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Perder contra un rival oculto

Uno de cada tres deportistas de élite, como en el caso reciente de la tenista Naomi Osaka, sufre problemas psicológicos. El estigma es el mayor escollo para recibir ayuda

Naomi Osaka
Naomi Osaka, durante su primer partido en Roland Garros.CHRISTIAN HARTMANN (Reuters)

Imagine el lector que, por unas horas, se transmuta en Serena Williams. Va a disputar un partido crucial en Roland Garros. Quizá sea el último en París. Su cuerpo de 40 años acusa el parón de la maternidad. Su rendimiento lleva cayendo desde entonces. Ya le pesa el torneo, y todos a los que acude semanalmente, de una punta a otra del mundo. Cuando salta a la pista miles de ojos la escudriñan aunque no haya público. Esperan que gane. Todos. Familia, seguidores, patrocinadores. Usted también. Pero está sola sobre la tierra batida con su monólogo interior. Toca sacar. Nota un pinchazo en el tendón de Aquiles. El año pasado esa lesión la expulsó del torneo. Siente un sudor frío.

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FILE PHOTO: Tennis - French Open - Roland Garros, Paris, France - May 30, 2021 Japan's Naomi Osaka reacts during her first round match against Romania's Patricia Maria Tig REUTERS/Christian Hartmann/File Photo
Osaka comete un error de cálculo
Tennis - French Open - Roland Garros, Paris, France - May 30, 2021 Japan's Naomi Osaka in action during her first round match against Romania's Patricia Maria Tig REUTERS/Christian Hartmann
Naomi Osaka, ¿ejemplo o infractora?

Esta imagen ilustra algunos peculiares desafíos que afronta la salud mental de los deportistas de élite, por la que cabe preguntarse tras el polémico abandono en París de la japonesa Naomi Osaka, número dos del ranking. La mujer mejor pagada del mundo —34,2 millones de euros anuales, según el último estudio de Forbes— anunció públicamente que sufre episodios de depresión desde 2018 y ansiedad social, que alegó para no comparecer ante la prensa. Una ambiciosa revisión de estudios que acompañó al inédito pronunciamiento sobre el tema del Comité Olímpico Internacional (COI) en 2019 halló que uno de cada tres competidores en la cima de la excelencia sufre trastornos psicológicos.

En la escena imaginaria encarnada por Williams aparece el enorme fantasma de las lesiones —quienes las sufren presentan más síntomas de ansiedad, depresión y estrés postraumático que los que no han pasado por ello, según las últimas investigaciones— y de la retirada —uno de cada cuatro deportistas padece estos trastornos emocionales al concluir la carrera y se agrava el riesgo de enfermar si se abandona por lesión o exclusión de una selección—. Antoni Bulbena, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona y veterano doctor de deportistas de primer nivel, lo ilustra así: “Tres de cada cinco futbolistas se arruinan tras retirarse. Caen desde muy arriba y se instalan en la pérdida”.

También están ahí los malos resultados repetidos. “Esa frustración de no conseguir los objetivos, lo intentan, lo intentan, no consiguen nada e incluso se llevan decepciones muy grandes”, asevera el experimentado Chema Buceta, que ha sido psicólogo del Real Madrid. O el miedo de fallarle a todos. Y a uno mismo. Algo así rememora el extenista Álex Corretja, con meritorios éxitos a sus espaldas: “Recuerdo estar jugando en Barcelona, en 1999, y pensar que todo el estadio creía que no podía hacerlo bien. La autoexigencia y ese factor exterior hacen que el agobio pueda llegar a ser muy grande. Cuando pierdes o no estás bien, sientes que le estás fallando a todo el mundo”.

“Le puede pasar a cualquiera, pero ellos viven de eso. Y claro, si no cumples con ciertas expectativas estás obsoleto”, argumenta la psicóloga especializada Ares Zamora. “Se someten a unas cargas de trabajo tremendas”, apunta por su parte Pablo del Río, que lleva décadas entrenando psicológicamente a deportistas de una veintena de disciplinas en el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Madrid; “imagine que usted y yo tuviésemos que competir semanalmente por ser el número uno del mundo”.

Michael Phelps, durante una competición en Nebraska, en 2016.
Michael Phelps, durante una competición en Nebraska, en 2016.TOM PENNINGTON (AFP)

El éxito es un gran factor de riesgo, mantiene Buceta: “Se crean unas expectativas muy altas alrededor del deportista. Y él muchas veces se encuentra en la obligación de estar continuamente teniendo éxito, porque es lo que los demás esperan de él, y lo vincula con su propia autoestima”. Relacionado con el triunfo, “está la soledad, aunque tiene mucha gente que le rodea, en muchos casos tampoco tiene claro si [esa gente] está ahí porque gana títulos o dinero o es famoso o si realmente hay un vínculo personal”. Insiste el doctor Bulbena: “Está la obsesión por el éxito continuado, que en realidad es un empeño por no perder, y el pánico a despedirse del estatus social, el reconocimiento, el tren de vida”.

