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Alienación indebida
Columna
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El adiós de Zidane... y el de Guardiola

La marcha del exbarcelonista trajo la mejor campaña individual de Messi y la Liga de los 100 puntos; el francés es fue señalando también el torneo liguero

Rafa Cabeleira
Zinedine Zidane, después de la comparecencia en la que anunció su dimisión.
  / AFP PHOTO / PIERRE-PHILIPPE MARCOU
Zinedine Zidane, después de la comparecencia en la que anunció su dimisión. / AFP PHOTO / PIERRE-PHILIPPE MARCOUPIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

Junto a la puerta por la que aparecieron Florentino Pérez y Zinedine Zidane en sala de prensa, hay un cartel que informa a los presentes sobre la prohibición de fumar. Es blanco, redondo y desproporcionado, como casi todo en una entidad que podría explicar gran parte de su historia con los mismos tres adjetivos. También hay un extintor de incendios que, además de una medida de seguridad obligatoria, se me antoja una advertencia sobre la peculiar naturaleza de un club acostumbrado a renacer de sus propias cenizas, de ahí que necesite arder cada cierto tiempo de manera más o menos controlada.

Así tomó Zidane las riendas del primer equipo, con un palco presidencial rodeado por el fuego de la protesta y un antecesor completamente chamuscado. A Rafa Benítez, que siempre ha tenido un cierto aire de agente forestal en la reserva, lo habían presentado meses atrás como “la solución a todos los problemas del equipo”, pero hasta el día mismo de su despido no se comprendió la magnitud de tal afirmación: no era un entrenador lo que la plantilla necesitaba, sino chispa, acelerador y combustible. De vuelta al mismo vestuario en el que tantas veces se preguntó si Figo le pasaría al fin un balón, encontró Zidane un terreno abonado con ceniza y listo para la épica, otro indicio más que sitúa los auténticos orígenes del Real Madrid en plena época precolombina.

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Llegó para sacar al club de un apuro, en definitiva, y se fue para evitar otro mayor pues en Zidane se intuye al tipo de persona capaz de anteponer el futuro colectivo al presente individual. Recuerda su adiós al protagonizado por Pep Guardiola en Barcelona, una suerte de desenlace precipitado por la certeza de que abandonar la propia casa puede ser el único modo de regresar a ella. Utilizando un símil cinematográfico, ambos comprendieron que ausentarse de su propia boda evitaría la futura necesidad de matar a Bill.

De las palabras de Zidane se desprende, además, una honestidad impropia de los tiempos que corren. En un negocio donde nadie asume el fracaso, opta el francés por compartir el éxito y sugerir su propia condena como el único camino para seguir ganando. Se trata de un gesto tan altruista como doloroso, capaz de reavivar las llamas de un club flamígero en el que nadie podrá esconderse la próxima temporada. Además de las críticas inherentes a los malos resultados, su ausencia obliga a la reacción inmediata de todos los estamentos del club, desde el deportivo hasta el ejecutivo, pues nadie querrá ser señalado como culpable por la marcha del gran ídolo.

El adiós de Guardiola trajo consigo la mejor campaña a nivel individual de Leo Messi y la consecución de la famosa Liga de los 100 puntos. No parece casual que Zidane aprovechara el suyo para señalar la conquista del torneo liguero como el momento de mayor felicidad al frente del primer equipo: no hay glamour sin regularidad y de eso saben Zizou y Guardiola más que nadie, basta con mirarlos.

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