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Laia Palau: “El mundo se tendría que gestionar como un equipo”

La capitana de la selección española de baloncesto cumple 300 internacionalidades a los 41 años. “Me preocupa dejar un buen legado”, afirma al repasar un álbum infinito con 12 medallas en 17 campeonatos

Laia Palau, en un entrenamiento con la selección. FEB
Laia Palau, en un entrenamiento con la selección. FEBEL PAÍS
Faustino Sáez

El 16 de agosto de 2002, en Vilagarcía de Arousa, comenzó a escribirse una leyenda maratoniana, la de Laia Palau (Barcelona, 41 años). “No recuerdo nada muy épico de mi debut con la selección, nada de eso de ‘es el gran día’, ‘lo que he estado esperando toda mi vida’…”, explica. Lo extraordinario vino después, con el tiempo y la resistencia: 19 años de perseverancia competitiva, 12 medallas (tres oros, tres platas y seis bronces) en 17 campeonatos y 299 internacionalidades. Hoy, ante Nigeria en Córdoba, llega a las 300.

Pregunta. ¿Se imaginó alguna vez un camino tan largo?

Respuesta. Nunca. Me canso al pensarlo (risas). En mis inicios no tenía muy claro nada de nada respecto al baloncesto. No sabía ni siquiera si me gustaba, aunque quede mal que lo diga. Quizá, los últimos 10 años de mi carrera son los únicos en los que he estado un poco más segura de lo que hacía aquí. Pero durante mucho tiempo me sentí muy extraña en este mundo.

P. ¿Y qué le dice la cifra de 300 internacionalidades?

R. Valoro más el tiempo que los partidos. ¡Es que empecé en 2002! Antes no se jugaba tanto. Cuando yo llegué, jugadoras como Betty Cebrián y Marina Ferragut ya llevaban mil años, pero no tuvieron tantas internacionalidades porque no había giras de amistosos… Por eso, más que los 300, lo que más me impresiona son los 19 años de permanencia aquí. A mis 41, es casi media vida en la selección. Y ahí seguimos, en la brecha.

P. ¿Cómo era aquella Laia de 22 años?

R. Pues un poco punki, supongo. Una chavala inquieta, que compartía piso en Barcelona con su grupo de amigos, interesada por la ebullición cultural en los barrios alternativos. No éramos muy de salir por las noches sino más de jornadas culturales en centros cívicos, temas de educación social… No sé ni siquiera si les caía bien a mis compañeras de equipo. No porque fuera borde sino por extraña, porque iba muy a mi rollo. En aquel debut con la selección traté de descifrar dónde estaba, qué había que hacer allí, cómo estaba organizado aquello… Observé calladita. Aterricé sin tener ni idea, pero no me recuerdo con miedo.

P. ¿Y en lo deportivo?

R. Llegué a la selección porque se lesionaron Ana Belén Álvaro, Nieves Anula y Nuria Martínez. Entré de carambola en la convocatoria y me tocó un año extraño, porque fue el año en el que la FIBA impuso el body ajustado como uniforme. Hubo mucha polémica, con las veteranas defendiendo la posición en contra de esto, y yo tuve que preguntar aquello de ‘qué tengo que decir si me preguntan’. Querían promocionar el deporte femenino, pero empezar por la estética no fue lo más acertado. Hubo que batallar desde el principio. No se trataba de salir más guapas o más ceñidas a la pista para que se fijaran en nosotras. Aquello no duró mucho pero nos tocó jugar así. Un cuadro. Yo era todo patas, delgadísima, con mi 45 de pie, y esa cosa pegada que parecía que salías en bañador. Eso lo puso de moda Australia, pero ellas eran rubias, altas y fuertes, y nosotras no dábamos ese perfil.

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P. ¿Se ha mejorado mucho respecto a aquella época?

R. Hemos mejorado porque la sociedad ha mejorado. También en dar al deporte femenino el enfoque que se merece. En nuestro caso, los resultados nos fueron poniendo en el mapa. Nos hicieron caso a base de ganar. Después, la concienciación social nos ha ido llevando a ganar reconocimiento y repercusión.

P. ¿Cómo vivió la transición del ejército de Pancho Villa, como decía Amaya Valdemoro, a los oros y los siete podios consecutivos?

R. Fue una evolución por constancia. Seguimos sin ser portentos físicos. Seguimos pensando eso de ‘cómo me voy a pegar yo con esta tía que me saca tres cabezas’. Nuestro adn sigue siendo el mismo. Pero es verdad que cuando llegaron jugadoras como Alba Torrens, Laura Nicholls y Tamara Abalde, la generación del 89, dijimos ‘¡madre mía, si pasamos de 1,85m!’ Cindy Lima, Marina Ferragut y Betty Cebrián eran tías grandes, pero se notó el cambio generacional. Aun así, seguimos haciendo la guerra de guerrillas. Y ahí crecí, adaptándome a todo desde el principio. En el Barça jugaba de base y en la selección empecé de escolta. Aquí tienes que adaptarte siempre. La clave es saber hacer lo que el equipo necesite. Yo fui durante mucho tiempo la stopper, la defensora. Elisa [Aguilar] era la base, Amaya [Valdemoro] la estrella indiscutible, la que las metía, y Marta Fernández la correcaminos. A mí me tocaba hacer un poco de todo. He hecho muchas horas extra.

