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Champions League
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un tiburón suelto en la pecera del Liverpool

Zidane tomó en la final de Kiev una decisión temeraria: agotó el segundo cambio muy pronto con el objetivo de que Bale rompiese el partido antes de llegar a la prórroga

Gareth Bale celebra su gol de chilena al Liverpool en la final de Kiev.
Gareth Bale celebra su gol de chilena al Liverpool en la final de Kiev.Michael Regan (Getty Images)
Manuel Jabois

Gareth Bale salió al campo en el minuto 60. Extrañamente temprano, sobre todo en una final y cuando se había agotado ya un cambio por lesión. Con prórroga, Bale hubiese jugado 70 minutos, prácticamente un partido. Y el Madrid, empatado, se quedaba solo con un cambio para afrontar minutos agónicos, posibles expulsiones, calambres o lesiones. Fue la gran decisión de Zidane, su momento de mayor responsabilidad. La tomó, además, con un jugador que estaba dolido con él. Bale tenía motivos para estar enfadado, y Zidane motivos para actuar como actuó.

En el banquillo, Bale recibió las últimas instrucciones. El galés ya las conocía. Si Benzema y Cristiano Ronaldo están en el campo, él es el encargado de formar el 4-4-2 en defensa. Es la misma orden que le dieron Ancelotti, Benítez y Zidane. De los tres, el único que se hartó de que la desobedeciese fue Zidane. Lo sentó esta temporada y Bale empezó a mascullar que se marcharía del Madrid. En abril, el delantero empezó a sentirse en su vieja forma, la misma condición física que aplastaba por sí misma a la defensa. Y el horizonte europeo le excitó: vio Turín, Munich y Kiev como tres teatros en los que volver a ser el que fue, tanto para el Madrid como para los grandes del viejo continente. Así que se subió al equipo en el Camp Nou de una forma atronadora, siguió su particular explosión ante el Celta en el Bernabéu y esperó, como un purasangre, la llamada al once en Kiev.

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En la expedición del club se empezó a dar por bueno un once que incluía en punta a Cristiano y Bale, Isco detrás de ellos y Benzema en el banquillo. Y probablemente esa fuese la alineación si enfrente no estuviese un equipo de Jürgen Klopp. El alemán los confecciona volcánicos. Un equipo de tanta intensidad combina tramos altísimos y desplomes severos. David Bettoni, segundo del Madrid, y Zinedine Zidane coincidieron en que la mejor idea no era guardarse a Benzema sino a Bale. De alguna manera la titularidad estaba en el banquillo: el tiburón que se reservase podía encontrarse al final del partido con un banco de peces. Entre quien podía ser ese tiburón, si Bale o Benzema, no había dudas.

Había otro condicionante que jugaba a favor de la titularidad de Karim Benzema. Cuando el contrario no deja espacios y asfixia al Madrid, Benzema es el mejor jugando de espaldas, descargando la pelota, parando el partido, combinando en espacios muy pequeños. En su lentitud hay una rapidez mental desesperante para su marcador; camina, se gira y la toca en corto para recolocar al equipo. “Benzema fue nuestro gran desahogo en la primera media hora y el hombre del partido en la primera parte. Nos dio aire y minutos, y cuando cruzamos la mitad del campo lo teníamos siempre como referencia. Es tan bueno, es buenísimo”, dicen en el vestuario.

Cuando el Madrid se queda sin espacios y hay que jugar con el rival encima, la plantilla sabe que en Benzema, Kroos y Marcelo tienen un seguro para guardar la posesión. Piensan a la velocidad de la luz con una calidad altísima. Con ese panorama, en Kiev sufrieron más jugadores como Casemiro, acosado continuamente por los reds. “A Case le mordieron todo el rato, no le dejaban ni levantar la cabeza. Pero bajaba Benzema a esa posición, se ponía a jugar allí y los descolocaba”, dice una fuente del equipo técnico. A la mayoría de futbolistas, rodearlos garantiza quitarles el balón. Luego está Benzema, a quien rodearlo significa tener a dos o tres madridistas libres.

¿Ordenaría Klopp pisar el acelerador desde el primer minuto o dosificaría el ataque? Y en ese caso, ¿qué tendría que hacer el Madrid? La orden de Zidane fue ir a por el partido, pero si el Liverpool imponía su ritmo, había que resistir con todo. Traducido: el Madrid salió a verlas venir. Desde Mourinho incluido, el Madrid ha sido entrenado por técnicos que no han tenido ningún problema en hacer depender su juego de lo que hiciese el rival. A esto se debe la ausencia de un estilo reconocible durante 90 minutos, no digamos una temporada. A favor, el equipo tiene una inteligencia emocional construida en base al conocimiento del contrario y la explotación de sus puntos débiles.

