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alienación indebida
Columna
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Hazard y la lengua negra

Quién le iba a decir a un futbolista de semejante categoría que su primer reto en España consistiría en cerrar bocas

Rafa Cabeleira
Zidane reconforta a Hazard en un partido de la Liga de Campeones.
Zidane reconforta a Hazard en un partido de la Liga de Campeones.PETER POWELL (AP)

Si a los estadios no les hubiesen extirpado las cuerdas vocales, Eden Hazard iría camino de aprender el significado de la palabra runrún del modo menos deseable y, al mismo tiempo, más instructivo: con la práctica. No existe otro club en el mundo donde las expectativas caduquen a tanta velocidad y, pocos, muy pocos con la paciencia necesaria para soportar lo que ya empieza a parecer un claro defecto de puesta a punto, un erre que erre constante... Pero bien: las lecciones de castellano, mejor de una en una. Cuando su maltrecho tobillo parecía preparado para la competición, ahora es una nueva lesión muscular la que lo mantendrá alejado de los terrenos de juego otras cuatro semanas, lo que supondrían las vacaciones íntegras de un trabajador cualquiera, sin duda la comparación más populista que se me haya podido ocurrir.

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Todo lo que uno haya podido conseguir a lo largo de su vida deportiva no sirve de nada cuando se enfunda la camiseta del Real Madrid. Ni siquiera a quienes la han defendido durante años y alcanzado la gloria vestidos de blanco les vale de nada, pues el madridismo es una congregación casi religiosa que exige una renovación de los votos casi constante. Esto lo saben integrantes de la actual plantilla como Sergio Ramos, Marcelo o Benzemá, y otras grandes leyendas del club como Casillas, Raúl o Butragueño, acosados en algún momento de sus carreras por el mosqueo colectivo de un estadio que primero exige, luego increpa y al final pregunta: si el pasado sirviera de algo en Concha Espina, el dorsal número siete lo seguiría luciendo Amancio Amaro Varela, no Eden Hazard. Para el belga, el cronómetro ha comenzado a correr en sentido contrario, como las pujas del camarón en las lonjas gallegas, que siempre van de más a menos, y a su regreso portará tal mochila de débitos que ya veremos hasta dónde están dispuestos a darle crédito quienes no escatimaron ilusión y buenos deseos con su fichaje.

La calidad del atacante es tan indiscutible como su escaso rendimiento desde que dejó las islas para recalar en Mordor, ese Madrid de lengua negra que devora a todo aquel que no se gana el derecho a llamarse héroe, a excepción, claro está, de Antonio Cassano. De hecho, no son pocos los que han intuido en su físico los peores recuerdos del italiano y la cara de Kaká, otra víctima ilustre del peso de la historia vikinga, ese conjunto de leyendas mesetarias que se resumen en un solo verbo: ganar. Ni siquiera el título de Liga conquistado este verano –suyo solo en teoría– puede ocultar una cierta decepción con un futbolista que venía a marcar diferencias y acumula más partes de baja que partidos oficiales, justo el tipo de déficit que peor soporta la hinchada merengue. El Real es un club que solo se encuentra cómodo en el terreno de las certezas, aunque no sean del todo positivas, y este Hazard eternamente magullado lo obliga a especular, a temerse lo peor, que para el caso bien podría ser la imposibilidad de pitar como se merece al último soldado predestinado al aplauso. Quién le iba a decir a un futbolista de semejante categoría que su primer reto en España consistiría en cerrar bocas y aprender el significado de algunas onomatopeyas... Pues en esas estamos: ¡Boom!

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