_
_
_
_
_

El Tour de Francia asesino sigue sumando víctimas

Caídas de muchos corredores, incluidos Thomas y Roglic, que pierden tiempo, en una etapa disputada a más de 45 por hora por carreteras imposibles y terminada en un sprint para Merlier

Carlos Arribas
Tour de Francia
Primoz Roglic cruza la meta con el maillot roto por la caída.BENOIT TESSIER (Reuters)

Jonathan Castroviejo, vizcaíno, es un ingeniero del tiempo, y un obrero, como cantaba Celaya, una mente hecha de pedaladas, minutos, segundos y décimas, que guía a Egan en el Giro, la vida en rosa y espuma de prosecco rosé, que espera a Geraint Thomas, le tranquiliza, le da alimento, le marca el ritmo, le arropa. Thomas, galés, es un torero tremendista, que se cae en la travesía de La Trinidad del Mar junto al habitual pánzer Tony Martin, el limador, sobre el suelo mojado, asfalto bretón traicionero, y nubes negras en el cielo, y en el suelo, sobre un charco tumbado gime, le duele un hombro, que se ha dislocado y los médicos, en caliente, rehacen la articulación. Cuando, más joven, hacía de Castroviejo para Chris Froome, Thomas era ya uno que se caía a menudo –vive sin bazo desde los 18 años, que se lo extirparon tras otra caída--, pero entonces no se quejaba ni lloraba por un hueso dañado sino porque con los trastazos se le perdían sus gafas de montura blanca de la suerte, dolor de fetichista.

Más información
Un ‘show’ a 80 kilómetros por hora y sin protección
El prodigioso Evenepoel sale malherido de una tremenda caída

A los 35 años Thomas, ganador de un Tour de Francia, favorito para este, ya necesita gregarios enfermeros a su lado, y medio pelotón también, los jóvenes y los viejos, condenado a caídas variadas y horrorosas, y, como todo el mundo anunciaba desde hace días, inevitables, y sin necesidad de nietecitas con cartones. Se cae Thomas y casi al final se cae Primoz Roglic, el gran favorito, se cae Superman y se caen los sprinters, Démare, Sagan, Caleb Ewan, conductores de vehículos que alcanzan una velocidad que no pueden controlar. Se caen gregarios y se caen figuras. Y el asfalto es rojo. La marca de un Tour asesino. No se cae Mathieu van der Poel, blanca dentadura, blanca sonrisa amplia, ojos claros, juguetones, inmune a los percances, maillot amarillo que brilla a falta de dos kilómetros cuando tira al frente del pelotón ya reducido para lanzar a su compañero Tim Merlier, el sprinter desconocido que ganó una etapa en el Giro y gana también en Pontivy, junto al castillo como de hadas de Josselin. “Me puse delante para ir más seguro y para ayudar a Merlier”, reconoce el nieto de Poulidor, luz que ilumina la negrura del día, al que le duelen las caídas, fruto, dice, de la excesiva velocidad y del mal recorrido. Lo dicen todos.

Los corredores lo habían advertido, y en la salida se lo decían unos a otros en el chat de la CPA, su sindicato. “Ese final es criminal, va a haber caídas, va a ser horroroso”, advertía Imanol Erviti, obrero del Movistar. “Hemos pedido que la regla de los tres kilómetros [no se contabiliza el tiempo perdido por caídas o averías] se amplíe hasta los últimos ocho, porque hay unos descensos muy peligrosos, y así los que disputan la general no tienen que pelear por el espacio con los sprinters. No nos han hecho caso”. El choque es tremendo.

