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El Movistar sofoca solo el incendio de Pinot, ante la indiferencia de Yates

La etapa más intensa de la Vuelta propicia una gran película, un western de valientes y cobardes rodado con seis cámaras que corona a De Marchi

Carlos Arribas
El italiano Alessandro De Marchi (BMC),vencedor en la undécima etapa de la Vuelta.
El italiano Alessandro De Marchi (BMC),vencedor en la undécima etapa de la Vuelta.Manuel Bruque (EFE)

“Pon el cartón”, ordena Alfonso Rodríguez, y un segundo después, retirada ya de la pantalla la carátula que anuncia la Vuelta, comienza la acción. Son las 15.00 e Imanol Erviti ya está ahí, chupando cámara y chupando viento, entre los bosques de robles, laureles y castaños, tan gallegos, que tanto le gustan a Pablo Acosta, y bordeando los cañones hermosos del Sil profundos. Quedan 75 kilómetros, menos de dos horas, que transcurren a toda velocidad, fluidas.

Rodríguez y Acosta son los realizadores de TVE. Están sentados en el interior de un camión. Tienen ante sí muchas pantallas, pero seis fundamentales, las imágenes que envían cuatro motos y dos helicópteros. Con ellas crean cada día, así, con decisiones tomadas en décimas de segundo, una película de la etapa de la Vuelta, la narración, lo más dramática que se puede, planos largos, planos americanos, primeros planos, combinada su duración, su intensidad, y una nota de paisaje, de vez en cuando, como los párrafos con los que los novelistas intentan retener la acción, y cuando se sienten creativos, dueños de la caligrafía cinematográfica, sensibles, animan a Alex, el cámara de la moto uno, que va con la fuga, y este, feliz, enfoca a las nubes negras y al sol que no logran tapar de todo, o a las copas de los laureles que inspiraron el Divinas palabras a Valle y a él le permiten hacer un movimiento lento, lento, y sentido, hasta descender a la cabeza de De Marchi, que bajo el diluvio que le calará más tarde, viaja solo hacia la victoria. Un magnífico final para una película grande, como la etapa.

Lo que no sale en la tele no existe, aunque ocurra. La etapa la crean ellos con un guion que se elabora cada segundo según la psique de los actores, y Thibaut Pinot es el protagonista. Se escapa, mezclado, como quien no quiere llamar la atención, entre los 19 forajidos que quieren romper el orden y les tocan las narices a los policías, los Movistar en pleno. Imanol Erviti ofrece su pecho al viento, es el John Wayne de Centauros del desierto y protegidos por sus anchas espaldas, le siguen los cobardes, los aprovechados, y el líder de rojo, Simon Yates, que silba y proclama, mi reino no es de este mundo, que trabaje Erviti.

Es el ciclismo, claro. Erviti es el motor de un autobús en el que se suben sin pagar los que después, una vez agotada su energía, tratarán de despedazar a sus compañeros, a Nairo, a Valverde, que quieren ganar la Vuelta. “Así son los Mitchelton y así lo han sido siempre, les gusta viajar gratis”, dice Valverde con calma sobre el equipo del líder, y este, Yates, responde, que mejor que tire el Movistar, que son el equipo más fuerte.

La tensión narrativa la crea el cronómetro. La acción de Pinot, que está a 2m 33s de Yates en la general, la alimenta la llamada de la acción épica, la atracción de un papel de leyenda en las carreteras sinuosas que unen la meseta y Galicia, y que después se adentran en el misterio, sin un metro de llano, sin una recta de más de 200 metros de largo.

A Erviti le guía por el pinganillo Arrieta, su director, que le dice que regule, que mantenga siempre la fuga en cuatro minutos, que no acelere para cazar de verdad porque entonces se les abrirá el apetito a todos los que van a rueda y atacarán para hacer más daño. Cuando Erviti lo deja, otros de su banda, Oliveira, Amador, Anacona, le relevan, y cuando Pinot, apagada la llama épica y vacías sus piernas, levanta el pie, la acción la protagonizan los forajidos, los 19, que poco a poco van siendo menos, peleando por ganar la etapa, Mollema, como una cabra, atacando a destiempo y arriesgando una caída tremenda en un descenso que acomete con tan valor como falta de técnica, y los BMC de De Marchi, que son tres y controlan y hacen ganar al más fuerte de los suyos.

Cuando, llegado el último repecho, es Urán, al frente de sus EF de rosa quien intenta sembrar el pánico, es Richard Carapaz, el tercer hombre del Movistar, el que lleva a Nairo y a Valverde a su rueda, y protagoniza planos, primeros planos, fuertes e intensos.

Con el The End termina la película, pero la Vuelta sigue, entre los autobuses de los equipos, donde no llegan ya las cámaras y los héroes se desengrasan pedaleando sobre rodillos. Nairo pedalea y según van llegando sus compañeros choca la mano con ellos y les sonríe de oreja a oreja. Y el sentimiento que les une, el del orgullo por un trabajo colectivo y bien hecho, les refuerza, y les hace sentirse más fuertes. “Hemos visto quién es quién en el pelotón”, les resume Arrieta. “Los tres días de montaña que llegan les harán ver quién es el más fuerte”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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