P. ¿Ajustaron la fórmula con los años, se puede decir?

R. Antes no es que no supiéramos cuál era el plan, es que no había otro plan más que ir con todo. Si no, te pasaban por encima. Nosotras hicimos de nuestra debilidad, la seña de identidad. No cogeremos rebotes, pero habrá que presionar por lo bajini, hacerlas correr, volverlas locas y poner intensidad cada segundo. Y eso es lo que seguimos haciendo. Con humildad, sin creérnoslo nunca, jugando y entrenando como si nos fuera la vida. Así nos hemos ganado un caché como país. Lo que ha pasado en la última década es que ha confluido nuestra locura con una generación top. Además, cuando emigramos se nos abrió el mundo. Lo que no entiendo es como las rivales no nos han cogido el tranquillo todavía.

P. ¿Cómo pasó del ‘no sé qué hago aquí’ a estar casi 20 años?

R. Yo también me pregunto cómo lo he hecho, cómo he llegado hasta aquí. Tengo un sentido de la responsabilidad bastante firme, pero me maravillo de lo que hago. Porque también tengo un punto muy rebelde al que no le pega nada todo esto. No sé cómo ha triunfado la perseverancia y la disciplina. Tuve un punto determinante en mi carrera, que fue mi etapa con Carme Lluveras en el Barça. Ella no tuvo piedad. Me dijo ‘esto es lo que te tiene que hacer respirar’. Me llevó a ese límite y una vez que entendí que el baloncesto era lo que iba a regir mi vida asumí el resto de cosas. Salté esa barrera. Luego miraba hacia atrás pensando ‘me quiero volver’, pero como ya estaba en el pasto decidí tirar pa’lante. Lo que si tenía claro que es si iba a estar lo tenía que hacer sin medias tintas. Si lo hago, lo hago con este nivel de exigencia, si no, no lo hago.

Laia Palau alzando el trofeo del Eurobasket de 2019 conquistado en Belgrado. FEB
Laia Palau alzando el trofeo del Eurobasket de 2019 conquistado en Belgrado. FEB

P. ¿El haber tardado en creérselo es una de las claves de su longevidad competitiva?

R. Probablemente. Gracias a ese debate de ‘meto canastitas, pero ¿qué aporto al mundo?’, he llegado hasta aquí. El cuestionarse todo es agotador, hace más difícil el camino por la cantidad de peleas conmigo misma. Pero lo que consigues se ajusta más a ti y te hace más dura. Cuando das las cosas por supuestas es cuando vienen las frustraciones. Hay que procurar tener siempre un plan b. Eso no quiere decir que no tenga determinación. La tengo y es sólida, pero es una determinación más diésel. Esto es de largo recorrido. El baloncesto puede ser tu motor, pero no hay que olvidarse nunca de las raíces, de los líquenes, de que lo importante es que el corazón te funcione y tengas relaciones sanas, gente que te quiera. Y luego viene todo lo demás.

P. ¿Qué ha aprendido en estos años de carrera?

R. Que ser jugadora de baloncesto no es solo jugar y meter canastas. Hay muchas otras cosas que aprendes durante el recorrido. Vas enriqueciendo la mirada y el discurso. Te toca aprender a estar en equipos diferentes, salir al extranjero, cambiar de equipos y entrenadores, superar lesiones… Es una adaptación y un aprendizaje constante. Ahora estoy mucho más asentada y me siento más responsable de intentar mejorar nuestro mundo del baloncesto femenino. Valoro mucho poder estar disfrutando del baloncesto con la perspectiva que te da la edad. Me preocupa el legado, hacer las cosas de la mejor manera, dejar un buen legado. Representamos muchas cosas. El nuestro es también un compromiso social. Estoy en paz conmigo misma, con lo que he hecho, con donde he estado… y todo eso es lo que quiero conservar hasta el final. Aspiro a tener esa dignidad inquebrantable que tiene Encarna Hernández a sus 104 años.

P. ¿Cuál ha sido el momento más especial de estos años?

R. La plata en los Juegos de Río es el gran hito, por la mística de la competición. También se podría equiparar con la plata del Mundial de Turquía. Pero mi gran milagro es la perseverancia. Me alucina la persistencia que tengo.

