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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Barça tiene un solo problema, y se llama fútbol

Pensar que hay una conjura arbitral devuelve a los azulgrana a un tiempo pre-Johan en el que buscar culpables era más importante que jugar y ganar

Jorge Valdano
Jorge Valdano
Jorge Valdano

La culpa es del cha cha cha. El Barça, futbolísticamente, es un disco rayado, pero tiene un peligro mayor: creer que su problema es el VAR. Al equipo le cuesta mucho imponer su autoridad; al entrenador le cuesta mucho cambiar el orden establecido; y a Messi le cuesta mucho ser Messi si comprueba, una y otra vez, que todo depende de Messi… En situaciones así, lo peor que se puede hacer es mirar hacia otro lado. Pensar que hay una conjura arbitral contra el Barça tiene muchas desventajas. Les sirve a los jugadores una excusa en bandeja que Piqué ya está haciendo explícita. Activa un complejo de persecución que no hace más que transmitir sensación de debilidad. Y devuelve al Barça a un tiempo pre-Johan en el que buscar culpables era más importante que jugar y ganar. Le pueden poner toda la literatura que quieran, pero hoy el Barça tiene un solo problema, y se llama fútbol.

El Taladrador. A la cancha hay que entrar sin dudas, porque el primer nivel pide jugadores decididos. Mientras unos dosifican los esfuerzos físicos y otros no asumen riesgos para no equivocarse, Vinicius taladra las defensas contrarias sin compasión cada vez que recibe la pelota o ataca un espacio. Todos sus pecados son por exceso y ninguno interfiere en su plan, que no es otro que el de ganar los partidos. Gareth Bale piensa que la vida está siendo injusta con él y esa melancolía lo aleja de un puesto que aún no tiene dueño, el de extremo derecho. Vinicius, en cambio, poniéndole alma a lo que hace, expulsó hacia la posición de media punta a Hazard, en principio extremo izquierdo y figura indiscutible del equipo. Muy bien por Zidane, que entiende que la tierra es para el que la trabaja. Y, sobre todo, muy bien por Vinicius, el delantero que solo se hace una pregunta: ¿dónde está la portería?

Simeone y la practicidad. El Atlético está atropellando a sus rivales con un juego variado, enérgico y dominante. Como si el equipo estuviera pidiendo un mayor grado de protagonismo. Sobran candidatos para acompañar al poco menos que obligatorio Diego Costa. Simeone no ve al equipo preparado para que doble la función con Morata. Pero tiene a João Félix, un talento de esos que te ganan partidos en un suspiro, si uno sabe esperar su soplo de inspiración. Asoma, lleno de confianza, Marcos Llorente, que a la cantidad le suma eficacia. También Carrasco ha vuelto desatado y Correa sigue siendo un gran factor de desequilibrio. Pero la tormenta atacante suele durar hasta el primer gol. Luego, las olas de la costumbre devuelven al equipo de Simeone a su punto de partida: la alergia al riesgo. Cada vez que veo la contención de esa vitalidad ofensiva, me pregunto: ¿y si lo práctico fuera atacar? Respuesta: no sería Simeone.

¡Peligro! Las pausas para hidratación se han convertido en un tiempo muerto que los entrenadores emplean para cambiar detalles o la idea dominante del equipo en el partido. Dan ganas de gritar: “¡Hidratación!”, porque los jugadores siguen las instrucciones con tanto interés que se les olvida tomar agua. Los entrenadores están encantados con esa oportunidad de intervención. También los hay quienes disfrutan con los cinco cambios para renovar la energía o para cambiar la estructura misma del equipo. Más que medidas excepcionales, empiezo a ver este fútbol como un peligroso campo de experimentación. Estas disposiciones aumentan el poder de maniobra de los entrenadores, por lo que muchos estarán encantados si se mantienen vigentes en la normalización. Presionarán para ello. Pero el fútbol es un fenómeno cultural masivo en el que los entrenadores solo somos un eslabón más, sin ningún derecho para pretender cambiar las bases del juego.

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