El ejercicio de ponerse en la piel de una tenista no es casual. Esta disciplina —individual, solitaria— es una de las más demandantes psíquicamente, dicen varios especialistas. Además, en todos los deportes las mujeres están sometidas a mayor escrutinio por su aspecto físico, asegura Duncan Simpson, especialista de la estadounidense Asociación para la Psicología Aplicada al Deporte (AASP, por sus siglas en inglés) “o cuando muestran fuertes accesos de ira, como Williams. Y si son madres encaran más dificultades (tiempo perdido de entrenamiento, control del peso, cuidado de los hijos). Los hombres nunca tendrán que responder a preguntas como por qué sus hijos están o no en los torneos con ellos”.

Del trabajo con 50 mujeres tenistas de los primeros puestos de la WTA, Simpson resalta que su itinerante vida “es una trituradora física y mental” para muchas de ellas. Aplicado a todos los atletas, cree que el bienestar psíquico puede estar comprometido “por síntomas crecientes de ansiedad, estrés y depresión debido a su rendimiento, viajes, desafíos financieros, escrutinio mediático, sobreentrenamiento, lesiones y síndrome del quemado”. Las exigencias de la vida deportiva de elite van desgastando, explica Buceta, " y llega un momento en que pueden transformarse en un agotamiento psicológico”.

Cuando domina el miedo

De eso sabe Victoria Garrick, una exjugadora de voleibol en la primera división de Estados Unidos: “Mi ansiedad frente al desempeño deportivo vino del miedo a cometer errores, a perder o a ser expulsada”, asevera por correo electrónico. “Comenzó a dominarme y no podía dormir. Tras muchos meses de enorme ansiedad, insomnio, preocupación e inquietud por la vida que llevaba tratando de combinar los estudios con el deporte, me deprimí”. Al igual que en la población general, ansiedad y depresión son las dolencias más comunes de los deportistas en la cumbre, acuerdan los especialistas consultados y certifica la mayor revisión de la literatura científica hecha por el COI.

También son frecuentes los desórdenes alimentarios, desde la anorexia, a los que no pueden ser clasificados como estrictamente patológicos, sobre todo en aquellos deportistas que deben mantenerse en un peso determinado. Puede alcanzar a casi la mitad de las atletas (45%) frente a un máximo del 19% en los hombres, “significativamente superior a la población general”, señala el documento del COI, que apunta un dato alarmante: “Más del 60% de las atletas de élite han manifestado que han sido avergonzadas por sus entrenadores”.

Paula Badosa, durante un partido en Roland Garros.
Paula Badosa, durante un partido en Roland Garros.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)

Otro escollo distintivo para el bienestar psíquico del selecto club de los superdotados del deporte es la violencia de todo tipo, psicológica, física y sexual a la que se arriesgan, cuyo impacto, mantiene el COI, “puede ser devastador y prolongado”. Aunque el abuso psicológico es el más prevalente, no es menos importante el sexual. Escándalos con el caso del depredador Larry Nassar, que agredió a 300 gimnastas, una de cuyas víctimas fue la laureadísima Simone Biles, ponen de manifiesto la vulnerabilidad de las jóvenes estrellas. La mayoría de las víctimas son niñas y mujeres.

No hay evidencia sólida de que los deportistas de primer nivel enfermen psíquicamente más que el común de los mortales. “Para llegar a la élite hay que ser muy fuerte”, dice Buceta. Y son jóvenes y sanos. “Pero están en un lugar donde es más difícil explicar y compartir que te pasa algo, y es un estigma. No se pueden permitir ser unos flojos”, considera Bulbena, que aunque celebra que los grandes atletas hablen públicamente de sus sufrimientos, reconoce que aconseja prudencia a sus pacientes. “Temen, posiblemente con razón, que compartir síntomas o trastornos psíquicos pueda reducir sus oportunidades de mantener o firmar contratos o campañas publicitarias”, señalan los investigadores del COI.

He aquí el quid de la cuestión. Estigma. Es el factor principal para que esos atletas sufrientes, a menudo insomnes —la mitad de los olímpicos padece trastornos del sueño de todo tipo— no busquen ayuda, según la revisión científica que acompaña al dictamen del COI. Los expertos repiten que detrás de la imagen de invulnerabilidad de esos superhombres y supermujeres que pulverizan récords impensables, hay personas tan susceptibles de enfermar como todos los demás.

