Dejen en paz a Ronaldinho
Como ocurre con tantos futbolistas brasileños, para él la vida siempre fue una fiesta, y el fútbol, juego que exagera la vida, una fiesta al cuadrado
Alegría encarcelada
Ronaldinho se pasó algunas semanas en la cárcel, situación que nos permitía dormir mucho más tranquilos por su evidente peligrosidad social. Si el nivel de delincuencia media fuera el de Ronaldinho, el mundo entero debería ser una cárcel. Una cosa es ser “tonto”, como lo definió su abogado, y otra delincuente. En el único lugar que Ronaldinho se comportó como un subversivo fue dentro de una cancha. Así como hay jugadores monótonos que juegan una y otra vez el mismo partido, existen otros que no hacen dos jugadas iguales ni de casualidad. Como ocurre con tantos futbolistas brasileños, para Ronaldinho la vida siempre fue una fiesta, y el fútbol, juego que exagera la vida, una fiesta al cuadrado. Era un placer verlo moverse como un invertebrado y con un pie que parecía hacer punto de ganchillo con la pelota. ¿Cómo va a ser peligroso un tipo que jugaba así?
Fabricantes de historias
Ronaldinho en la cárcel, metáfora de un fútbol cada vez menos libre. Los entrenadores lograron controlar el juego: homogeneizarlo, simetrizarlo, sistematizarlo, todas palabras complejas porque lo que lograron, efectivamente, es complejizarlo. Lo que ayuda para que el juego no aburra a las ovejas es el talento que renueva el asombro. Ese tipo de jugadores escribieron las grandes leyendas de la historia. También historias pequeñas que de pequeño nos deslumbraban. Ángel Cappa cuenta que en Bahía Blanca había un jugador que tenía un grifo de palometa en el jardín y él, desde unos 10 metros, lo abría y lo cerraba con un balón. El Bambino Veira dice que un día visitó al Coco Rossi, de profesión tirador de caños, y cuando entró en su casa y dio el primer paso, Rossi le tiro un caño con una pobre tortuga que andaba por ahí. No busquen ya anécdotas de este tipo.
La hormiga pretenciosa
Pero aquí el fútbol entra en una gran contradicción. La gente, cada vez más, consume experiencias antes que cosas. Un viaje exótico, una comida en un restaurante singular, un partido de fútbol que promete emoción y belleza… Por la emoción no nos preocupemos porque el fútbol la asegura, pero la belleza pasó a ser ingenua porque, si se toma libertades, puede romper los engranajes que estructuran un equipo. Dice José Antonio Marina que “la hormiga que construye el hormiguero vive rutinas implacablemente reales. Si una hormiga fuera capaz de imaginar una vida diferente, el hormiguero saltaría por los aires”. Ronaldinho era el que se imaginaba un mundo diferente. Pero la tendencia es que los jugadores adquieran hábitos, que son modos de obrar por repetición de un acto, para que terminen jugando de memoria. Si a usted le gusta el fútbol, ¿a qué espécimen metería en la cárcel?
Entre dos mundos
El caso Ronaldinho nos pone ante otro tema interesante: el día después. ¿Cómo adaptarse a una vida corriente después de haber sido una leyenda? Ya sé que deberían haber cuidado más su dinero y sus costumbres. O haberse preparado mejor. Pero es difícil pensar en ello mientras se juega profesionalmente. Primero, porque estudiar no mejora al futbolista como tal. Ni siquiera saber el año en que se instauró el fuera de juego te ayuda a no caer. No hablemos de la utilidad práctica de los números primos. Pero segundo, y esto es más importante, el fútbol es una pasión obsesiva que requiere de una entrega temprana y total. Aunque no lo crean se requiere una concentración casi ascética. Como dice David Foster Wallace: hay que “subsumir casi todos los otros rasgos de la vida humana a un único talento y a la única meta elegida”. Dicho lo cual, pido que dejen en paz a Ronaldinho. Y ya que estoy reivindicativo, al fútbol también.
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