El Madrid es el increíble Hulk
La Liga de Campeones se ha convertido en el único estímulo apetecible para un club amamantado con bogavantes, alérgico al pan y a los esfuerzos prolongados
Dios me libre de querer contribuir a la propagación de una nueva cualidad mitológica del eterno rival pero hace tiempo que abandoné la esperanza de encontrar cualquier explicación lógica a las conquistas del Real Madrid. Elucubrar y resignarse puede resultar un tratamiento tan efectivo como firmar una petición contra Sergio Ramos en Change.org, así que he decidido apostar por la dicotomía entre teoría y práctica como última conjetura posible para comprender, de una vez por todas, cómo un equipo es capaz de naufragar y triunfar con idéntico estrépito a lo largo de una misma temporada.
Una de mis anécdotas favoritas sobre el mundo del fútbol me la contó Juan Tallón en estricta confidencia, apenas unos meses antes de publicarla en un libro y liberarme de semejante pacto de silencio. El protagonista era Carlos Alberto Fenoy, aquel mítico portero de Newell’s Old Boys al que no apodaban El Loco por casualidad ni a la ligera. Según parece, el arquero bonaerense destinaba algunos entrenamientos a clasificar los chuts que le lanzaban sin apenas moverse un milímetro sobre la línea de meta. “Parable”, “imparable”, “fuera”, “al palo”, determinaba Fenoy con la suficiencia de un catedrático a punto de jubilarse. Cuando alguno de sus compañeros le reprochaba su falta de actitud, él se defendía diciendo: “Hoy, teoría. Mañana, práctica”.
Si el Madrid de Zidane formase parte del universo Marvel sería el increíble Hulk, de eso no tengo la menor duda. Por momentos nos parece un equipo brillante pero minúsculo, al estilo de Bruce Banner, sumido en la soledad de su propio laboratorio y atormentado por un sinfín de fórmulas y teoremas que lo empequeñecen hasta la asfixia. Pocos equipos en el mundo ofrecen tantos y diferentes motivos para teorizar sobre su especial naturaleza pero solo el Madrid es capaz de ahogarse en sus propios debates. Sin embargo, la cercanía de orgasmo europeo parece centrifugarle la sangre y su poder se incrementa exponencialmente a medida que aumenta su furia. Los mismos futbolistas que en navidad parecían derrotados y abandonados a su suerte reaparecen en primavera convertidos en La Masa, todo un compendio de fuerza, resistencia y velocidad sobrehumana que escapa a nuestro entendimiento. También su buena fortuna se me antoja colosal, pero esa es otra historia.
La teoría relaja y la práctica excita, lo sabe cualquiera que se haya sacado el carnet de conducir. Lo mismo sucede con la abundancia y el hambre, supongo. La Liga de Campeones se ha convertido en el único estímulo apetecible para un club amamantado con bogavantes, alérgico al pan y a los esfuerzos prolongados salvo en temporadas esporádicas, a menudo gobernadas por el capricho. Si Zidane aspira a conquistar su segundo título de Liga deberá centrar cualquier esfuerzo en mantener enojada a una plantilla que, por lógica, tan solo debería sentirse tentada por el aroma irresistible de las conquistas internacionales. De lograrlo, el Real Madrid saltaría a los campos con la ropa hecha jirones y la piel teñida de verde, un problema colosal para todos aquellos que osen disputarle cualquiera de las seis coronas en juego. Eso dice la teoría, al menos; en la práctica solo nos queda Messi, que es Batman.
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