Simone Biles, durante una competición reciente en Indiana.
Simone Biles, durante una competición reciente en Indiana.Emilee Chinn (AFP)

También influye un conocimiento insuficiente sobre las enfermedades mentales, sus cargadísimas agendas y hasta los estereotipos de género: los hombres son más reacios a visitar al psicólogo o psiquiatra. La voleibolista Garrick cuenta que ella no podía ni imaginar que tras llegar a la élite iba a sufrir psíquicamente de esa manera. Ha fundado The Hidden Opponent, una asociación para educar a otros atletas sobre la salud mental.

Pero si el mayor medallista de la historia, el nadador Michael Phelps, habla públicamente de la depresión que sigue atacándole aún después de decir adiós a la piscina; si la estrella de la NBA Kevin Love escribe sobre el ataque de ansiedad que le llevó al hospital, y su compañero DeMar DeRozan detalla su realidad depresiva, algo está cambiando. En España, astros como el futbolista Andrés Iniesta o Paula Badosa, que compite en Roland Garros estos días, han compartido el duro embate de la depresión. La visibilidad desnuda a ese contrincante oculto ante el que se puede perder, y así lo reconocen los expertos, que señalan claramente un progreso.

El psicólogo Del Río tiene ahora su despacho lleno de recuerdos ―cascos, camisetas, fotos― de deportistas que han pasado por allí. “Cuando empecé, en 1990, venían a escondidas”, recuerda. Una percepción similar manifiestan sus colegas. Se ha normalizado algo más el hecho de pedir ayuda psicológica. Cree Del Río que un entrenamiento mental debería ser obligatorio por su valor preventivo. “Cada vez más deportistas cuentan con su psicólogo”, observa la especialista Zamora, “lo que no tiene sentido es entrenar la parte física y dejar la parte mental, porque entonces hay una de las patas que cojea”.

Y aunque el COI reclama más estudios para definir a ese enmascarado atacante, hay un dato esperanzador: las investigaciones sobre salud mental en deportistas de élite se han multiplicado en la última década.

“La cabeza te traiciona”

“El tenista sufre una trituradora psicológica en cada partido”, exclama Alex Corretja. “Desde que eres muy pequeño, este deporte te obliga a tener que decidir constantemente y no estás preparado. Estás solo, estás permanentemente a prueba; te equivocas muchas veces y eso tiene sus consecuencias. Es demoledor. Lo sufres. De alguna manera se te exige que te comportes como un adulto. Al final, te metes dentro de una pista con 20.000 personas que esperan lo mejor de ti en cada punto, y eso es muy difícil de gestionar; puedes tener las condiciones técnicas, tenísticas, pero la mente es el factor fundamental”.

 

"El problema es que hay un déficit humano en lo que se refiere al control de las emociones. Pero no ocurre solo con los deportistas, sino también con actores o cantantes jóvenes a los que de repente les observa un montón de gente", prosigue el que fuese en su día número dos, también finalista de Roland Garros (1998 y 2001) y campeón de la Copa de Maestros de 1998; "El tenis de élite te exige salir de casa muy pronto, viajar por todo el mundo, ir de un hotel a otro y de un continente a otro, de una pista a otra. Tu cabeza no está preparada para asimilar eso de forma natural. Lo psicológico es esencial".

 

Los expertos en salud mental le dan la razón al extenista español. “El tenis es una batalla contra uno mismo”, dictamina el catedrático de psiquiatría Antoni Bulbena, “que es básicamente en lo que nos pasamos la vida entera, intentando armonizar ese diálogo interno. Pero en la pista es más duro porque hay más silencio. Te encuentras solo ante la exigencia de todos”.

 

Ni siquiera el entrenador puede asistir al tenista durante las largas horas de runrún interior acompasadas por el golpear de la pelota. El psicólogo deportivo Pablo del Río coincide: “Es uno de los deportes más complejos. No sabes a qué hora empieza el partido, ni cuánto va a durar. Cada bola tiene un valor distinto... Y pasas mucho tiempo de trabajo no real. Te metes en la pista y estás solo. La mente te traiciona mucho”.

 

También está lo que ocurre fuera de la pista, que afecta de manera diferente a según quién. El psicólogo Duncan Simpson, que trabaja con tenistas de la WTA, dice que ellas “están entre las deportistas más famosas y seguidas del planeta, y con ello viene un creciente escrutinio a través de los medios y redes sociales”.

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