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Alienación indebida
Columna
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Phil Mickelson, atrapado en el tiempo

El estadounidense ha terminado seis veces segundo en el US Open, que este verano se disputa en Pebble Beach, donde acaba de ganar un torneo

Rafa Cabeleira
Phil Mickelson, el lunes en la ronda final del torneo AT&T Pebble Beach.
Phil Mickelson, el lunes en la ronda final del torneo AT&T Pebble Beach.Michael Madrid (USA TODAY Sports)

No deja de ser curioso que el golf, con toda su parafernalia elitista y demodé a cuestas, sea el deporte más democrático y modernizado de cuantos conforman la escena olímpica y profesional en la actualidad. Ningún otro arroja tantos ganadores diferentes a lo largo de una temporada, muy pocos discriminan menos por físico y por edad. Lo acaba de demostrar Phil Mickelson una vez más, ganador del AT&T de Pebble Beach a los 48 años, 27 después de haber debutado como profesional en ese mismo campo al que, en Galicia, y como dato curioso, se lo conoce como “La Toja de Monterrey, California”.

Ocurrió a finales de junio, en 1992. El U.S. Open celebraba su edición número 92 en el majestuoso links de Carmel Bay y Mickelson se convertía en la sensación de la primera jornada al entregar una tarjeta de 68 golpes, a solo dos del líder, el también estadounidense Gil Morgan. Lo verdaderamente excepcional de su actuación es que no resultara una sorpresa para casi nadie. Aquel zurdo voluminoso, con aspecto de funcionario de correos acomodado, había ganado ya un torneo del circuito profesional americano como amateur, una proeza al alcance de un puñado de elegidos, y sus tres campeonatos universitarios le conferían categoría de leyenda entre los Sun Devils de Arizona State. Muchos años después, un joven estudiante de la misma universidad lo derrotaría en duelo singular. “Acepté su apuesta de 60 dólares a pesar de que solo tenía 40 en la cartera y le gané”, explicaba aquel zagal de formas redondeadas, estrepitoso como un buey sagrado: se llamaba Jon Rahm.

Pebble Beach y U.S. Open forman parte de la historia personal de Mickelson por derecho propio, para lo bueno y para lo malo. El del pasado fin de semana era el quinto trofeo que levantaba en el paraíso californiano, el mismo en que su abuelo trabajó como caddie desde su inauguración, en 1919. Lo hizo, además, utilizando como marcador un dólar de plata que el viejo Al Santos había conseguido como propina: prometió conservarlo para dar suerte a la familia. En los demás torneos, Mickelson utiliza una réplica del mismo; el original lo reserva para la hierba que tantas veces recorrió, con una bolsa a cuestas, el abuelo Al. Quién sabe si la superstición podría ser su gran aliada para poner fin, de una vez por todas, a la maldición que acompaña sus múltiples desencuentros con el U.S. Open.

Seis veces ha terminado como segundo un torneo que este mismo verano regresa a La Toja de Monterrey: Pebble Beach. Allí reside —entre otras muchas celebridades— Bill Murray, el protagonista de la película que mejor resume el tortuoso idilio de Mickelson con su particular día de la marmota: Atrapado en el tiempo. La derrota ante Henrik Stenson, en el Open de 2017, pasará a la historia como uno de los duelos más épicos en la historia de este deporte pero durante meses se consideró el canto del cisne de una leyenda que comenzaba —o eso parecía— a languidecer. Su victoria del pasado fin de semana parece justificar las ilusiones de quienes todavía sueñan con ver a Phil Mickelson completando el Grand Slam. Tiene de su parte la experiencia, la ilusión del renacido y el dólar de plata que heredó de su abuelo: bien haría en no apostarlo contra el pupilo predilecto de su hermano Tim.

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