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Los diablos de Cali abandonan el purgatorio

El América, campeón del fútbol colombiano, supera su paso por la Segunda División y regresa a la Copa Libertadores, el torneo en el cual hizo época propulsado por el dinero del narcotráfico

Santiago Torrado
América celebra el título de la liga colombiana tras derrotar al Junior, en diciembre.
América celebra el título de la liga colombiana tras derrotar al Junior, en diciembre.Gabriel Aponte / Staff (Getty Images)

Es noche de fútbol en el barrio de San Fernando. El América, campeón del fútbol de Colombia, le empata al Deportivo Cali cerca del final del partido y el estadio Pascual Guerrero retumba con el cántico “¡yo te sigo a todas partes a donde vas!”. Un aliento que nunca se extinguió, a pesar del largo purgatorio que han atravesado los diablos rojos, una crisis provocada por el mismo dinero del narcotráfico que antes detonó la era dorada del equipo. A pesar de que el clásico no se jugó durante los cinco años en que América deambuló por la Segunda División –llamada Primera B en Colombia–, los dos clubes de la capital del Valle del Cauca han renovado su añeja rivalidad.

El clásico del sábado (1-1) fue también el último partido antes de que el América, “la pasión del pueblo”, vuelva a competir, este martes, en la Copa Libertadores, el torneo en el que marcó una época. Apodado La Mechita, una expresión para referirse a un trapo viejo, ha sido tradicionalmente el club de las clases populares –obreros, cortadores de caña de azúcar, afrodescendientes–, mientras Cali el de las élites. “La construcción identitaria de ambos se hizo sobre una lógica muy binaria: ricos y pobres”, explica Jaime Londoño, investigador de la universidad Icesi sumergido en el mundo de las barras. “El hincha americano es muy fervoroso, y vive en La Caldera”, añade en alusión al Pascual.

“Cali es festiva, es salsa, música, alegría, fiesta… Y cuando gana el América, lo es en su máximo esplendor”, lo complementa Alejandra López, autora del libro ¡Y dale, rojo, dale!, una crónica del sufrido regreso a la Primera División que no rehúye la espinosa historia de las fortunas ilícitas que permearon al club de sus amores. El descenso, apunta, fue una manera de expiar sus pecados.

El fútbol colombiano ha estado marcado por los capos de la droga. Al igual que Medellín, Cali sufrió a finales del siglo pasado el estigma del narcotráfico. Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, los hermanos que dirigieron el cartel de Cali, se hicieron con el control del América en 1979, una sombra que se alargó por décadas. El América, asediado por supuestas maldiciones, no había levantado un título en su primer medio siglo, pero ese año llegó la primera estrella, preámbulo de cinco campeonatos consecutivos (1982-1986) bajo el mando del técnico Gabriel Ochoa Uribe.

Esos dineros calientes, como reza el eufemismo colombiano, permitieron contrataciones estelares. Primero, los internacionales paraguayos Juan Manuel Battaglia y Gerardo González Aquino. Después, el arquero argentino Julio César Falcioni, su compatriota Ricardo Gareca y el paraguayo Roberto Cabañas, con sus goles acrobáticos. A ellos se sumaron cracks locales como Willington Ortiz o Alex Escobar, el pibe del barrio obrero.

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Con nóminas deslumbrantes, el América dominó la Libertadores durante los ochenta, aunque el infortunio le impidió levantar la copa a pesar de esa chequera inagotable. Cayó en tres finales consecutivas, la de 1985 contra Argentinos Juniors, la de un año después ante River Plate y, en la más desoladora de las derrotas: la de 1987 frente a Peñarol. En esa ocasión, la ciudad se quedó sin luz mientras la gente celebraba un título que se esfumó con un gol uruguayo en el último suspiro. La década concluyó con el asesinato en Medellín del árbitro Álvaro Ortega y la suspensión del campeonato.

