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Fútbol alienante (o no)

Desde la decadencia del imperio a la Revolución de 1917 y la instauración de un estado socialista, la percepción del fútbol fue evolucionando con los acontecimientos

Pedro Zuazua
portada zuazua

El fútbol puede ser una cosa y la contraria. Pocas actividades lúdicas humanas han dado tanto juego a lo largo de la historia más allá de las líneas que limitan la cancha. El balompié pudo ser, en sus inicios, un elemento modernizador de sociedades y, al mismo tiempo, una práctica alienadora. Dependía del cristal a través del cual se mirara. Luego, eso sí, todos los prismas convergían: la fuerza de este deporte es tan global y transversal que resulta difícil escapar de la tentación de utilizarlo para otros fines.

En las últimas décadas de la Rusia zarista se anhelaba el progreso económico, social y cultural. Para lograrlo, se favoreció la llegada de extranjeros, muchos de ellos británicos. Con ellos, llegó el fútbol. Y el auge del deporte: el atletismo, el boxeo, el ajedrez o el ciclismo eran algunas de las disciplinas con más seguidores. Los primeros clubes, sin embargo, estaban formados por las clases acomodadas. Los trabajadores no disponían de tiempo para practicar deporte. Bastante tenían con sobrevivir.

¿Cómo se convirtió en un fenómeno de masas ligado a las clases populares? ¿Qué llevó a aquellos que lo reprobaban a utilizarlo en su propio beneficio? En Fútbol en el país de los soviets (Txalaparta), el historiador Carles Viñas ofrece respuestas para estas y otras muchas cuestiones relacionadas con la instrumentalización del fútbol en Rusia. Desde la decadencia del imperio a la Revolución de 1917 y la instauración de un estado socialista, la percepción del fútbol fue evolucionando con los acontecimientos. De ser ideológicamente incompatible con la sociedad socialista -la competitividad es parte de la esencia del capitalismo- a plataforma para transmitir “los valores éticos, morales y patrióticos inherentes al nuevo hombre soviético, que pretendía ser un modelo referencial que visibilizara la supremacía del socialismo en relación con el capitalismo”.

Eso sí, por mucho que las autoridades prefirieran al Dinamo, los hinchas se inclinaban hacia el Spartak. Da igual lo que dijeran los órganos de gobierno comunistas, Al final, fútbol es fútbol.

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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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