Kobe Bryant, la mezcla perfecta del yo y el nosotros
La manera en la que recorrió el camino para intentar llegar hasta Jordan fue lo que le hizo ser enorme. Interiorizó una autoexigencia que le llevó directo a la historia
Pasan las horas y sigue siendo difícil de asumir que Kobe Bryant se nos ha ido. Queda la tristeza por una familia destrozada y por la pérdida de un icono del baloncesto. Nos han robado demasiado pronto a una figura irrepetible, a un embajador del deporte que trascendió su dimensión como jugador.
Era un competidor salvaje, un caníbal dentro de la pista, pero a la vez siempre fue respetuoso, cercano y amable. Su carisma le convirtió en un icono global. Tenía una capacidad de trabajo increíble y un espíritu insaciable para renovar la ambición. Solo así se alcanzan cinco anillos, dos oros olímpicos, 18 presencias en el All Star… y nunca frenó esa pasión por ganar hasta el día de su retirada.
A todos los que disputamos la final olímpica de Pekín, en 2008, nos marcó su figura, por lo que transmitía. Ese día logramos llevar al límite a la selección estadounidense, hasta el punto de hacerles ver que corrían el riesgo de perder la final. Pero Kobe tomó el mando y cambió el partido con dos o tres acciones consecutivas. Ahí descubrimos en primera persona la famosa mentalidad de Kobe. La que le impulsó durante toda su carrera.
Casi cada año, la NBA abre un nuevo capítulo para nombrar al heredero de Michael Jordan y todos los aludidos rechazan esa gigantesca comparación, como es normal. Solo Kobe Bryant asumió el reto. Lo hizo sabiendo que era muy difícil ganar ese partido, pero como él mismo dijo: “lo importante no es el final; lo importante es el camino”. Y la manera en la que recorrió ese camino para intentar llegar hasta Jordan fue lo que le hizo ser enorme. No por el hecho de aceptar el órdago, sino por interiorizar una autoexigencia que le llevó directo a la historia.
Rompió todos los clichés de los deportistas por su cultura y educación, por su conocimiento de la realidad de su deporte, del baloncesto europeo, de los métodos de trabajo… Por el respeto que transmitió siempre, con la misma capacidad hipnótica que tenía en la pista. En la ceremonia de inauguración de los Juegos de Pekín 2008, fue el astro más solicitado por los propios deportistas para sus selfies, por encima de muchas celebridades de todas las disciplinas.
Comparar a mitos de diferentes eras es tan complicado que siempre lleva a la injusticia, pero no hay discusión en que Kobe Bryant ha sido un icono mundial, más allá del ámbito deportivo. Para los deportistas de élite, para los baloncestistas, para los amantes del deporte, fue una figura inspiradora. De esas cuyos valores quiere la gente trasladar a sus vidas. Fue un ejemplo de superación. Enseñó a asumir los retos, a no rendirse, y a equilibrar esa individualidad colectiva tan curiosa que solo él lograba manejar. Esa mezcla perfecta del yo y el nosotros. Perdemos a una leyenda.
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