Silencio: el fútbol está pensando
Hay que confiar en que el deporte salga de esta especie de retiro espiritual con una lección aprendida. Encontrar talento y formarlo siempre resultó barato


Tiempo de parálisis.
Siempre he creído que el fútbol está hecho de nostalgia (pasado), emoción (presente) y sueños (futuro). Pero el tiempo no mide igual desde que se personó el coronavirus. La nostalgia es la única beneficiada porque estiramos el tiempo hacia atrás viendo partidos antiguos que son patrimonios sentimentales, como fotos del pasado. También intentamos alargarlo, sin éxito, hacia adelante, con pronósticos absurdos, como si supiéramos los planes de la covid-19; o sugerencias bienintencionadas y disparatadas, como jugar cada 48 horas y hacer cinco cambios por partido. Pero el más perjudicado es el presente, que se ha quedado suspendido, como si el fútbol, perplejo por la incertidumbre y el miedo, hubiera preferido quedarse quieto. No es su naturaleza. El fútbol es acción, lo mismo cuando se grita un gol que cuando se echa a un entrenador. Dan ganas de abofetearlo para que espabile.
El bello durmiente
Al Barça, que es el único club que se mueve, le hubiera convenido quedarse quieto, porque solo da malas noticias. Pero también en Barcelona el fútbol detuvo el tiempo. Si le diéramos al play, ¿qué pasaría, por ejemplo, con Quique Setién? Cuando todo se paró, aún estaba bajo examen, esperando que el juego y los resultados le sacaran por fin de la sensación de provisionalidad con la que llegó. Como el fútbol no está dictando sentencia, seguimos sin saber si Quique está seguro, o no; si tiene apoyos en la directiva y en el vestuario, o no; si tiene futuro, o no. Oí a Quique con De la Morena y percibí la convicción de siempre en la defensa de sus ideas, pero le faltaba la autoridad del que se siente dueño de la situación cuando hablaba de la cantera o de los fichajes. Como la bella durmiente, solo podrá revivir con un beso de Messi.
Algo más que la economía
Si el fútbol no despierta será en los despachos donde se decidan campeones, ascensos, descensos y derechos para jugar en Europa. Todas las decisiones estarán viciadas porque los méritos, en el deporte, solo los dicta el terreno de juego y aún le quedan cosas que decir. Mejor con gente que sin gente, mejor con tiempo para una pretemporada que sin tiempo, mejor cada tres o cuatro días que cada 48 horas, y mejor jugar que no jugar. No puede ser que el momento de la parálisis consagre al campeón. Si la Liga se diera por terminada el campeón sería el Barça, si hubiera acabado una semana antes el campeón sería el Madrid. Pero terminar la Liga es también importante para los que pelean por una plaza europea y para los que están en zona de descenso y pretenden quemar el último cartucho… Y, sobre todo, para la justicia.
Lo que el tiempo debiera haber enseñado
Cuando vuelva en sí, el fútbol necesitará mucho dinero y esa avidez puede confundirlo. Temo que el fair play financiero se haga más laxo para no espantar a las grandes fortunas que puedan inyectar dinero al sistema. En estos días se habla de una posible venta del Newcastle United al fondo soberano de Arabia Saudí. Imposible no verlo como un intento de utilizar la magia del fútbol para ponerle una sonrisa a la siniestra imagen del príncipe heredero. Pero como la tentación es puramente económica, hay que confiar en que el fútbol salga de esta especie de retiro espiritual con una lección aprendida. Encontrar talento y formarlo siempre resultó barato. El dinero que los grandes clubes multiplicaron en las últimas décadas no fue, entonces, para crear más y mejores jugadores, sino solo para encarecerlos en una dinámica que solo el coronavirus supo frenar. ¿Cuánto tiempo durará la prudencia después de este susto? Lo que la pasión tarde en alocarnos de nuevo.
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