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Un Tour de tres velocidades

Los equipos de Roglic y Bernal marcarán el ritmo de un pelotón más estratificado que nunca por los efectos de la pandemia, y con pocas esperanzas españolas

Carlos Arribas
Bernal, en segundo plano, y Carapaz, en Niza, en el Tour.
Bernal, en segundo plano, y Carapaz, en Niza, en el Tour.MARCO BERTORELLO (AFP)

En la pantalla de plasma los ciclistas del Tour son fantasmas en Niza, algunos enmascarados, casi irreconocibles, encerrados en su burbuja pero dispuestos a recorrer el mundo, o Francia, al menos, y cuesta hasta trabajo pensar que puedan hasta tener sentimientos o sufrir o gritar o llorar. Y no habrá aficionados ni en las salidas ni en las llegadas que con sus aplausos, jolgorio, petición de selfies o de autógrafos, les hagan sentir que forman parte de la vida, que los desabandonen para dejar de sentirse fuentes sedientas de labios.

Un mundo se va, quizás para siempre, y el que viene asusta; el ciclismo que viene, de jóvenes feroces que hacen sentir a los viejos que quizás era una milonga eso que tanto alababan sus padres y sus directores de que hay que tener paciencia, de que la madurez va unida a la victoria y ésta a la veteranía, y añoran los tiempos en que la gozaban arriesgándose a meter la pata, a equivocarse, pues solo del riesgo, entendían de jóvenes, nace la grandeza.

Así ha nacido el ciclismo del Covid, el de Remco rompiendo todos los pelotones y, a la misma velocidad, cayéndose por un puente; el de Van Aert, el símbolo más atractivo del Jumbo del tremendo Roglic; el ciclismo que ya no ofrece un hueco a Froome y Thomas, dos ganadores de Tour de la década última y ya, aparentemente, lejanísima; el ciclismo de tres velocidades —los que marcan el ritmo, los que aguantan, los que aguantan hasta que dejan de aguantar— que entrará en conflicto tres semanas en septiembre por Alpes, Cévennes, Pirineos, Macizo Central, Jura y Vosgos, las montañas y las montañitas que la literatura ha querido que simbolicen Francia, como las casas de piedra en la Provenza o las gargantas de los ríos viejos.

¿Un ciclismo de tres velocidades, es así?, le preguntan a Enric Mas, de 25 años, el joven líder del Movistar de toda la vida, y él responde que sí, que así está la cosa, y que él ha estado este agosto en la tercera velocidad, pero que ha trabajado muchísimo y que algo de ese trabajo saldrá en el Tour, que quizás podrá acabar entre los 15 o incluso entre los 10 primeros, donde estarán los de la segunda velocidad.

Es un rayo de sinceridad en el equipo de Alejandro Valverde, el más viejo del Tour, 40 años, con ya dos de ventaja sobre el segundo, quien añade que a lo mejor se sorprenden a sí mismos y acaban en la general más cerca aún. “Estarán mejor que en agosto”, promete Eusebio Unzue, el director, que, de repente, en apenas unos meses, ha pasado de guiar a una especie de Real Madrid del ciclismo (en el último Tour tenía a Nairo, ganador de Giro y Vuelta, podio tres veces en la grande boucle y líder del Arkea en 2020 y a Landa, la esperanza, ahora en el Bahréin; y tenía en el equipo a Carapaz, ganador del Giro, y a gregarios gigantescos como Amador, y ambos están ahora de ayudantes de Egan) a llevar a una especie de Osasuna, de jóvenes crecederos, y sigue creyendo en las virtudes de la paciencia. “Y espero que esa mejora será suficiente para estar entre los mejores. Y tanto Mas como Marc Soler estarán luchando por esta carrera antes que después”.

Los ciclistas en su doble burbuja, la que todos los deportistas de elite crean a su alrededor, su propio mundo, su foco y su concentración, sus miedos, y la que la protección sanitaria exige, y nadie puede ponerse en su cabeza y pensar qué pueden estar pensando, están alejados de todo, hasta de la realidad, como Mikel Landa, que dice que llega para ganar, o, por lo menos, para estar en el podio; o como Egan, el ganador saliente, a quien le gusta el sonido de su nombre, Igan, cuando lo pronuncian los ingleses, y que sigue afirmando que puede que el esqueleto y la médula espinal de su equipo, el Ineos Grenadiers (y lo dicen así, los granaderos del Ineos, como podrían decir los granaderos de la reina, aunque el apellido que se han buscado es el nombre de un modelo tipo Land Rover que fabrica su dueño, y no el de unos soldados especialistas), sea hispano o latino pero que el equipo sigue siendo inglés, ese orgullo. Y que sin ingleses seguirá igual de fuerte, aunque, claro, con otro estilo, pues Carapaz, a su lado, ojos de jugador de póker sobre la máscara que oculta su boca, estará con él, con el bolsillo repleto de granadas para desestabilizar. Y no muy lejos, su ruso-italiano-francés-pirenaico, Pavel Sivakov, debutante como Carapaz, demoledor en montaña y de brillante porvenir. Porque antes, explica, como Thomas y Froome son contrarrelojistas, justo estabilidad es lo que necesitaban. “Egan es ya el líder único”, dice Dave Brailsford, galés, el director del equipo y gestor de la revolución andina. “Merece serlo. Todo el equipo estará al 100% con él”.

