El Barça, entre El Cielo y el Apocalipsis
A las órdenes de Bartomeu han trabajado cuatro directores deportivos, tres entrenadores, y se ha fichado a más de setenta futbolistas, pero apenas hay 17 jugadores para terminar la temporada
Josep María Bartomeu y sus políticas anestésicas han conseguido algo imposible de creer hace apenas unos años: que el Barça se plantee fichar a un delantero de 32 años, suplente en el Getafe, y que no dimita en bloque hasta el Govern de la Generalitat. Su mandato, salvo milagro de última hora, pasará a la historia como uno de los mayores procesos degenerativos del fútbol moderno, pero también como una época de parsimonia social y aceptación reposada de la tragedia. El proyecto Bartomeu —suponiendo que haya uno, más allá de estirar la magnífica herencia recibida— se desmorona estrepitosamente y el socio apenas acierta a entonar un “¡qué irse, qué apagarse!”, como si, al menos, encontrara un cierto consuelo en aprovechar la ocasión para rendir merecido homenaje al fallecido José Luis Cuerda.
Hace tiempo se sospecha —algunos lo sospechamos, vaya— que los mejores presidentes que ha tenido el Barça en la última década se sentaron en el banquillo. Me refiero, claro está, al que acoge a los entrenadores y suplentes durante los partidos, que de sentarse en otros banquillos también saben algunos inquilinos del palco presidencial para desgracia penal y económica del club. Pep Guardiola es el caso más reconocible de entrenador multitarea, pero hasta el recién llegado Setién ha empezado a practicar esa especie de presidencia subrogada, de liderazgo no retribuido, que tanto tranquiliza al socio y aficionado culé cuando se advierte el vacío en la sala de máquinas. Por contra, desde los despachos del Camp Nou no han sabido corresponderles en consecuencia y como entrenadores han resultado nefastos, que es lo que suele pasar cuando los ejecutivos empiezan a jugar al Subbuteo con migas de pan en los restaurantes.
“Tenemos la mejor plantilla del mundo”, repite Bartomeu cada verano con el saco lleno de apuestas efectistas y otros caprichos varios. A sus órdenes han trabajado cuatro directores deportivos, tres entrenadores, y se ha fichado a más de setenta futbolistas, repartidos entre el primer equipo y el filial. ¿La realidad? Ambas plantillas cuentan con apenas 17 jugadores para terminar la temporada, sin contar a los lesionados. ¿El drama? Ni uno solo de los 47 reclutados para el filial han servido para parchear —ya no digamos apuntalar— el primer equipo. ¿El temor? O los responsables son unos verdaderos ineptos en la captación y tratamiento del talento o algo nos estamos perdiendo en este ir y venir de mercancías perecederas, a menudo infladas en su valoración y expectativas. De esto se quejaba también Leo Messi este martes, cansado de ver su nombre en la diana porque nadie es capaz de asumir responsabilidades en la presunta planificación deportiva del club.
No es menos cierto que el argentino ha dicho la suya en alguna que otra operación controvertida (Paulinho, Coutinho, Arturo Vidal...), lo normal en una entidad que se sostiene sobre su espalda desde ya ni se sabe. Pero de ahí a consentir que su liderazgo sirva de excusa recurrente va todo un mundo, el mismo que no será suficiente para esconderse como decida señalar abiertamente a quienes están dejando el club como el alma de Luis Mazacanes, otro de los inolvidables personajes de Cuerda: a medio camino entre El Cielo, provincia de Albacete, y el Apocalipsis.
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