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Mundial Rusia 2018
Columna
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El chihuahueño tenía dientes

Lo que sucedió en el juego de este domingo no lo esperaba nadie

Antonio Ortuño
Los jugadores mexicanos celebran el triunfo contra Alemania.
Los jugadores mexicanos celebran el triunfo contra Alemania.FACUNDO ARRIZABALAGA (EFE)
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El meme más popular en las redes mexicanas, desde que el sorteo marcó que la selección nacional enfrentaría a Alemania en el primer partido del Mundial, era desolador. Un temible pastor alemán con la camiseta del tetracampeón europeo era confrontado a un perro chihuahueño con la mexicana. El chihuahueño, diminuto, neurótico y con apariencia de juguetito, es nuestro perro nacional por buenas razones: siempre parece tener más problemas consigo mismo que con los demás.

Los mexicanos no necesitamos que ningún "extraño enemigo" hable mal de nosotros (eso es lo que no ha entendido Trump): somos inmejorables para desmerecernos solos. Acá, la discusión desde el sorteo era por cuántos goles perderíamos. Los más optimistas hablaban de "crecerse"... y empatar. El equipo dirigido por el colombiano Juan Carlos Osorio no era, antes de ayer, demasiado popular: ha estado bajo fuego, de hecho, desde hace años. Sus "rotaciones" no le gustan a la prensa ni a la tribuna. Y aunque clasificó sin sobresaltos a Rusia, todos temíamos el colapso nada más desembarcar. Y no hay un equipo ante el que ese colapso resulte más natural, desde luego, que Alemania. ¿Recuerdan el 7-1 a Brasil del pasado mundial? Alemania es el Freddy Krueger del fútbol: tu peor pesadilla convertida en rival. Una máquina blanca, eficaz, con fama de incontenible. Un pastor entrenado y letal.

Lo que sucedió en el juego de este domingo no lo esperaba nadie. Porque resultó que el chihuahueño tenía dientes y estaban afiladísimos. Y que era un bravo. Le puso una correteada de miedo al pastor alemán en el primer tiempo y en el segundo, ya contra las cuerdas, se defendió como león. Y sacó la victoria, un resultado inimaginable según los antecedentes y que muy pocos (si alguno entre nosotros) se atrevieron a pronosticar.

Los mexicanos, en nuestras pugnas eternas con nosotros mismos, hemos cubierto rutinariamente de insultos a nuestros héroes (y acá nadie puede lanzar la primera piedra y señalar a los demás como culpables sin aceptar lo que le toca: es el deporte nacional). Hemos sometido a un bombardeo de chistes y mofas, a lo largo de los años, a Ochoa, Chícharo, Layún, Herrera, Márquez, Giovani, Guardado y, por supuesto, a Osorio, el entrenador. Nos enojamos por sus malas Copa América y de Oro (aún ganando esta), por su mala Confederaciones, por no tener un cuadro titular indiscutible sino apenas "rotaciones". Yo sostengo que hacemos esto porque la selección nos duele demasiado.

Si la insultamos más que los otros, con más saña que nuestros peores rivales, creemos reducir el dolor de la derrota. Nada quisiéramos más que ver cumplidos nuestros sueños infantiles de aficionados (por eso sale una multitud a la calle luego de cualquier victoria de relevancia); nada nos deprime y enfurece tanto como vernos frustrados y devolver la camiseta al cajón y tragarnos las burlas de la oficina, de la escuela, de las redes. El debut del Mundial de Rusia cambió el guion. Del temor de verse goleados, del falso cinismo de "bah, me da lo mismo si nos meten diez", al que recurren tantos y tantos, pasamos al shock del triunfo. ¿Qué se hace cuando se le gana a Alemania en un Mundial? En México, nadie lo sabe. Tenemos que aprender sobre la marcha.

El niño que juega al futbol ensueña. No juega a mover el balón: juega a que hace un quiebre, a que se quita a uno o dos, enfrenta al arquero y anota ese gol que su equipo no metió en la realidad. El que no cayó, por más que sus padres gritaran enfrente de la tele como poseídos. El que se le quedó atorado en el gañote a la porra en la tribuna. El gol que le anularon al Abuelo Cruz (contra Alemania) en 1986; el que no pudieron meter, de penal, Quirarte o Hugo... O García Aspe en 1994. El que falló Luis Hernández (contra Alemania) en el 98. El gol que una y otra vez caía nomás en los parques, en la calle, en el patio de los niños que pateaban su pelota. Qué maravilla será este lunes para ser niño en México. Que maravilla ir a la escuela y mirar la cara de los compañeros muelones que dijeron que Alemania ganaba y se burlaron de tu playera pirata, comprada por tu madre en un puesto callejero. Qué maravilla no tener que jugar, por una vez, a meter ese gol de ensueño, ese gol imposible en el mundo de la vigilia. Porque, esta vez, el Chucky Lozano hizo el gol. Y le ganamos a Alemania. Y porque, por una vez, tu padre estaba llorando enfrente de la tele, pero de pura y pinche felicidad.

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