Gonzalo Villar: “Estoy cómodo con los rivales encima porque yo regateo con el cuerpo”
Pivote de la Roma y volante de España sub-21, el murciano reflexiona sobre la peculiar progresión que le ha convertido en uno de los centrocampistas revelación de la temporada
Las escuelas de fútbol predican la doctrina oficial. Los mediocampistas deben jugar a uno o dos toques. Simplificar. Evitar errores. Así España produce volantes en cantidades industriales. Técnicamente intachables, bien perfilados, disciplinados. Igual que peces de piscifactoría, se parecen como gotas de agua. Hasta que, sin que se sepa muy bien por qué, en la cadena de montaje se agitó un individuo asombrosamente diferente. Pudo ocurrir en Barcelona, Las Palmas o Vila-real. Ocurrió en la cantera del Valencia. El juvenil se llamaba Gonzalo Villar, había nacido en Murcia en 1998, y se empeñaba en conducir la pelota burlando rivales mientras se la cambiaba de pie con la mayor naturalidad, quizá de tanto imitar a Andrés Iniesta.
“Tenía algún entrenador en el Valencia juvenil que me decía: ‘Eso no lo puedes hacer’”, recuerda. “Siempre piensas: ‘¿Este consejo que me da el técnico me va a servir en mi carrera o es algo que le sirve a él, para su modelo de juego?’. Ese consejo decidí no cogerlo; porque creo que un mediocentro que sea capaz de dividir, romper una línea en conducción y jugar hacia adelante, el beneficio que aporta al juego y a su equipo es brutal”.
La voz resuena con timbre chispeante al otro lado del teléfono. Habla desde la concentración de España que disputa el Europeo sub-21 en Eslovenia. Pivote de la Roma, único equipo italiano que sobrevive en las competiciones de la UEFA; dedica estas semanas a jugar de interior de La Rojita, en donde exhibe todo su repertorio de armador y finalizador. Este sábado en Maribor (21:00 horas, Cuatro) se disputará el pase a cuartos ante Italia.
“Recuerdo que cuando llegué al Elche, me cogió Pacheta y me preguntó: “¿A ti qué se te da bien?”. “Conducir la pelota”. “Pues conduce…”, me dijo, “¡mientras sepas cuándo si y cuándo no!”. Y yo pensaba: “¡Qué gusto tener este entrenador!”.
Pacheta me cogió y me dijo: “¿Se te da bien conducir? ¡Pues conduce!”. Y yo pensaba: “¡Qué gusto tener este entrenador!”
“Mi proceso con Pacheta no fue llegar y besar el santo”, advierte. “El primer año fue difícil. Fue un tira y afloja hasta que yo entendí lo que me pedía. Él me enseñó que no valía con la parte ofensiva; que los jugadores de calidad también tienen que acostumbrarse a defender. Que en el fútbol de elite hay que rascar, hay que ser agresivo. Me enseñó a competir. Me dijo que a los jugadores técnicos los halagan y que no tenía que hacer caso a eso, porque en el campo los halagos no me servirían de nada”.
Los chicos que han hecho del fútbol español el más avanzado del siglo se han caracterizado por una versatilidad poliédrica. Solidarios para defender, astutos para asociarse; resistentes en los recorridos largos; y en algunos casos hasta hábiles para regatear y terminar las jugadas. Como Dani Ceballos, su predecesor en la sub-21, Gonzalo Villar se siente reflejado en esa larga saga de interiores. “Moverme constantemente es una de mis características”, dice. “Disfruto cuando los compañeros me están encontrando con facilidad, cuando toco la pelota continuamente, cuando no me tiro largos tramos del partido sin recibir el balón. Hay jugadores que pueden hacer la diferencia sin tener el balón, porque cuando lo reciben pueden hacer un gol. Mi juego pasa por sentirme dominador del partido y ver que el equipo funciona a mi ritmo”.
“En el campo soy un poco pesado, sí”, reconoce. “Me ayuda a meterme en los partidos. En la Roma no paro de hablar. Si estás viendo que lo mejor es que el compañero que lleva la pelota se la pase a cierto jugador, le grito el nombre para que se la dé directamente a él. Me pasa bastante con los centrales y los laterales. Intento ordenar para ganar tiempo”.
“En categorías inferiores me han echado la bronca, algún entrenador que me pedía ser más posicional”, recuerda. “Pero yo estoy siempre en búsqueda de la pelota, de la línea de pase, de una solución para los compañeros, y eso me lleva a removerme y pensar a dónde puedo estar mejor colocado. Me parece que así es como haces más daño al rival”.
“Antes me veía más como un ocho, pero en la Roma estoy jugando más de seis y me encuentro muy cómodo”, explica. “Sinceramente tengo un debate interno sobre cuál es mi mejor posición. Tampoco creo que sea un problema porque me desenvuelvo bien en las dos, siempre que esté cerca de la base de la jugada”.
En el mediocentro no hay mucho tiempo para pensar y la mayoría tenemos una primera idea antes de recibir el balón. Pero no quiero ser automático. El regate a mí me gusta mucho
El miércoles ante Eslovenia inició las maniobras de ataque junto a Zubimendi, robó, contragolpeó, firmó un golazo y hasta ofició de extremo izquierda y derecha, permutándose con Cucurella y Brahim en acciones que desquiciaron a la defensa local. “En la Roma, por la posición que ocupamos en el campo con tres centrales y con laterales largos, ese espacio no suele estar aprovechable para mí”, dice. “Pero siempre que vengo a la selección lo hacemos. Recuerdo un pase de Ferrán Torres, un desmarque mío, un pase atrás y un gol de Cucurella”.
El juego asociativo de la sub-21 fomenta libertades que en la Roma no pude permitirse. Anclado frente los centrales junto a Diawara, el murciano se ha acostumbrado a vivir peligrosamente en el rigor del puesto que más penaliza la falta de precisión. “En el mediocentro no hay mucho tiempo para pensar y creo que la mayoría de los centrocampistas tenemos una primera idea antes de recibir el balón”, reflexiona. “Pero luego yo suelo dejar bastante a la imaginación para que si un rival me está cerrando por un lado salir por el otro, hacer una finta, volverme y darme la vuelta para cambiar de lado… No quiero ser automático. El regate a mí me gusta mucho. A veces los entrenadores se enfadan por arriesgar en zonas peligrosas, pero como normalmente me salen bien, los suelo hacer”.
Regateador y mediocentro son términos que muy rara vez casaron. La ortodoxia lo prohibe. Pero Gonzalo Villar, que mide 1,84 pero cambia de dirección como si fuera un retaco, declara estar dispuesto a intentarlo. “Para encontrar tu sitio en la salida de la jugada tienes que perfilarte y mirar a dónde están los rivales para saber cuánto tiempo tienes”, dice. “Yo me siento cómodo con el rival cerca, sintiéndole encima. Porque así puedes salir hacia el otro lado, o hacer un regate. Yo regateo con el cuerpo. Cuando los rivales te aprietan tienen menos capacidad de reacción y es más fácil hacerles la finta. No soy rápido, pero ese primer paso sí que lo tengo. Me fijaba mucho en Iniesta: él regateaba por inteligencia. Nos enseñó que no hace falta ser tan rápido para regatear. Era tan fino con el balón que podía esperar a que el defensa metiera la pierna para dar su toque”.
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