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Villacampa: “Flipé con Slavnic, mandaba como un general”

El exjugador y expresidente del Joventut rememora el juego y el carácter del base que sentó cátedra en Badalona y triunfó con una generación yugoslava dorada

Zoran Slavnic y Juan Corbalán, en un Real Madrid-Joventut, en 1978.
Zoran Slavnic y Juan Corbalán, en un Real Madrid-Joventut, en 1978.
Robert Álvarez

Jordi Villacampa tenía 14 años en 1977 y ningún ídolo en especial. Su pasión era el baloncesto, sin nombres ni apellidos. A menudo, después de entrenarse con los chavales del Joventut, se quedaba prendado viendo las sesiones del primer equipo. “El primer flash que me viene a la cabeza es haber visto a los hermanos Margall, a Santillana, a Buscató… Palabras mayores. Un buen día llegó Moka Slavnic. Y flipé. Era la bomba”, rememora quien luego se convirtió en un icono del club, con el que como jugador ganó una Copa de Europa en 1994, dos Ligas, dos Copas Korac y al que después presidió desde 1999 hasta 2017. Además, fue 158 veces internacional con la selección española.

El impacto de Slavnic en la Penya y en el baloncesto español fue acorde al que dejó un trazo imborrable en el baloncesto mundial aquella selección yugoslava con la que brilló junto a Cosic, Dalipagic, Kicanovic y Delibasic. Una formación que rompió la hegemonía de la URSS a nivel de selecciones con el oro en tres Europeos (1973, 1975 y 1977), en un Mundial (1978) y en unos Juegos Olímpicos (1980).

“Todo el mundo hablaba de él. Me quedé ensimismado viéndole cómo dirigía, cómo mandaba, cómo se enfrentaba en los uno contra uno con Margall. Lo veías como un niño, con esa admiración con la que otros chavales pudieron ver en su día a Epi o a Michael Jordan. Son jugadores tan buenos que te enganchan y que, a esas edades, hasta los sobredimensionas. Te parecen dioses”, cuenta Villacampa a sus 56 años. El imaginario de la NBA era remoto, inaccesible a principios de los 70 para los aficionados europeos. El pedestal lo compartían los italianos, con Marzorati y Meneghin, los rusos con Belov, los yugoslavos con Cosic y Dalipagic, y el Real Madrid de Luyk, Brabender, Corbalán y Walter Szczerbiak.

La llegada de Slavnic, base de 1,80m, a Badalona supuso un acontecimiento. El Joventut se permitió el lujo de pagar 5,6 millones de pesetas al Estrella Roja, una suma muy respetable por entonces, y 4,2 millones anuales a Slavnic con un contrato por dos temporadas.

Parecido a Zeljko Obradovic

Cuando Moka era un adolescente y hacía deporte por las calles de Belgrado, Miljan Miljanic, luego entrenador del Real Madrid, intentó convencerle sin éxito para que se dedicara al fútbol. Era tan descarado en la cancha como fuera de ella. Cuando llegó a Badalona declaró: “Quiero ser el Cruyff del Joventut”. Villacampa concede: “Cuadraba perfectamente con su carácter. Era un jeta. Era un poco como Zeljko [Obradovic, también base antes de convertirse en uno de los mejores entrenadores de Europa], un general en la cancha. No es que tuviera un talento maravilloso, pero mandaba, sabía a quién pasaba y a quién no, todo dependía de él. Como Zeljko, era el puto jefe. Eran muy conscientes de los grandes jugadores que tenían a su lado, pero lo tenían muy claro: ‘aquí mando yo’. Hay que tener en cuenta que entonces la posesión era de 30 segundos y los bases tenían la bola casi todo el tiempo. En la Penya, todos asumieron rápido que quien mandaba era él”.

Y más aún después de su éxito fulgurante al ganar la Liga en 1978, con un quinteto sin apenas cambios en el que formaba junto a Juan Ramón Fernández, Josep Maria Margall, Filbá y Santillana. Aquel título interrumpió la racha de 10 seguidos del Real Madrid, que ese mismo año ganó su séptima Copa de Europa. “Me acuerdo de ver por la tele, con Héctor Quiroga de locutor, cómo la Penya ganó a aquel equipazo del Madrid en la Ciudad Deportiva. Y también vi en el pabellón del Sant Josep, en Badalona, el partido que le ganó el Cotonificio [al que entonces dirigía Aíto García Reneses] al Real Madrid”. Aquel triunfo del Coto le permitió ganar el título al Joventut.

Apenas un año y medio después, cuando Villacampa tenía 16, el entrenador, Manel Comas, lo incorporó al primer equipo. En septiembre de 1980 disputaron un torneo en Split. Allí, Villacampa se enfrentó a Slavnic, que tras su periplo en la Penya había regresado a su país para jugar con el Sibenka Sibenik. “El viaje fue una odisea”, cuenta Villacampa. “Fuimos en un minibús. Hicimos la ruta por Cannes. Fuimos al casino. Tuvimos que despistar, porque yo no tenía la edad mínima para poder entrar. Una vez en Split me acuerdo de estar en una cancha llena a tope y ver a Moka y a Petrovic. A Petrovic no lo conocía, pero ya había oído hablar de él. Tenía 15 años, uno menos que yo. Llevaba una melena a lo afro. Otro descarado y más para mí, que entonces era muy tímido”.

Slavnic rompió con el estereotipo de los jugadores de la Penya. “No era un fino estilista. Era todo lo contrario al prototipo de jugador del Joventut. Éramos todos más bien técnicos, lo que llamaban finos estilistas. Veníamos de la época de Buscató, y con él estaban Manel Bosch, Margall, Santillana. No fue como luego, cuando siguieron saliendo jugadores muy buenos, pero que también son grandísimos defensores y muy agresivos, como Rudy o Ricky Rubio”. El propio Slavnic se definía como un pitbull. Su entrenador en Badalona, Antoni Serra, dijo de él: “Es el hombre más genial que he visto en una pista. Sabe mandar como ninguno”.

Slavnic concluyó su carrera como jugador en el Caserta en 1983. Ya como entrenador, regresó al Joventut en la temporada 1995-1996. Villacampa se acercaba al final de su carrera. No fueron buenos tiempos para un Joventut en crisis, ni para Slavnic. Pero nadie olvidará en la Penya a aquel base yugoslavo que lideró al equipo que rompió la hegemonía de un Madrid legendario.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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