El Madrid no gana desde el minuto cero como hacía el Barcelona de Guardiola. El Madrid aguarda y marea, se repliega, muerde, y en un momento dado abraza como una serpiente y no suelta la presa hasta devorarla. Incluso en Cardiff el equipo estuvo empatado hasta que en la segunda parte abrasó a la Juve con un vendaval de pases y goles. Así que perder el balón en esa primera media hora que empezó a augurarse tormentosa en los primeros minutos no estaba prohibido; lo que no se podía perder era el partido. Hubo conjura defensiva y el recuerdo de otro de los comentarios realizados en la previa: el Liverpool paga el esfuerzo y hace notar su cansancio. La lesión de Salah, el más activo en esos minutos, los desarmó mentalmente antes de tiempo.

Gareth Bale salió después de un gol del Liverpool enrabietado, un conjunto que había reaccionado al insólito gol de Benzema con una escabechina. Zidane descompensó el equipo porque si había alguien que podía ganar el partido era Gareth Bale. Fue una decisión temeraria. El francés rompió el partido con ella: el Madrid se jugaría la Copa de Europa a 90 minutos. El Liverpool había desatado su arsenal arriba; el Madrid respondió quitando a un jugón y poniendo a una bestia que entraba en el campo con una ambición mayor que ganarle al Liverpool: ganarle a su entrenador. No había mejor escenario en el mundo para Bale. De la final de la Copa del Rey contra el Barcelona en 2014, cuando el galés la ganó tras una carrera extraterrestre, Begoña Sanz, la mujer más poderosa del Madrid, su directora comercial, dijo al salir del campo: “Es una final con gol. Comercialmente eso es poderosísimo: la van a repetir siempre, en todas partes. Y parece ser que hemos fichado a un jugador de finales y de goles así. Un tío con estrella”.

Ese mismo año Bale marcó en Lisboa el 2-1 ante el Atlético; en Milán pidió tirar un penalti cojeando. Y cuatro años después del gol en Valencia que dio la vuelta al mundo, salió en Kiev con 30 minutos por delante y la obsesión por reivindicarse. Bale estaba caliente antes, durante y después del partido, como demostró en los micrófonos. Caliente cuando Zidane le dijo lo de los 20 metros: la distancia que tenía que retrasarse para ayudar a sus compañeros y la que le permitiría, por otro lado, tener más campo por delante para explotar su velocidad. Bale lo cumplió hasta el punto de ponerse como lateral derecho buena parte del segundo tiempo. Pero lo que hizo nada más salir fue ponerse a combinar en la banda derecha, casi a la altura de la línea defensiva, en una jugada intrascendente que empezó a coger color pronto. En el banquillo cundió la sensación de que haber metido a Bale en una final de Champions en la que todos tienen sesenta minutos en las piernas era como dejar caer un tren en un scaletrix.

El Madrid guarda como oro en paño el vídeo de la primera jugada del equipo tras salir el galés al campo. Está grabado desde el fondo de la portería del Liverpool y circula de forma viral por las redes sociales. Es una partida de ajedrez en la que sólo juegan las piezas blancas a una velocidad endiablada. Lo hacen moviendo el balón de banda a banda, combinando en el centro del campo con una rapidez excelsa mientras arriba no dejan de moverse los delanteros de un lado a otro. Es la serpiente en acción, envolviendo al Liverpool hasta meterlo en el área, haciéndolo retroceder hasta su portero. Un espectáculo digno de un equipo que atisba la hora de ganar su tercera Copa de Europa consecutiva.

Durante esa jugada Bale termina de combinar y se va arriba a ocupar el espacio de Benzema entre dos contrarios. El balón le llega a Modric, y Bale pide el balón con la mano amagando la carrera en solitario al portero. Pero el pase exige a Modric un exterior endiablado con el que además tendría que salvar a su propia marca; había muchas probabilidades de perder el balón, y su posición era de máximo riesgo. Modric mira a Bale, pero desiste y se gira.

El croata vuelve a empezar; el juego bascula hacia la izquierda. El balón llega a Cristiano Ronaldo, que se afila como un cuchillo al borde del área y empieza a salvar rivales buscando posición de disparo. Al irse de izquierda a derecha, deja solo a Marcelo. Cuando Cristiano termina de regatear y ve imposible el tiro, descarga a Casemiro y entra en el área. Allí ya están incrustados Benzema y Bale. La BBC en pleno con la mirada alerta de la defensa del Liverpool.

El balón se lo hace llegar Casemiro a Marcelo, al que van a encimar por dos rivales. El acoso de los ingleses funciona: el brasileño recorta hacia dentro y tiene que centrar con su pierna mala. Le sale tan mal que va a la espalda de sus tres delanteros. Pero a una altura reconocible, la misma a la que puso el balón Carvajal de cualquier manera en Turín. Bale, el más rezagado de la BBC, toma impulso de espaldas al portero y llena la boca de aire; la expulsa en los cielos, soltando un latigazo de chilena que levanta un grito de asombro en la grada. Cuando se mete en la escuadra, a una altura imposible para el portero, medio estadio se levanta enloquecido y de la zona de prensa salen alaridos en todos los idiomas. Un comentarista de la cadena Fox se dirige a gritos directamente a Bale: “Are you serious?”.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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