Roglic, de los de la general, llega a 50 por hora con su Jumbo en pleno (salvo el pobre Gesink) protegiéndole del viento por la izquierda e intenta acoplarse en el espacio que ocupa ya Sony Colbrelli, sprinter con, qué menos, nombre de boxeador. Ninguno de los dos cede su espacio vital. Los dos se enganchan. Roglic, más ligero, sale despedido con violencia. Colbrelli, a la italiana, le dedica un gesto al caído de qué te habías creído. Por la noche, quizás atormentado, explica por las redes que lo siente, pero que él no tiene la culpa, que el gesto con el brazo de mandarlo por ahí no era más que una reacción al miedo que había pasado. El Tour mantiene a un sprinter que hace bulto y pierde quizás a un ganador.

“Las imágenes hablan por sí solas”, se indigna Laurent Jalabert, el comentarista de la televisión francesa. “Las caídas eran inevitables ¿Cómo es posible que se lleve al Tour por estas carreteras estrechas, complicadas, en la tercera etapa, cuando se espera el primer sprint? Y los corredores, obligados por tantas circunstancias que los esclavizan, van demasiado rápido”. Los 183 kilómetros de la tercera etapa bretona, entre la base de submarinos de Lorient y Pontivy, buscaron los rincones más fotogénicos y turísticos de la región, los más antiTour. Los corredores tardaron solo cuatro horas en recorrerlos, a más de 45 de media. Los últimos 20 kilómetros, los matadores, los hicieron a más de 50 de media, a más de 60 de media los últimos 1.000 metros, con sus desarrollos exagerados con los que pueden pedalear incluso en los descensos, y aceleran y aceleran, y desde los coches los directores jalean, todos delante, no perdáis la cabeza, no perdáis la posición, los ocho del equipo juntitos… “Y en vez de correr como antes, como un colectivo todo el pelotón, corremos cada vez más individualmente, buscando el mal del vecino, y esto no es ciclismo”, dice Eusebio Unzue, jefe del Movistar, que ve cada día a varios de los suyos por el suelo. Como todos. Como Marc Madiot, director del Groupama, que pierde a su sprinter, Arnaud Démare en una curva imposible a cuatro kilómetros, y se indigna y vocea a los micrófonos de la tele: “No podemos seguir así. Esto ya no es ciclismo. Esto no es digno de nuestro deporte. Lo ven niños, lo ven familias, la gente se horroriza. Solo dan ganas de cerrar los ojos como en las películas de terror”.

Valverde es un artista y un niño, que son sinónimos, ha envejecido por fuera solo, menos pelo, más arrugas, y con Erviti, un obrero de la bici, llega tarde a la meta. Están trabajando, cuidando a sus caídos, llevan a su rueda a Superman, que se fue al suelo a menos de 15 kilómetros, justo cuando el Tour dejó de ser una carrera ciclista para hacerse circo romano, con gladiadores sangrantes en cada curva, con Primoz Roglic, el gran favorito también a su rueda, el culotte desgarrado, la pierna izquierda una herida completa. Superman se cayó a 14 kilómetros, Roglic a 10. Su persecución frenética, sin calma, acelerada, no necesita metrónomos, sino velocidad, pero se ve perturbada por los ciclistas caídos en el suelo, atendidos por las asistencias. El pelotón se ha roto, metafórica, espiritual y físicamente. No es un grupo, sino pequeños combos de supervivientes, de botes salvavidas. Los de Valverde tienen que esquivar a Ewan (clavícula rota), aún caído en la curva a 500 metros de la meta, que cruzan a 1m 21s de Merlier y de Carapaz, el único de los favoritos indemne. Mas y Nairo han perdido 14s, Pogacar y Thomas, 26s. En la general, Pogacar ya aventaja al otro esloveno, que ya no es su siamés, en 56s. Haig, el líder del Bahrein se ha retirado (conmoción cerebral, traumatismo craneal con desorientación), y también Gesink (clavícula rota, conmoción cerebral), capitán de ruta de Roglic (traumatismo de coxis), víctimas todos de un Tour que ya no necesita la etapa de Roubaix para tener su día de sangre. Las caídas, claro, también forman parte del show.

Puedes seguir a EL PAÍS DEPORTES en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_