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La saeta mortífera de Valverde en el Caminito del Rey

Triunfo del murciano, liderato para Kwiatkowski y rendición de Nibali y Porte, que pierden cuatro y 14 minutos, respectivamente

Carlos Arribas
Valverde celebra la victoria.
Valverde celebra la victoria. MANUEL BRUQUE (EFE)

Paolo Slongo trajina con una rueda rebelde en la salida y un periodista se le acerca chistoso y le suelta, “¿qué? ¿te han degradado a mecánico?” El preparador físico de Nibali y director del Bahréin levanta la vista y rápido responde. “Sí, sí, pero aún no me han rebajado al escalón inferior del ciclismo, que es el de periodista”.

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Basta el chiste para hundir al periodista viejo, touché, en un cierto estado de melancolía, o nostalgia del alma, como ha oído un poco antes en la radio, donde sonaba de fondo el Son nata a lagrimar (nacida para llorar) de Haendel, y hacerle filosofar sobre su oficio básico de contar año tras año las peripecias de jóvenes que llegan críos, maduran y desaparecen, hasta que llega Valverde, que no es joven, y gana la etapa. Se acaba la filosofía pues Valverde, que tiene 38 años, madura y madura y no envejece, y está ahí, en la Vuelta, casi desde que el periodista empezó a contarla, en la prehistoria, le rompe el hilo y los esquemas.

“Arranqué donde quise, a casi 600 metros, y alcancé a De Plus, que había saltado antes y como vi que venía a mi rueda Kwiatkowski, el más peligroso, le dejé pasar por dentro en la curva, le engañé, y luego le rematé”, cuenta el murciano del Movistar, y al recitar así cómo logró la décima victoria de etapa en las 12 Vueltas que lleva corriendo, despierta la memoria del romance de la Álora, tan bien cercada, y el defensor que traicioneramente le clava al sitiador adelantado una saeta que le atraviesa el cráneo de la frente al colodrillo.

Pese a tamaña herida, Kwiatkowski, también segundo la víspera en la contrarreloj, se puso de líder de la carrera, un maillot rojo que le habría gustado conquistar de otra manera, dijo, y que mantiene con 14s de ventaja sobre Valverde.

Por Álora, y junto a su río bajo el castillo moro y cubista, a 18 kilómetros de la meta en el comienzo del Caminito del Rey sobre el cañón del Guadalhorce y sus aguas azul turquesa, comenzaron justo las rendiciones que marcaron la segunda etapa de la Vuelta, tan tempranas. Sagan, del que tanto se hablaba como favorito, creía por la mañana que el final era durísimo, lejos de su alcance incluso, y salió con mala disposición. El calor, tan fuerte, le terminó de convencer de que no valía la pena sufrir y se descolgó, y junto a él lo hizo Porte, tan débil está el australiano, y el anterior líder, Dennis, que no quiere hacer alardes. Ambos perdieron 14 minutos.

Un poco más aguantó Nibali, que perdió cuatro minutos, y el desconsuelo debió de atacar a Slongo porque su potro, tan desgraciado en el Tour, no ganará tampoco la Vuelta, seguramente, y pensará en alimentarse de kilómetros para llegar fuerte al Mundial mientras su coach le prepara las ruedas. Los demás favoritos apretaron los dientes tras los fabulosos sprinters del repecho para perder lo menos posible. Kelderman, Urán, Nairo y Pinot fueron los más pimpantes de entre ellos, y llegaron a solo 3s de la pareja, quienes, además, se beneficiaron de las bonificaciones (10s el primero, 6s el segundo) para confortar su puesto en la general.

De la general de la Vuelta, justamente, ambos, Valverde y Kwiatkowski, no quieren hablar, pero hablan.

Para los adoradores del Sky, su equipo, el polaco, que nunca ha querido intentar ganar una de tres semanas, pero llega de ganar su Tour de Polonia (diez días), y su victoria en la Vuelta serán la prueba irrefutable de que el equipo británico es el que más sabe de todos, el que mejor lo hace. Sería Kwiatkowski(o Kiato, como simplifican Valverde y muchos para no liarse con sus consonantes), el tercero diferente, tras Froome y Thomas, que lo consiguiera en su 2018 magnífico. Él, inteligente, no entra. Solo habla de lo difícil que es todo.

Valverde, que tras un abril duro y un Tour por debajo de sus expectativas, ha encontrado su forma entrenándose en la playa de Torrevieja, no desalienta a sus muchos fans que creen que puede ganar su segunda Vuelta nueve años después de la primera. “No me descarto”, dice el murciano, que celebra su 12ª victoria de la temporada, y lo recalca. “Nairo es el jefe de filas, pero, a diferencia del Tour, no me va a impedir que yo vaya a ganar todas las etapas que pueda. Tengo esa libertad. Con 38 años y todo lo que he ganado este año, ¿qué presión voy a tener”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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