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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ley de Hierro

Tras la destitución de Lopetegui, España tiene dos capitanes: Ramos, en el área del dolor, y su viejo maestro, en el banquillo

Juan Villoro
Fernando Hierro, en un entrenamiento en el estadio de Sochi.
Fernando Hierro, en un entrenamiento en el estadio de Sochi.RONALD WITTEK (EFE)

Luis Rubiales nos ha permitido ejercer una extravagancia en el mundo del fútbol: elogiar a un directivo. Tuvo el acierto de respaldar a Julen Lopetegui al hacerse cargo de la Federación Española de Fútbol, y tuvo el acierto de despedirlo cuando el técnico confundió su escala de valores. Como el protagonista de Historia del soldado, de Ramuz, Lopetegui pidió dos felicidades al Diablo. ¿Qué sucede cuando se ambiciona demasiado en el terreno de las pasiones? “No se puede tener lo de hoy y lo de ayer, no se puede ser a la vez quien se ha sido y quien se es. Hay que escoger. La felicidad ha de ser una. No puedes tener el Sol… y la Luna”, responde Ramuz.

La posibilidad de dirigir a un vestuario cuajado de madridistas en calidad de futuro técnico merengue vulneraba el compromiso con un cuadro que debe trascender a todos los clubes. Rubiales prescindió de la cláusula de dos millones de euros por rescisión del contrato y se decantó por una sanción moral: el despido.

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Algo distinto ha sucedido en México. Juan Carlos Osorio, el entrenador colombiano de nuestra selección, anunció desde hace tiempo que ya no le interesa seguir al frente del Tri, en demasiadas ocasiones rebautizado como el Tritanic. Esta falta de entrega ha contribuido a la desmoralización de un equipo que no se distingue por su autoestima.

En la épica, el héroe puede comenzar su historia con vacilaciones, pero debe ser impecable en la última línea. Hace apenas unas semanas Zinedine Zidane dio una lección de señorío. Después de conducir al Real Madrid a su histórica tercera Champions al hilo, anunció su retirada. Acaso recordó su último lance dentro del campo, el cabezazo contra Materazzi. En aquella noche de Berlín, el futbolista que aspiraba a la condición de los semidioses regresó al barro común de los mortales. Ante su segunda gran oportunidad de retirada, Zizou se guardó para sí mismo el anhelo de partir y sólo lo comunicó cuando el más irreductible de los forofos ya se había recuperado de la parranda en La Cibeles.

Escribo estas líneas antes del exigente partido de España contra Portugal. El sucesor de Lopetegui no puede disponer de iniciativas ni aspirar a los artilugios de la magia. ¿Quién se sienta en el banquillo en esas condiciones? Un valiente.

Le corresponde a Fernando Hierro la tarea de hacer fuera de la cancha lo que tantas veces hizo dentro de ella: transmitir seguridad en medio del espanto. En una ocasión, el entonces capitán del Madrid encaró a Florentino Pérez y defendió los intereses del vestuario con vehemencia de área chica: “Me señaló con el dedo como si yo fuera un árbitro”, protestó Florentino.

España eligió al defensa que supo frenar a un directivo. Es excesivo decir que cuenta con un técnico; dispone de algo más raro y más necesario en la tormenta: dos capitanes, el incomparable Sergio Ramos en el área del dolor, y su viejo maestro en el banquillo.

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