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El racismo campa a sus anchas en el ‘calcio’

El 36% de las acciones intimidatorias, amenazas y violencia que sufren los futbolistas son de tipo racista

Eleonora Giovio
Marusic, Immobile y Milinkovic-Savic, con camisetas de Ana Frank.
Marusic, Immobile y Milinkovic-Savic, con camisetas de Ana Frank.ALBERTO LINGRIA (REUTERS)

“He asistido a escenas racistas. No puedo dejarlo pasar sin reaccionar. Gracias por todos vuestros mensajes, hoy he sufrido episodios racistas durante el partido. Las personas débiles intentan intimidar a través del odio. Yo no consigo odiar, simplemente siento que esas conductas sean un mal ejemplo. El fútbol es una forma de difundir la igualdad, la pasión y la inspiración, por eso estoy aquí. Paz”, escribía en las redes sociales Blaise Matuidi, centrocampista francés de orígenes angoleños de la Juve. Era el 7 de enero y acababa de enfrentarse al Cagliari. El 30 de diciembre, también fue víctima de insultos racistas en el campo del Hellas Verona. ¿Sanciones? En el primer caso, ninguna, porque nadie escuchó ni reflejó nada. En el segundo, una propuesta de sanción a ejecutarse si vuelve a ocurrir.

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Matuidi es solo uno de una larga lista de jugadores que ha vivido de primera mano el racismo que impera en el calcio. Balotelli fue víctima de unos 60 episodios. El más duro, a raíz de su convocatoria con la selección italiana: “No existen italianos negros”, le gritaban. Muntari fue expulsado por abandonar el terreno de juego, harto de los insultos racistas, sin pedir permiso al árbitro. Han pasado 13 años desde que Zoro del Messina cogió el balón y amenazó con irse del campo para interrumpir el partido contra el Inter y poner fin a los insultos racistas. Boateng, en un amistoso contra el Pro Patria (de la cuarta División) sí se marchó a vestuarios seguido por todos sus compañeros en enero 2013.

Con el hashtag #nonenormale la Asociación de Futbolistas Italianos (AIC), presidida por Damiano Tommasi ha presentado hace pocos días el informe anual Calciatori Sotto Tiro [futbolistas bajo el fuego], una radiografía de las acciones intimidatorias y amenazas que sufren los jugadores en todas las categorías italianas (el 75% en el fútbol profesional). El resultado: el 36% de las causas de esa violencia es el racismo (el 31% la derrota, el 7% el descenso o riesgo de descenso, otro 7% el enfrentamientos con las hinchadas rivales, 5% traspasos y el 14% otros motivos).

¿Cómo es posible que las cosas sigan así? “Hay que creer que esto se puede erradicar, nosotros creemos en ello y lo intentamos, pero estamos luchando solos”, denuncia Damiano Tommasi, presidente de la AIC. Recuerda que a principio de temporada se firmó un protocolo —impulsado por el Ministerio de Interior y el Comité Olímpico Italiano— en el que los clubes tienen, por primera vez, el poder de hacer un índice de agrado de sus hinchas y, en función de eso, castigarlos en el caso de que mantengan comportamientos violentos o inadecuados. “Siempre se habían quejado de que era injusto que por culpa de unos pocos pagara una grada entera. Ahora tienen la oportunidad de castigar y echar a esos pocos. No me consta que nadie lo haya hecho… ni que se vaya a hacer”, lamenta Tommasi, recordando cómo el West Ham sí suspendió de por vida al aficionado que hizo un comentario sobre la muerte del hijo de Livermore.

No hay cultura deportiva en ese sentido en el fútbol italiano. “Ni tampoco intención de acabar con el racismo. Se niega que exista”, analiza Mauro Valeri, sociólogo, psicoterapeuta y autor, entre otros, del libro Che razza di tifo: dieci anni di razzismo nel calcio italiano [Vaya hinchada, diez años de racismo en el fútbol italiano]. También es, desde 2005, responsable del Observatorio sobre el Racismo en el Calcio, que creó a título personal y de forma voluntaria junto a cuatro amigos. 249 son los episodios de racismo que han registrado entre 2011 y 2016. Uno de ellos, el más grave de los últimos años, ha sido castigado con una simple multa de 50.000 euros (tres meses después de los hechos, además). En el derbi del Olímpico de finales de octubre, la curva de la Lazio —cerrada en aquel partido por comportamientos racistas— llenó el estadio de pegatinas de Anna Frank vestida con la camiseta de la Roma. “Anna Frank anima a la Roma”, ponía. La propuesta de sanción preveía, además de la multa, dos jornadas a puertas cerradas. El comportamiento antisemita de la hinchada, finalmente, ha costado 50.000 euros.

“Esas pegatinas llevan al menos tres años en Roma, pegadas a los semáforos. Se lio cuando aparecieron en el estadio”, cuenta Valeri que, igual que Tommasi, cree que la batalla contra el racismo es una batalla perdida. “En Italia apenas hay sensibilidad con este tema, no se vive como un empeño de todos sino que se mira mal creyendo que quien habla de eso es comunista. Además, aquí primero eres hincha y luego, si eso, anti-racista”, analiza Valeri. Lamenta que no haya futbolistas italianos destacados en las campañas contra el racismo de la UEFA. Y recuerda cómo hace años, cuando Totti protagonizó una campaña de sensibilización, se le rebeló el fondo de la Roma. “Su campaña era un nosotros no y el fondo le respondió rápidamente con un nosotros en cambio sí”, relata. “Me consta, además, como ha pasado en el caso del Hellas Verona, que las multas por conductas racistas y violentas las pagaba el Ayuntamiento porque el alcalde iba al fondo de los ultras”, añade.

La UEFA pide a todas las federaciones que organicen unas jornadas de formación y estudio sobre el racismo en todas las categorías del fútbol. A una de ellas Valeri fue invitado para dar una charla a un equipo de Tercera. “El encargado de la Liga que me presentó lo hizo con estas palabras: ‘ha venido aquí, os dirá que sois racistas, pero en el fútbol no hay racismo. Para mí en el calcio solo tienen que jugar italianos”, recuerda el sociólogo. Un ejemplo más de que es una batalla perdida.

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Sobre la firma

Eleonora Giovio
Es redactora de sociedad especializada en abusos e igualdad. En su paso por la sección de deportes ha cubierto, entre otras cosas, dos Juegos Olímpicos. Ha desarrollado toda su carrera en EL PAÍS; ha sido colaboradora de Onda Cero y TVE. Licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Bolonia y Máster de EL PAÍS.

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