Nacidos para correr
No es disparatado pensar que existen personas capaces de completar la maratón en menos de dos horas
Durante años pareció imposible que alguien pudiese llegar a correr una milla en menos de cuatro minutos. Todo cambió cuando un estudiante de medicina de Oxford, Roger Bannister, lo consiguió en 1954. Quizás estemos cerca de vivir algo parecido con la barrera de las dos horas en la maratón. Como predijo un eminente científico, Bengt Saltin, los deportistas de élite pueden cambiar los tratados de fisiología médica. Al menos en lo referente a la capacidad del organismo para adaptarse al entrenamiento físico y superar sus límites. Y más aún en deportes de resistencia, que parecen adecuarse al genoma de cazador persistente que todos llevamos dentro.
Aunque la prueba de maratón ha estado siempre rodeada de una aureola de leyenda (al primer maratoniano de la historia, el griego Filípides, supuestamente se le paró el corazón tras correr los aproximadamente 40 kilómetros que separan las ciudades de Maratón y Atenas), los seres humanos estamos hechos para correr largas distancias sin poner en riesgo nuestra salud. Nuestro modo de correr en bipedestación, con poco gasto calórico y con una buena capacidad para disipar calor mientras sudamos, características ambas esenciales en la maratón, nos diferencia de otros mamíferos, incluidos parientes próximos a nosotros como los chimpancés u orangutanes. Nuestros antepasados lograron sobrevivir en la sabana africana al adaptarse a correr pacientemente detrás de sus presas, como los antílopes, hasta conseguir cazarlos, abocándolos incluso al golpe de calor. Por contra, la potencia o explosividad muscular, cualidades mucho menos importantes en carreras de fondo, no suponen una ventaja evolutiva para nuestra especie, mientras que para alcanzar a sus presas algunos depredadores son capaces de esprintar a velocidades superiores incluso a los 100 km/hora.
No es disparatado pensar que existen personas capaces de correr la maratón en menos de dos horas (a una velocidad media de 21 km/hora). Incluso descalzos, según el fisiólogo británico Yannis Pitsiladis. Sobre todo, en África Oriental, donde confluyen las citadas características inherentes a nuestra especie con un estilo de vida no occidentalizado, y por ende muy activo, desde la infancia. En vez de vivir pegados a una pantalla como en nuestras sociedades, la actividad física aún forma parte de la vida diaria de los niños en Kenia, muchos de los cuales todavía van corriendo a la escuela. Tanta actividad, realizada además a más de 2.000 metros de altitud, confiere al organismo una enorme capacidad de adaptarse posteriormente al entrenamiento de maratón. Sumemos a todo ello las características antropométricas que suelen distinguir a estos fondistas: su bajo peso corporal, que aún puede disminuir hasta un 10% en la segunda mitad de la prueba como consecuencia de la sudoración, y sus finísimos gemelos, que apenas penalizan el gasto calórico que supone levantar los pies del suelo en cada zancada. Y lo más importante de todo: la disposición a seguir una vida casi monacal (corriendo unos 200 km a la semana a casi 2.400 metros de altitud en el caso de Kipchoge) con tal de salir de la pobreza que asola a esos países.
Alejandro Lucía es investigador de la Universidad Europea de Madrid.
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