P. ¿Nunca se planteó ir a la WNBA?

R. No es mi mundo. No tiene nada que ver con mi vida. Es otro baloncesto. Veo la vida que llevan las americanas de mi equipo y es otra película. Es Hollywood. Yo soy más de la vieja Europa. Nos llevan ventaja en estructuras y en todo pero, a nivel de juego, esto me llena más. Le tenía miedo. Era un ‘dónde voy allí’. Antes era más difícil elegir también. Era te vas con papá o te quedas con mamá, que era la selección, y si te vas con papá a lo mejor mamá ya no está a la vuelta. No me parece bien, pero era un poco así. Además, pensaba que no era sano enlazar competiciones sin dejar descansar a la cabeza. Siempre he procurado hacer un poco de barbecho y mantener el equilibrio entre el mundo real y el mundo del baloncesto.

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P. ¿Ha renovado por una temporada con el Uni Girona, pero piensa en el día de la retirada con la selección?

R. Cuando llegue el momento lo pensaré. Prefiero morirme pensando que voy a volver siempre. Sé que es imposible, pero no me apetece que se hable mucho de esto. La hoja de ruta es el Europeo de Valencia y los Juegos de Tokio. El tren llegará hasta allí y me bajaré en esa parada, ya está. Después descubriré un mundo nuevo.

P. ¿En qué piensa antes de ir a dormir?

R. Me ha dado por ver series como Years and Years. Siempre he sido de preocuparme bastante por el futuro de la civilización y de la sociedad. Y vamos mal. Cómo no hemos conseguido llegar a ningún gran acuerdo global. O por qué no empezamos de cero ¿No estamos todos los países pringados con la pandemia? Por qué no hacemos un reset mundial. Pongámonos de acuerdo, porque esto no está bien montado. Podemos seguir funcionando como ovejas, pero esto no va bien.

P. Íbamos a salir mejores de todo esto...

R. Es que no pensamos en el bien común. Yo me siento humanista. Tengo un sentimiento de comunidad. El mundo se tendría que gestionar como un equipo. Tú individualmente tienes que aspirar a ser la mejor, pero para que tu mejor versión contribuya a que el equipo mejore, no para preocuparte por ti. Hay que poner los esfuerzos al servicio del bien común. ¿No podemos organizarnos mejor, por favor? Creo en las revoluciones pequeñas. Se trata de eso, de mejorar nuestro entorno, con nuestra familia, amigos y equipo… Hacer el bien como los Jedi, aunque quede friki. Al final esto ha supuesto una vuelta a los orígenes, a la lucha diaria. Cuando íbamos con taparrabos, no sabíamos si iba a salir el sol o a llover, si cazaríamos el mamut o no… Lo que pasa es que nos hemos acomodado todos a nuestras pequeñas certezas y seguridades, y lo digo desde mi zona de confort y privilegio.

P. ¿Qué le dice su madre? Se iban a jubilar juntas hace tres o cuatro años y la dejó tirada.

R. (Risas). A mi madre no hay quién la atrape, no deja de mandarme fotos y contarme estoy haciendo esto y aquello. No para. Y yo pienso ‘ay, jesusito ojalá de mayor sea como ella’. La tía tiene mucha gasolina y yo me proyecto a sus 68 años y me ilusiona poder estar a su nivel. He mejorado mucho con la edad. Con mis mierdas de 41, pero soy y estoy mucho mejor ahora.

“Se me va cayendo la guardia pretoriana”

Una pregunta desata la reflexión sobre el pasado reciente y las ausencias en el grupo. ¿Hay miedo a que se rompa la magia de las siete medallas consecutivas? “Lo nuestro es un deporte de equipo, para lo bueno y para lo malo. Y esto no es solo pasarse la pelota sino convivir con habilidades sociales en un organismo con muchas personas. Las cosas suceden porque hay una energía en el grupo que hace que sucedan. Al final esto es una cuestión de espíritu colectivo”, explica Laia Palau. En ese colectivo no estarán Marta Xargay, Anna Cruz y Laura Nicholls, pilares de un recorrido memorable. “Se me va cayendo la guardia pretoriana. Son amigas y es una pérdida importante en lo personal. Pero es que, en lo deportivo, lo que han conseguido estas tías no está al alcance de muchas. Nos han salvado el culo muchas veces. Las que vienen por detrás tienen que llegar a este nivel”, prosigue Laia. “Cuando Anna Cruz dijo que se iba tuve un momento de ‘buff, a lo mejor yo también’. Me da rabia. Te cambia la perspectiva de las cosas. Piensas, ‘a lo mejor hasta aquí hemos llegado’. Todas, por una razón o por otra, nos hemos planteado el ‘hasta aquí’. Marta y Anna han llegado a ese momento. Ya no me interesa o no paso por esto… Hay que estar muy zen para superar todo. El lado oscuro del mundo de la competición también existe. No somos princesas Disney con relaciones maravillosas. Pero, después, corroboras que puedes seguir aportando cosas y decides estar. Cada medalla lleva un camino muy duro detrás, pero vamos a por más”, cierra la capitana.

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Sobre la firma

Faustino Sáez
Es redactor de deportes del diario EL PAÍS, especializado en baloncesto. Además del seguimiento de ACB y Euroliga, ha cubierto in situ Copas, Final Four, Europeos y Mundiales con las selecciones masculina y femenina. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS.

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