisa
A Koeman ya solo le falta dimitir como un acto de servicio más al club después de pedir perdón en la sala de prensa del Camp Nou. “Si no me entendéis, perdonar; la culpa es mía”, concluyó el técnico después de intentar explicar el partido ante el Granada. Incluso acuñó una expresión para la posteridad que agranda definitivamente su distanciamiento con la ortodoxia cruyffista que representa Laporta. El “tiqui-taqui” dará mucho juego mientras siga el entrenador, indultado por el presidente, que necesita tiempo para dar con un sustituto que no sea provisional sino que se avenga a liderar el proyecto deportivo del Barça.
Al entrenador neerlandés nunca le dará un ataque de estilo y difícilmente se convertirá en un estratega táctico porque siempre fue un posibilista, consecuente al fin y al cabo con su condición de héroe de Wembley por el gol que marcó de falta contra la Sampdoria. A Koeman siempre le ocupó más ganar que jugar, de manera que cuando empata o pierde es carne de cañón para los que tienen prisa y temen que si no se actúa la crisis pase del banquillo al palco del Camp Nou. La actuación azulgrana del lunes fue no solo reprobable sino contraria a la cultura futbolística y a la grandeza que se supone de un club como el Barcelona.
La duda está por tanto en saber si se podía haber jugado de una manera diferente de la del pelotazo en el supuesto de que se hubiera olvidado de un marcador tan exigente como el del estadio del Barça. Koeman respondió que con la actual plantilla difícilmente se puede competir mejor, afirmación que compartió Piqué, uno de los capitanes, después del 0-3 contra el Bayern. El argumento sonaría a coartada si no fuera porque se desconocen los límites y las posibilidades del equipo y hasta qué punto es aplicable un plan futbolístico consecuente con la historia triunfal del Barça después de la quiebra económica y deportiva provocada por Bartomeu.
La cuestión es muy opinable y puede que Koeman no sea el técnico idóneo para el Barça que pretende Laporta. El problema es que el asunto se ha convertido en un mano a mano que delata la falta de estructura deportiva de la entidad después de que el director de fútbol, Mateo Alemany, y el secretario técnico, Ramon Planes, se tengan que ocupar más de administrar la miseria que de planificar el futuro de acuerdo con las instrucciones económicas que marca el CEO, Ferrán Reverter, y los avaladores que capitanea Eduard Romeu. Ya no alcanza con ilusionar e invocar a Cruyff sino que hay que saber explicar en qué consiste el cruyffismo sin Cruyff.
Aunque sabe dónde quiere llegar, el presidente desconoce cómo y con quien, atado de pies y manos económicamente por una multitud y solo deportivamente, hipotecado por la salida inesperada de Messi. La desastrosa herencia recibida no solo debe servir para justificar la obra de Laporta, contraria a su declaración electoral, sino también para entender a Koeman. Ocurre que el relato llega contaminado porque muchos amigos del presidente también eran amigos de Koeman y de Messi. La división envenena el debate y convierte la continuidad del entrenador en un tema nuclear porque no solo afecta al equipo sino al club por el maltrato dispensado a Koeman ante la complacencia de una plantilla que envejece muy mal por una parte y por la otra crece prematuramente ante la insustancialidad de la clase media (Ter Stegen, Coutinho, De Jong).
A Koeman se le puede poner y quitar de la misma manera que se le debe respetar y no desacreditar por su servicio a la entidad con independencia del presidente y del momento del Barça. El club desprecia a menudo su patrimonio futbolístico y digiere mal el adiós de sus figuras: la vida sin Messi se presenta tan dura como el postcruyffismo y la deskubalización que diría Vázquez Montalbán. La desafección compite hoy con la división en un barcelonismo espantado por la improvisación después de ser retratado en Europa y negado en LaLiga. A Koeman no le da vergüenza admitirlo; Laporta no se lo puede permitir.
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