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El Tour, como si no hubiera mañana

La ronda gala más incierta y excepcional parte este sábado de Niza, zona roja de covid-19, entre medidas sanitarias: un equipo con dos test PCR positivos en siete días será expulsado

Kasper Asgreen, del Deceuninck Quick-Step, con mascarilla antes de una sesión de entrenamiento previa al Tour en Niza.
Kasper Asgreen, del Deceuninck Quick-Step, con mascarilla antes de una sesión de entrenamiento previa al Tour en Niza.SEBASTIEN NOGIER (EFE)
Carlos Arribas

Podría aparecer por Niza chillona, calurosa y humidísima, Salvatore, el fraile hereje del Nombre de la rosa, gritando su penitenziagite, arrepentíos, el fin del mundo está ya aquí, y a nadie le extrañaría. Así está el pelotón, encerrado y agitado por la tremenda certidumbre de la fugacidad de la vida a dos días del comienzo del Tour más tardío (dos meses más tarde de sus habituales tres semanas en julio), excepcional e inaprensible. Como la vida, claro.

Los periodistas se sienten extraños entre sí, irreconocibles por las mascarillas, alejados de los ciclistas, tristes. Y en la sala de prensa no están ni Raymond Poulidor ni Gianni Mura, presencia constante en el Tour durante décadas, a quienes la muerte les ahorró vivir estos días inciertos, y su ausencia duele más. Los fotógrafos, ellos, se consuelan pensando que un Tour en septiembre, la luz de la cercanía del otoño, las sombras tremendas, les abrirá a posibilidades artísticas que el duro sol de julio les negaba.

Y nadie parece saber cómo agarrar una carrera que se disputará como se ha disputado el ciclismo desde su regreso en agosto tras el parón de la pandemia, como si cada día fuera el último, como si todos creyeran que el sol no saldrá el día siguiente.

“Como si no hubiera mañana, y esa frase ya no es una figura literaria, sino pura realidad”, dice Eusebio Unzue, el jefe del Movistar, quien, como los restantes equipos, alineará a toda su artillería, incluido Marc Soler, quien en un principio estaba reservado para correr el Giro, que comienza el 3 de octubre. “Y me llamaron del Giro a preguntarme que por qué no lo reservaba, y les dije, y entendieron, que quién sabe si habrá Giro tal y como avanza de nuevo la covid-19, y quién sabe cuántas etapas aguantará el Tour. ¿Llegará a París?”.

Pocas horas más tarde, José Castex, el primer ministro francés, incluía en la lista de departamentos considerados zona roja de coronavirus el de los Alpes marítimos, provincia de la que Niza es la capital, y su prefecto anunciaba que se limitará al máximo el acceso del público a los varios puertos que el Tour recorrerá el sábado y domingo en las dos primeras etapas. Y los corredores pasarán ante ellos como si esa etapa, la primera, la segunda, fuera la última oportunidad de su vida para destacar y firmar un nuevo contrato, y hay equipos, como el CCC, que desaparecerán y sus corredores buscan equipo, y hay equipos que limitarán sus plantillas en un 2021 de mayor incertidumbre aún. Y el domingo el Tour se mete por el Turini y las carreteras imposibles y peligrosas del rally de Montecarlo.

Los 22 equipos y los miles de personas que mueve diariamente la organización del Tour ya vivían desde el martes en su propia zona roja de seguridad extrema, o burbuja de burbujas, como la nueva normalidad obliga a designar a un pelotón enjaulado, alejado de cualquier contacto hasta con su familia prácticamente desde la primera semana de agosto, desde la Dauphiné, y la soledad aumenta el estrés aunque todos quieran creer que el tiempo ha pasado sin darse cuenta.

El miércoles todos se sometieron al segundo PCR previo al comienzo, y la descarga eléctrica mínima que los bastoncitos de toma de muestras provocan en sus fosas nasales hace que ya empiece a haber diferencias entre los corredores, entre los que se quejan de la molestia y los que aprecian el momento de micromasoquismo que les proporciona. El personal queda limitado a 30 personas por equipo (ocho ciclistas más 22 entre directores, médicos, cocineros, conductores, auxiliares, preparadores…) que deberán vivir aislados del resto de los equipos, en hoteles diferentes, en comedores propios. Y los periodistas, pocos y a tres metros de distancia como poco, y tan prohibidos en los hoteles de los equipos que por primera vez en su historia el Tour ni ha hecho público dónde se aloja cada uno. “Pero, claro, los hoteles no están cerrados al Tour, y nos encontramos con clientes que respetan, o no, las normas sanitarias, la distancia, la mascarilla, el lavado de manos”, añade Unzue. “Así que todas las precauciones que tomemos nosotros, y ni siquiera cogemos el ascensor, pueden no valernos para nada. Y las burbujas, claro, se disuelven diariamente en el pelotón, 176 corredores mezclados…”. Y el Tour ha avisado: dos PCR positivos en un mismo equipo en un plazo de siete días hará suponer que el virus está activo en esa burbuja, que será obligada a retirarse.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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