Peligro: el fútbol acecha
El baloncesto femenino tiene que lidiar con las crecientes alternativas deportivas para la mujer que lidera el fútbol y con la supremacía del musculo sobre el cerebro que está modificando el estatus
El campeonato del Mundo de baloncesto de Tenerife sigue su curso y me alegro del seguimiento y la cobertura que está teniendo. Lo merecen este deporte y esta generación de jugadoras españolas que lleva cinco años sin bajarse del podio. A partir de aquí planteo una reflexión en clave de pasado, presente y futuro.
Analizando resultados y, sobre todo, viendo partidos de este campeonato; charlando con personas que conocen en profundidad este deporte y defienden el talento; creo que estamos en un momento de cambio. También pasa en el baloncesto masculino, aunque no tanto o al menos no de forma tan evidente.
El baloncesto es un deporte donde el talento siempre ha destacado y más en España, donde en las últimas décadas se ha trabajado mejor que en ningún sitio. Por eso podemos presumir de los resultados históricos que se han obtenido. Pero, cuidado, porque hay peligros que acechan y que ya han sufrido otros países que podían presumir de algo parecido.
Hace años las disciplinas deportivas que se le reservaban a la mujer eran el ballet, el atletismo y, en deportes de equipo, mayoritariamente el baloncesto. Eso ha cambiado y las niñas tienen ahora muchísimas más opciones y alternativas para practicar deporte. A los señalados antes podemos sumar, por poner algún ejemplo, las disciplinas de agua, el balonmano y, como no, el gran despertar del fútbol femenino, noticia buenísima que, sin embargo, se puede convertir en un deporte temible para el resto. Cuantas más opciones más se diversifica el talento.
Otro peligro, si no aprendemos a gestionarlo o a dimensionarlo, es que en el baloncesto femenino, como también sucede con el masculino, el músculo le va ganando terreno al cerebro. Cada vez las jugadoras son más físicas, tiran menos de lectura de juego y más de potencia. Solo tenemos que fijarnos en un dato que nos deja este Mundial: los equipos africanos, con Nigeria y Senegal en octavos como máximos exponentes, ya no son solo competitivos ante los europeos, sino que además han conseguido ganarlos. La lectura más simple, pero evidente, es que el músculo se impone y en 15 años tendremos en esos países a equipos superpotentes. Es una realidad imparable. El éxito sobre una pista de baloncesto debería venir de la unión de los dos puntos anteriores y espero que la mente, que hoy todavía sigue teniendo presencia, sepa sujetar el empuje del músculo.
Muestra de que si se sabe conjugar ambas llega el éxito es el hecho de que hay jugadoras veteranas que siguen manteniéndose como piezas fundamentales en sus selecciones y están entre las más destacadas del Mundial. Es el caso de Laia Palau, la griega Maltsi, que sigue enchufándolas como cuando tenía 25, o la letona Basko que se mantiene como referencia de las suyas con 38 añitos. Aunque entre todas ellas debo destacar a Sue Bird y Diana Taurasi, jugadoras que siguen dominando la mejor Liga del mundo y no son ni las que más corren ni las que más saltan, pero sí las que mejor leen y entienden el juego. Tienen además algo que es vital y que creo que define a esa generación y quizás a veces se echa de menos en las sucesivas: un hambre infinito por ganar.
Este es simplemente el pensamiento de una exjugadora que observa maravillada el crecimiento o el nuevo rumbo que va tomando este deporte, con sus luces y sus sombras y los peligros que le acechan. Ahí queda. La supremacía del músculo sobre la cabeza y amenazas como la del gran deporte rey que ya es evidente en países que fueron potencias mundiales del baloncesto femenino. Rusia, Lituania, República Checa, Serbia, Ucrania… están desaparecidos o en proceso de reengancharse a la máxima competición. En la vida todo cambia, hay una evolución continua en la que o te adaptas o pierdes el tren. Por suerte en España lo cogimos a la primera y hoy tenemos la combinación perfecta. Que siga el buen trabajo y lo sigamos cuidando.
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