Landa, a los 30 años, llega al Tour por fin como líder único de un equipo y una capacidad de destacar apenas puesta a prueba. “Llego con más confianza que nunca porque creen en mí, porque tengo todo el equipo detrás de mí”, dice el ciclista alavés, que está feliz con la sociedad estratificada del Tour, con una primera velocidad que mande y él en la segunda, a rueda, tranquilo, sin ánimo subversivo apenas ante el orden establecido. “Así se va mucho más cómodo, con el Ineos y el Jumbo delante y haciendo la selección, y con la responsabilidad de mantener el orden. La selección la harán ellos y se trata de estar allí. Y es normal que yo no esté entre los favoritos. Otros se lo merecen más”.

Una docena de destacados

Unzue calcula que en esa zona de aguante, resistiendo a Jumbos fabulosos —no solo Roglic o Dumoulin o Van Aert, también Gesink, Bennett, Kuss y hasta Tony Martin se mueven por el primer nivel— y a Ineos explosivos habrá hasta una docena de corredores, y que espera que esté alguno de los suyos, pero que serán muchos de todas maneras, y de varias generaciones: jóvenes como Pogacar, Dani Martínez o Higuita; de generación intermedia como Guillaume Martin, Supermán López con su guardia cerrada hispano-colombiana (Tejada, los Izagirre, Fraile, Luisle), o Buchmann, o más expertos, como Pinot, Bardet, Alaphilippe, Adam Yates y Nairo.

Valverde, que lo ha visto todo en el ciclismo, habla de que el regreso se ha vivido con una tensión que no conocía, que en las carreras que ha disputado era como si todos se jugaran la vida con cada pedalada, y Rigo Urán, el páter amatísimo de la última generación colombiana, y de sus polluelos en el EF Martínez e Higuita, a los que cuenta chistes y destensa, le da la razón, y repite lo que todos sienten, que se corre como si cada etapa fuera la última, la única.

Brailsford, que no se olvida de recordar en todas las ruedas de prensa que como él y su equipo, nadie, que ha ganado siete de los últimos ocho Tours y con cuatro corredores diferentes, Wiggins, Froome, Thomas y Bernal, en los tiempos en los que para llegar de amarillo a París bastaba con ser el mejor del Sky-Ineos, asiente y sentencia: “No sabemos si llegaremos a París este año, nadie lo sabe”. Y los ciclistas se suben más la máscara aún, hasta los ojos, y ya cuesta adivinar de cuántas cosas quieren protegerse. Como todos.

Mucha montaña, ya desde el domingo, y una sola contrarreloj

”Qué bien que haya montaña tan pronto”, sentencia Eusebio Unzue, el director del Movistar, que teme como al demonio las primeras semanas de todos los Tours dedicadas a peleas por el llano, a sprints pavorosos, a caídas inevitables. “Ya se crearán diferencias importantes y cada uno ya sabrá en qué parte del pelotón le corresponde estar”. Habla de la etapa del domingo, la segunda etapa, de Niza a Niza again, como el sábado, pero con dos primeras y un segunda, algo inaudito en la liturgia de los Tours, algo así como empezar la misa por la consagración. Y para continuar con la ruptura ya en la cuarta etapa habrá final alpino, con el regreso después de 31 años al Orcières-Merlette que en el 71 tan caro la fue a Ocaña y a todos los españoles, y tan malo para Merckx. Y en la sexta, nuevo final en alto, en el Mont Aigoual de las Cévennes al que peregrinan todos los cicloturistas que adoran El ciclista el hermoso libro de Tim Krabbé, y los que lloran a Roger Rivière, caído y paralizado en el vecino Perjuret. Los Pirineos llegan dos días después, el segundo sábado de Tour y tras un retorno al Macizo Central del Puy Mary en la 13ª etapa, la última semana se dedica al Jura del Grand Colombier y a los Alpes del Norte, de Méribel, el col de Loze y el Plateu de Glières. “Y es curioso”, analiza el director del Movistar. “Pero pese a que solo habrá una contrarreloj yo creo que el Tour se decidirá allí, porque preveo mucha igualdad en la montaña entre los mejores, caídas y desastres aparte”.

Se refiere Unzue a los 36,2 kilómetros de los Vosgos entre Lure y la Planche des Belles Filles, 30 kilómetros llanos, incluido el paso por Mélisey, el pueblo de Pinot, que allí cría corderos, y seis de brutal subida. El día D, claro.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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