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EL JUEGO INFINITO
Columna
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Buscando a Cristiano

La ausencia del delantero portugués es de tal tamaño que no hacemos más que verlo en los sitios en los que no está

Jorge Valdano
Cristiano, con la Juventus ante la Lazio.
Cristiano, con la Juventus ante la Lazio. afp

VAR: fútbol con preservativo. Veo el fútbol como un juego salvaje en el que la tecnología no tiene cabida y, por pura coherencia, miro al VAR como a un intruso que nos cuenta una verdad a destiempo. Tener razón tarde puede que sea inoportuno, pero no deja de ser justo. Como no es decente hablar contra la justicia, por pura incoherencia, me uno con desgana a los aplausos que recibió el VAR en las primeras jornadas de Liga. Errores aparte, que los hay, el VAR ayuda a que los conspiranoicos dejen de ver al árbitro como un bulto sospechoso. El sentimiento de justicia y la paz social tras una decisión de la junta arbitral no son cuestiones menores, pero le quita al fútbol la explosividad espontánea, que es parte importante de su naturaleza. El juego “salvaje y sentimental”, que definió el infalible Javier Marías, se nos está civilizando al precio de tener que gritar gol un minuto después del gol.

Hecho el VAR, hecha la trampa. Como el código moral del fútbol tiene mucha picardía acumulada, haré una advertencia como modesta contribución a esta revolución purificadora. Como el VAR mira con mucha atención el área, el resto del campo perdió trascendencia disciplinaria. Si dentro del área te condenan a pena de muerte, fuera del área puede bastar con una advertencia. De manera que van a crecer las llamadas faltas tácticas, esas que en el colmo del cinismo llamamos “faltas inteligentes”. La cosa es así: ante la pérdida se presiona y, si no se recupera el balón al instante, se busca la falta. Se le pide perdón al rival herido como si la patada hubiera sido un accidente no premeditado, se escucha el sermón del árbitro con cara de arrepentido y se continúa el juego con el equipo castigado perfectamente ordenado detrás de la línea del balón. Con un poco de suerte, en el segundo tiempo el árbitro, ya cansado de hablar, saca una tarjeta. Si se van a poner serios en las áreas, no se olviden de ser exigentes en el resto del campo porque, de lo contrario, los entrenadores más pragmáticos y los jugadores más astutos van a empezar a pegar patadas preventivas. El fútbol es un continuo y no sabemos cuántos goles se evitan con faltas que parecen intrascendentes en el medio del campo.

Parálisis por análisis. Aumenta el número de árbitros y aumenta, aún más, el número de integrantes de los cuerpos técnicos. Si sumamos entrenadores, preparadores físicos, psicólogos, nutricionistas, fisioterapeutas y analistas del juego propio y del rival, el número ya supera al de jugadores. En estos días Jürgen Klopp sorprendió contratando a un entrenador de saques de banda. El especialista se llama Thomas Gronnemark, es danés y ha detectado 25 aspectos a la hora de realizar un saque de banda. Si hablamos con él seguro que terminaremos creyendo que al fútbol se juega con las manos. Porque cada colaborador, en su parcela, se siente importantísimo. Y seguramente lo es, puesto que aporta información. Pero internet ya nos enseñó que una cosa es la información y otra el criterio para discriminarla, y creo que estamos corriendo el riesgo de sobreanalizar el fútbol. El riesgo consiste en aumentar la importancia de los detalles, convirtiendo lo esencial en secundario.

Grandes misterios. Cristiano Ronaldo dejó un vacío muy grande en el Madrid, en la Liga, en España… Su ausencia es de tal tamaño que no hacemos más que verlo en los sitios en los que no está. Da igual en el Bernabéu, en una entrega de premios o en un telediario. Lo buscamos sin encontrarlo. El principio del misterio es convertir en presencia la ausencia y eso nos debería estar ocurriendo con sus goles y su carisma mediático. Pero el misterio del Madrid es más grande aún que el de Cristiano, de modo que bastaron tres partidos para que Benzema y Bale se encarguen de sus goles y Modric de sus trofeos. Se trata de convertir la ausencia en olvido, pero tres partidos es demasiado poco para dar por zanjado el problema. Porque el misterio contra el que no pueden luchar ni Cristiano ni el Madrid se llama fútbol y aún no dictó sentencia definitiva.

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