Joan Laporta, el Rey Sol del Barcelona
El mandatario revirtió en 2003 la crisis de Gaspart y ahora esgrime su madurez para superar el ciclo de Bartomeu
El universo Barça gira alrededor de Joan Laporta desde que dejó de estar controlado por Josep Lluís Núñez. El hoy presidente azulgrana edificó su obra de referencia en 2003 a partir de las ruinas del mandato de Joan Gaspart (2000-2003), mano derecha del constructor que lideró el club desde 1978 hasta 2000, y hoy vuelve al palco del estadio para intentar levantar una institución quebrada y desmoralizada por el Barçagate, el punto y final al desgobierno de Josep Maria Bartomeu (2015-2020), de la misma manera que el fichaje de Neymar Junior provocó la dimisión de Sandro Rosell (2010-2014). Rosell y Bartomeu compartieron junta directiva con Laporta durante dos años (2003-2005) y ambos han favorecido el regreso del abogado barcelonés de 58 años al Camp Nou.
Nadie ha condicionado más la vida barcelonista que Laporta desde que en 1998 lideró la plataforma Elefant Blau, contraria a la continuidad de Núñez. “Laporta ha sido el que ha cambiado con el tiempo sin dejar de ser Laporta”, coinciden algunos de los que continúan a su lado y se felicitan por su facilidad para conectar con la gent blaugrana después del paréntesis político, independentista convencido desde los tiempos del PI con Pilar Rahola, diputado en el Parlament de Catalunya por Solidaritat Catalana per la Independència y después concejal en el ayuntamiento de Barcelona. El currículo político no le ha penalizado necesariamente en su intento de aglutinar al barcelonismo en su vuelta al Barça. Hoy cuesta llevar la contraria a Laporta.
Afortunado o certero, tiene el don de presentarse como el personaje oportuno en el momento ideal, como diría el periodista Joaquín Luna. “El triunfo de Laporta fue un error del sistema porque fuimos considerados una directiva okupa”, sostiene el exvicepresidente Albert Vicens cuando recuerda el triunfo de 2003 ante Lluís Bassat, un candidato de consenso que reunió a influyentes representantes políticos (Miquel Roca i Junyent), económicos (Salvador Alemany) y deportivos (Pep Guardiola). Hoy, aquellos poderes fácticos que jugaron en contra enmudecieron y se pliegan al ascendente de Laporta. Nadie movió un dedo en su contra y cuantos cuestionan sus decisiones son reprendidos por quienes se consideran templarios del Camp Nou.
La pancarta del Bernabéu
“Hay una diferencia abismal para entender al presidente de 2003 y al del 2021”, argumenta uno de los íntimos colaboradores del presidente del Barça. “Viaja sin retrovisor, no tiene rencor y ha madurado tanto que si antes amenazaba con despedir a cuantos se cruzaran a su paso camino del Camp Nou ahora se muestra dispuesto a hablar con cada uno para saber de su situación, una disposición lógica si tenemos en cuenta que han pasado 18 años”, afirma esa fuente. “Yo le he votado a pesar de todos sus defectos”, remacha otro de sus exdirectivos en una frase que sintetiza su éxito frente a Víctor Font, partidario de un cambio radical, y Toni Freixa, el candidato de la tercera vía, defensor de la unión entre cruyffistas y nuñistas, colaborador en su día de Laporta, Rosell y Bartomeu.
No se discute que Laporta pueda administrar a los muchos activos barcelonistas, figuras como Xavi Hernández y Jordi Cruyff, que figuraban como los líderes del proyecto deportivo de Font, de la misma manera que no se le reprochan los errores de su pasado, como si hubieran prescrito o hubiera pagado por todos, cuando fue sometido al escarnio público —algunos medios publicaron incluso facturas de sus almuerzos más convencionales— y a una acción de responsabilidad social por parte de la junta de Rosell. La sensación general es que ya se sabe cuanto de malo se podía saber de Laporta y por tanto no hay que hurgar más sus negocios con Uzbekistán, en los espionajes y ni si puso en riesgo la economía del club después de nombrar como director general a Joan Oliver.
Aun cuando hoy todavía se polemiza sobre el balance económico y sus múltiples interpretaciones, el traspaso de poderes de Laporta a Rosell siempre se consideró menos traumático, ni que fuera por el patrimonio deportivo, que el de Gaspart o el de Bartomeu. Laporta, en cualquier caso, siempre ha tenido cintura para que sus fallos se olvidaran, no contaran o se atribuyeran a un egocentrismo necesario para defender al Barça. Muy ocurrente y único en la improvisación, Laporta se distingue por su buena cintura: anunció a Beckham, apostó después por Ayala-Albelda-Aimar y presumió al final de Ronaldinho. Y abrazó el patrocinio de Unicef después de negociar con una farmacéutica y más tarde con el Gobierno de Pekín.
La gracia de Laporta está en su imperfección para afrontar la incertidumbre frente a los que disponen de organigramas y organizaciones que se suponen infalibles y por tanto no necesitan ser validadas en un proceso electoral, ya sea en 2003 ante Bassat o 2021 frente a Font. El lema laportista ha sido inequívoco: experiencia y valentía para salir de un apuro extremo generado por quienes presumen de ser avalados por Esade. “Ho tornarem a fer” (Lo volveremos a hacer) ha repetido para retener a sus fieles (alrededor de 14.000 socios) y conquistar a los desencantados después de identificar al Madrid como enemigo: “Ganas de volver a veros”, se leía en la pancarta del Bernabéu. “El Madrid no ganó una sola Champions cuando yo mandaba”, remachó en TV-3.
No hay mejor bandera que la autoestima y el optimismo en tiempos de victimismo y pesimismo en el Barça y en Cataluña. Y la imagen de Laporta proyecta la sala Luz de Gas y el champán, las Champions de París y Roma, la alegría azulgrana frente a las penalidades del Madrid. Ha metabolizado los mejores momentos y expulsado los peores después de ser fiel al enunciado de un madridista como Javier Marías: el fútbol es la recuperación semanal de la infancia (Salvajes y sentimentales). No hay que olvidar que a diferencia de Núñez, Gaspart, Rosell y Bartomeu, Laporta ha sido el único presidente que agotado su mandato a pesar de la moción de censura a la que fue sometido en 2008 y superó por seis puntos (66% frente a 60%).
El poder de seducción del carismático Laporta llega al extremo de que se le atribuye que Messi votara por primera vez después de que en verano quisiera dejar el Barça. No se sabe cómo piensa convencer al 10 o superar la crisis financiera —la apuesta de los bonus es confusa—, también se desconoce quién será su director deportivo —se baraja el nombre de Jordi Cruyff— y el económico —se supone que se decanta por un supuesto madridista como Mateo Alemany— y no queda claro si aceptaría jugar en Montjuïc en el caso de que el Espai Barça obligue a cerrar por obras el Camp Nou. Y se le supone capaz de remontar la crítica situación el Barça. Amigo y discípulo de Johan Cruyff, comparece como la reencarnación del fundador Joan Gamper para salvar al Barça.
La emotividad pesa más que la racionalidad en un momento de tanta desorientación general en el club azulgrana y en el país que a nadie le preocupa quién costeará el aval de 124,5 millones de euros que debe presentar a LaLiga para validar su cargo de presidente del FC Barcelona. Laporta funciona como si fuera el Rey Sol en los momentos de mayor oscuridad en el Camp Nou.
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