Joan Oliver, de TV3 y el Barça, a la poltrona del Reus
El dueño del club reusense dirigió la cadena autonómica y fue director general de la entidad azulgrana en la etapa de Joan Laporta
Joan Oliver i Fontanet es un hombre de éxito. O lo era hasta chocar con la montaña de problemas que le ha acarreado el CF Reus Deportiu, una entidad que este año debería celebrar 110 años de historia pero que vive instalada en el condicional porque, según las palabras del propio dueño del club, “nada está garantizado”. El Reus no se sacude los problemas de deudas e impagos que han dejado bajo mínimos su primera plantilla y que comprometen la competitividad de la segunda vuelta del campeonato de Segunda División.
Dentro y fuera del Reus, todos los dedos acusadores señalan al máximo accionista del club. A Joan Oliver le quedan un par de años para alcanzar la edad meritoria pero confiesa que le gustaría estar ya jubilado. Dice no tener ningún interés en perpetuarse en el palco del Reus pero que “la responsabilidad” le impide irse hasta que no resuelva la venta del club. Una operación que a los futbolistas les aseguró tener atada pero que, como tantos otros anuncios, ha terminado siendo humo.
Oliver es licenciado en Historia y su trayectoria profesional dibuja una curva ascendente hasta alcanzar la cumbre de dos de las instituciones más consagradas de Cataluña: TV3 y el Barça. En la tele pública dirigió y presentó el matinal Bon dia, Catalunya antes de que, en 2002, el Consejo de Administración de la radio y la televisión catalana lo aupara a dirigir TV3. Oliver tenía buena relación con Artur Mas, entonces conseller en cap de la Generalitat, y su nombramiento tuvo el beneplácito de Convergència, de ERC y del PP, y la oposición del PSC. El Sindicato de Periodistas calificó la designación como una “opción nefasta”. Duró dos años en el cargo y, entonces se dedicó a sus negocios personales, centrado en los trabajos de consultoría y comunicación para empresas y corporaciones, hasta que Joan Laporta le reclutó para la directiva del Barça. En calidad de director general del club tuvo las manos libres para ejercer como máximo responsable ejecutivo de la entidad.
En lo deportivo, aquel fue el mejor Barça de la historia, pero a Oliver le salpicaron varios temas peliagudos, el más escandaloso el que tuvo que ver con un encargo para que se espiara a cuatro vicepresidentes. Oliver admitió haber ordenado los seguimientos pero alegó que se hizo “por su seguridad” y no para escrutar los movimientos de los directivos. Las prácticas del director general no minaron la confianza que le tenía Laporta y cuando este trató, en 2015, de alcanzar otra vez la presidencia del Barça, le presentó como su mano derecha. Oliver dijo tener a punto un contrato de patrocinio millonario pero alegó no poder dar detalles hasta que la candidatura de Laporta saliera vencedora. Los comicios los ganó Bartomeu. Ahora, en el Reus, Oliver ha usado la misma estrategia, asegurando tener acuerdos para vender el club pero amparándose en “cláusulas de confidencialidad” para no revelar nada. Ni sus contactos con el agente portugués Jorge Mendes ni sus negocios en Asia, donde es propietario del equipo universitario del BIT de Pekín, le han servido para encontrar el oxígeno financiero que salve al Reus.
Hombre de una corpulencia oronda, fumador obstinado y tenaz bebedor de Coca-Cola, su discurso campechano se impone en la distancia corta. La capacidad para hacer comulgar con ruedas de molino es una cualidad que le reconocen quienes han tenido trato con él, así como un carácter inquebrantable para empujar los proyectos que emprende. Con él, el Reus ha alcanzado por primera vez el fútbol profesional, derrotó al potente Racing en la promoción de ascenso de la temporada 2015-2016.
Pero ese mismo carácter despreocupado y altanero, que le empuja a acercarse a la valla desde donde un grupo de aficionados le increpa y le insulta repetidamente, le ha aislado en Reus. Enfrentado con el Ayuntamiento, al que llegó a amenazar con construir un campo en Riudoms, el municipio vecino, y sin sintonía con el potente conglomerado empresarial local, el primer equipo no luce ningún patrocinio en el pecho, Oliver se ha quedado solo y señalado. Ha derramado lágrimas en público para justificar ante el personal del club la impotencia que dice sentir por no poder atender los salarios atrasados y en rueda de prensa pidió no ser preguntado por sus sentimientos personales, pero los gestos de aflicción ya no conmueven ni convencen a quienes llevan meses escuchando excusas.
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