El diablo satanizado

En los noventa, mermó la llegada de astros extranjeros, arreció la guerra del Estado contra los carteles y los hermanos Rodríguez fueron capturados para después ser extraditados a Estados Unidos. Sin embargo, el equipo siguió sumando títulos locales y participaciones en Libertadores. Incluso perdió otra final ante River Plate, en 1996. Ese año fue incluido en la temida Lista Clinton, que la Casa Blanca elabora para sancionar a empresas relacionadas con el narcotráfico.

No era ningún secreto. Anthony El pitufo de Ávila, un ídolo americano, llegó a dedicar un gol clave con la selección colombiana en las eliminatorias a Francia 98 a “unas personas que están privadas de la libertad…Gilberto y Miguel”. Varios equipos colombianos estuvieron manchados, pero América, sin la posibilidad de patrocinios ni cuentas bancarias, fue el que pagó el precio más alto. La crisis se hizo inocultable en 2011 con el descenso al infierno de la segunda categoría.

“En esos cinco años en la B, se devolvió el cassette a la época en que América era La Mechita y no ganaba nada. La gente lo acompañaba por esas ansías, ese deseo de recuperar el pedestal que perdió”, explica César Polanía, editor de deportes de El País de Cali, el diario local. Así como en los 80 paseó su fútbol por el continente, en Segunda elevó el perfil de la competencia al arrastrar multitudes a los estadios de pequeñas poblaciones. Acumuló una deuda cercana a nueve millones de dólares y estuvo cerca de desaparecer. “Hoy el equipo está tratando de recuperar esa grandeza limpiamente”, valora.

“Lo único bueno que pudo haber traído alguna vez el narcotráfico a esta ciudad es que los Rodríguez tuviesen al América, y que Cali tuviese a Falcioni, a Gareca, a Battaglia, a Cabañas jugando fútbol en el Pascual”, dice Jorge Iván Ospina, el alcalde de Cali. Mientras permaneciera en la lista Clinton, “era mucho más fácil que el equipo fuese manejado de manera informal por lo ilegal, por testaferros, piratas y delincuentes”, explica a EL PAÍS en su despacho, el mismo que ya había ocupado entre 2008 y 2011. En esa primera alcaldía promovió el resurgir del América desde la legalidad, y se reunió con todo tipo de autoridades estadounidenses para explicarles la fuerza y el arraigo del equipo. La Libertadores, sostiene, es un “anhelo colectivo”.

América salió del listado en 2013 y regresaron los patrocinios. En el ocaso de su carrera, el argentino Ernesto Farías fue uno de los héroes del ascenso de 2016 al marcar en el partido decisivo contra Quindio (2-1). Entre posters de estrellas de la salsa, un popular cartel en honor del Tecla, acompañado del lema “La resurrección”, ocupa un lugar en La Linterna, la legendaria imprenta de la ciudad.

El diablo está de regreso. Con un fútbol práctico y los goles de Michael Rangel, el equipo del técnico brasileño Alexandre Guimarães celebró en diciembre su decimocuarta Liga. Fue una temporada redonda porque el equipo femenino también había conquistado el torneo local. “Después de cinco años de espera en la B, nada es demasiado pronto”, dice Tulio Gómez, un empresario de los supermercados que se convirtió en el máximo accionista del club. “Hemos saneado mucho, pero nos falta todavía”, apunta sobre las finanzas.

América de Cali, sediento de títulos, regresa a su adorada Copa Libertadores, donde comparte grupo con los brasileños Gremio e Internacional y Universidad Católica de Chile. Su gran fichaje fue el emotivo regreso de Adrián Ramos, el veterano delantero que fue campeón en 2008 antes de jugar una década en Hertha Berlín, Borussia Dortmund y Granada. Los hinchas están de nuevo volcados a la esquiva gloria continental y, cuando enfrente el martes a Gremio, se propone demostrar que el estadio Pascual sigue siendo La Caldera del diablo.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.

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