Oficio de gregario, una especialidad muy española en el Giro de Italia
Izagirre, Luis León, Castroviejo, Nieve y Bilbao han sido los capitanes de ruta de los cuatro primeros de la general
Gorka Izagirre, veterano trabajador ciclista, sale del restaurante después de almorzar el martes de descanso en los Dolomitas y le para uno para decirle, jopé, cómo son ahora, cómo han anulado la Marmolada y el Pordoi por cuatro gotas y un poco de frío, y para frío y nieve el año del Giro de Nairo, cuando tú le diste de comer casi como a un niño pequeño y le dijiste que se abrigara bien antes de coronar el Stelvio nevado, y cómo le animaste a atacar bajando. Y luego te caíste y cuando te bajabas de la bici tenías que andar con muletas, tan roto estabas, pero no abandonaste... El mayor de los hermanos Izagirre, de 33 años, se le queda mirando fijamente al charlas y le corta, pero cómo, ¿cómo te puedes acordar de eso?
Es el problema de los grandes gregarios, que no dan valor a su trabajo, que no se ganan apenas titulares, es su obligación, sin más, como lo explica su compañero en el Astana Luis León Sánchez, que ha pasado, en su larga carrera, por los papeles de gran esperanza, de especialista en contrarrelojes, de hábil ganador de etapas en grandes carreras, y ahora actúa como gregario-capitán de ruta: “si no ganas parece que no haces nada y que nadie te tiene en cuenta”.
“El oficio alarga las carreras”, dice. “Muchas veces se trata de situarte tú mismo. Saber para lo que estás aquí, para lo que has venido. Que el equipo sepa lo que tiene que hacer, también, cómo tiene que correr. Ubicarte en el pelotón es lo mejor que se puede hacer por uno mismo. Estamos aquí para lo que estamos, y a hacerlo lo mejor posible. Y salir bien de aquí”. Habla del Giro, donde Izagirre y él actuaron como vieja guardia de un joven ruso, Aleksandr Vlasov, que tampoco es que les generara mucha confianza. “Estamos bien, con ganas, sabemos que es un chaval joven e inexperto. A ver hasta dónde puede llegar. Entre su inexperiencia y lo que queda…”, decía Luis León a mitad de carrera, cuando Vlasov aún parecía un rival serio para Egan Bernal. Terminó cuarto el ruso de brillante porvenir, por detrás de tres corredores, Egan, Damiano Caruso y Simon Yates, que, como su ruso frío contaron como grandes capitanes de ruta, consejeros de confianza, con veteranos ciclistas españoles, maestros de la cuestión.
Retirados por caída, rotos y tocados, los líderes con aspiraciones, Mikel Landa y Marc Soler, los protagonistas españoles se llaman Luis León y Gorka. O Jonathan Castroviejo, de 34 años, en cuya sabiduría Egan confía tanto que no da ni un paso, no toma ni una decisión, sin consultarle, sin dejarle que tome el mando táctico y estratégico de todo el Ineos en la carretera. O Mikel Nieve, de 37 años, el navarro de Yates, que siempre está ahí, aunque no haya estado tan fino el Giro como otros años. O Pello Bilbao, de 31 años, el campeón de España contrarreloj, quien terminó quinto el Giro pasado y tenía derecho a exigir un respeto, pero aceptó de entrada trabajar para ayudar a su amigo Landa y terminó siendo clave para la victoria de etapa y el segundo puesto final de Caruso, el líder sobrevenido del Bahrein, uno que, justamente, en su victoria reivindicó su oficio, su profesión, toda la vida gregario de campeones, de Nibali, sobre todo. “La diferencia entre un gregario y un campeón es la presión del resultado. La responsabilidad del gregario es servir, y vive más tranquilo”, dice el siciliano. “Pero llega un día en que te miras al espejo y te dices, ¿pero por qué conformarme? He sido un conformista toda la vida. ¿Por qué no osar, atreverse a buscar algo más? Hay que tener sueños, pero nunca sueños imposibles”. Y así define mejor que nadie la mente de un gregario.
La mente de Castroviejo, un gran contrarrelojista (campeón de Europa y bronce mundial en 2016), es la de un contable, debe y haber, gasto y provecho, inversión y beneficio. Le marca el paso sostenido a Egan en las montañas a la hora de defender, y lo hace hasta con una rueda pinchada, y le marca el ritmo exacto para la contrarreloj final, que el colombiano le pisa casi al segundo. Y le calma, le borra la ansiedad, el miedo. “Egan es un buen corredor, es un buen ciclista. Siempre se coloca muy bien”, dice el vasco, que llegó al Ineos el mismo año que Bernal y con él hubo buena química al instante. La experiencia le ayudaba a Castroviejo, quien ya había sido varios años el ciclista más cercano, el consejero elegido, de otro campeón colombiano, de Nairo Quintana, y siempre estaba a su lado porque gastan la misma talla de bicicleta, y a su lado, Quintana ganó un Giro, una Vuelta, y quedó dos veces segundo del Tour. Y en el Sky, Castroviejo estuvo junto al Geraint Thomas que ganó el Tour del 18, y con Egan en el Tour del 19, y en el 20, cuando Egan, lesionado, hundido, se fue, también Castroviejo abandonó. Fiel a un compañero, a un jefe, a un amigo del que dice: “Tampoco tenía motivos para estar bajo de moral. Este año ha empezado rindiendo muy bien en Tirreno, en Strade… Creo que, sencillamente, él se pone demasiada presión. Ya se le pasará. Yo le veo muy bien y esperemos que siga así”.
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