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Un sprint antes del Aubisque

Mikel Landa, en nombre de los escaladores, se muestra dispuesto a un ataque lejano que haga temblar el Tour aunque no llegue al líder sólido, Geraint Thomas

Carlos Arribas
Demare (segundo por la derecha) gana el sprint por delante de Laporte (derecha), ayer en Pau.
Demare (segundo por la derecha) gana el sprint por delante de Laporte (derecha), ayer en Pau.Christophe Ena (AP)

Pau son los Pirineos y en la plaza de Verdún huele a Aubisque y a Tourmalet, aunque a veces le toca sprint, como el que gana Arnaud Demare, un superviviente de las montañas que se deja invadir por el aroma y relata su epopeya de sprinter pesado luchando a cámara lenta contra la fuerza de la gravedad, tan pesada, y contra el fuera de control que le machacó el año anterior y que aún recuerda con terror.

Croix Fry, Croix de Fer, Madeleine, Rosière, Alpe d’Huez, Peyresourde, Azet, Portet… a Demare le faltan dedos de la mano cuando empieza a contar cómo ha sido uno de los pocos sprinters capaz de subirlos todos atrapado en el autobús de los lentos, y cómo merece la victoria, su segunda victoria en cuatro Tours, y qué desgraciado es su rival alemán, Gorila Greipel, quien desde que se retiró porque no podía con la Croix de Fer no hizo más que tuitear denuncias contra compañeros que suben agarrados a los coches de sus directores, qué tramposos, y Demare el que más. Demare le contestó probando que subía a pelo y que buenas palizas se ha dado, y Greipel retiró su acusación. Pero al mejor sprinter francés de la década, la duda le ofende, y relata de nuevo su calvario, cruz a cuestas, por Alpes y Pirineos hasta la victoria en un sprint claro ante su compatriota Laporte en Pau, donde solo se puede hablar de montañas y se lamenta que la raza de escalador puro sea una especie en vías de extinción, Nairo Quintana.

A Nairo, el escalador puro, el Tour le espera de nuevo el viernes, la última gran etapa, Aspin, Tourmalet, Aubisque por el lado fácil y descenso a Laruns, por la subida difícil. Pero Nairo no extiende los dedos para contar y emocionar con sus expectativas, sino que lo hace solo para recitar, “tobillo, rodilla, cadera, hombro, todo el costado izquierdo…”, la parte herida de su cuerpo pequeño que golpea entre asfalto y cuneta blanda a mitad de la etapa llana que recorre el Gers y su maíz regado espectacularmente con aspersores gigantescos junto a los viñedos de Madiran, donde los emigrantes españoles se ganaban la vendimia. Son solo golpes y heridas superficiales, sin afectación ósea, precisa el médico del Movistar, Jesús Hoyos, que no les da más importancia que la que todo trauma tiene, y la persecución acelerada de todo el equipo para devolver al colombiano a un pelotón que vuela en fila india bajo un calor achicharrante y húmedo. “No le afectarán mucho en la montaña”, promete el médico.

En la montaña les afecta a todos la permanente contradicción entre sus deseos y sus posibilidades; el miedo que paraliza al escalador puro que disfrutaría como nadie dando un golpe legendario y a los grandes corredores que piensan resistir y esperan que sus vecinos de clasificación se hundan bajo una pájara sin necesidad de empujarlo. Pero se quiere oír solo la voz de los escaladores, tan pocos, dicen en Italia, donde siempre recuerdan a Pantani y echan de menos a Nibali, al Tiburón que se rompió una vértebra y ahora tendrá que operarse y seguramente se pierda la Vuelta y quizás el Mundial, el primer Mundial para escaladores en décadas.

Mikel Landa habla y dice lo que todo el mundo quiere oír de su boca y de sus ojos inquietos. De Landa se espera como al mesías, la esperanza del ciclismo español en el Tour, un ataque de larga distancia desde el Tourmalet, por lo menos, donde los vascos de camisetas naranjas serán mayoría, a 100 kilómetros de la meta, y Landa dice que, en efecto, que eso es lo que hay que hacer, y tener compañeros de avanzadilla para llegar más entero al pie del primero de los tres tramos del Aubisque, llamados Bordères, Soulor y Aubisque propiamente, y sus túneles en los que se refugian las vacas y las ovejas cuando la niebla tan húmeda las despista. Si no se hace así, si llegamos juntitos al último Aubisque, si nadie ataca antes, no pasará nada, vuelve a recordar Landa, que no es uno de boca grande anunciando grandes hazañas. Al contrario, le gusta hablar de ellas solo en pasado.

Para eso, piensa Nairo, se necesita al gran Nairo, no valdrá el Nairo solo muy bueno del Portet. Nairo, recuperado moralmente con la victoria, hace sus cuentas después de mirar su potenciómetro: Portet, 49 minutos, 6,03 vatios por kilo. Ese es el Nairo solo muy bueno. El gran Nairo, el de Semnoz en el Tour del 13 o el de Val Martello en el Giro del 14, son 6,3 vatios por kilo. Ese Nairo debe salir, piensa y se lo dice a sus compañeros.

A su lado, Peter Sagan hace otras cuentas, la de todos los rasguños que le dejó la caída bajando el Azet la víspera, y cómo sigue en el Tour solo porque tiene asegurado su sexto maillot verde y quiere llegar a París para lucirlo en el podio y le aplauda Erik Zabel, cuyo récord iguala.

Allí, en los Campos Elíseos, tendrá prioridad otro podio, el de los tres primeros del Tour que, seguramente, será pisado por primera vez por tres corredores, Thomas, tan seguro en la montaña, Dumoulin y Roglic, dos máquinas para la contrarreloj que el sábado lo decidirá todo, y castigará a los escaladores, tan escasos.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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