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El Manchester City se impone al United y acaricia la Premier antes de Navidad

El equipo celeste se impone con claridad (1-2) en Old Trafford y ya supera en 11 puntos a un adversario al que Mourinho no supo darle dimensión ofensiva

Diego Torres
Silva mete el 0-1 ante De Gea.
Silva mete el 0-1 ante De Gea.Michael Regan (Getty Images)

“Los dioses del fútbol están con el City”, musitó Mourinho. El técnico del United se resignó con este fatalismo trascendental ante la pregunta del periodista de la BBC, tras el derbi de Manchester que acababa de perder: “¿Está la Premier ya decidida?”.

El Manchester City puso la piqueta en el título. Sin hacer un partido deslumbrante, atenazado por los nervios por momentos, precipitándose, lejos de su mejor versión, fue capaz de doblegar a un United menor. No hubo grandeza en el derbi de Manchester, el partido más grande que puede ofrecer hoy el fútbol inglés, resuelto con tres goles de rebote. No hubo apenas lujos ni emociones fuertes, pero quedó patente que el equipo más perfecto del campeonato es el que dirige Guardiola, autor de pleno derecho de una obra que lo afirma en la peana del mejor entrenador que existe. El catalán celebró el 1-2 abrazado a sus compañeros de cuerpo técnico y a sus jugadores en la hierba de Old Trafford. Bajo una nevada persistente, los ganadores se felicitaron con la gestualidad aliviada de quien sabe que la diferencia lograda es insalvable. Once puntos separan al City, el líder, del segundo de la clasificación, el desteñido United de Mourinho. Ningún equipo ha remontado jamás semejante distancia en la historia de la Premier.

Hay quienes aprecian en la inhibición una especie de épica. Durante mucho tiempo, hacia las últimas décadas del siglo pasado, prosperaron los equipos que hicieron un arte de la resistencia sin el balón. Ese periodo, cuya culminación fue el Mundial de 1998, quedó definitivamente superado con el Barça de Guardiola. El cambio ha trascendido las escuelas de entrenadores. Es una nueva cultura. Los niños que empezaron a jugar al fútbol hace diez años no se esforzaron hasta el profesionalismo para renunciar al balón. Esta no es la juventud sufrida de la posguerra. Esta es una generación hedonista, educada en la Play Station, y es a sus representantes a quienes dirige José Mourinho en el United bajo la premisa de que la primera virtud es la lealtad y la segunda la renuncia a la pelota. Por más que lo intentan, Lingard, Martial, Herrera o Rashford, no lo sienten. Ese sentimiento, combustible del entusiasmo, suele ser la diferencia entre el ganador y el perdedor. El United tuvo el aire de los equipos entregados desde el minuto uno.

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Las acciones iniciales de un partido suelen definir el destino. Lo primero que hizo el United nada más salir a jugar, con las instrucciones del técnico frescas en la mente de los futbolistas, fue estructurar su plan elemental. Todos detrás de la línea del balón a cerrar espacios y, a la mínima, balones largos a Lukaku. La consecuencia fue inmediata. El City invadió el campo de su rival ante la perplejidad general del público local, que tampoco acaba de comprender lo que ocurre. Durante media hora, Silva y sus compañeros desaprovecharon la oportunidad de aplastar a su adversario. Por precipitación, acabaron las jugadas sin mover la pelota al ritmo que habría descolocado definitivamente a la defensa que gobernó con un oficio admirable Ander Herrera. Las situaciones de gol se desmañaron en los pies de Gabriel Jesús, muy nervioso, o acabaron rifándose en tiros desde media distancia.

Agitado en la banda, Guardiola pedía más movilidad, más juego a un toque, más maniobras de distracción. Pero no había caso. Hasta Silva parecía ansioso. Tal vez incluso desconcertado ante la repentina retirada de sus adversarios, que renunciaron a la pelota y al terreno para protegerse atrás. El 0-1 llegó del modo más inesperado. Fue un córner desde la derecha, lanzado por Sané y mal despejado por Lukaku, incapaz de imponerse en el salto a Silva, que ni siquiera saltó. El canario se limitó a esperar el rebote y enganchar el remate. Si De Gea hubiera dado un paso adelante habría tenido más posibilidades. Bajo los palos como estaba, no pudo sino dar un manotazo al aire.

A falta de unos minutos para el descanso la situación era dramática para el equipo local: ni un remate a puerta por cuatro en contra, y a cambio de nada. Lejos de servirle para defender mejor, la renuncia a elaborar mínimamente despojó al United de su blindaje también. El City tuvo más del 70% de la posesión en ese tramo, más de la media. Solo la casualidad permitió equilibrar el partido antes del intervalo: un centro mal despejado por Otamendi dejó a Rashford solo ante Ederson y reveló varios problemas en el equipo de Guardiola.

El City vive en una contradicción que solo ha sorteado con el tacto y el trabajo de relojero de su entrenador. Es un equipo sin futbolistas naturalmente preparados para jugar en campo propio y demasiado veteranos, o demasiado atrevidos, para resistir el desgaste de hacerlo en campo contrario. Da la impresión de que Fernandinho, Silva y De Bruyne deben administrar su oxígeno con cuentagotas para llegar al final de los partidos. Esto les obliga a retrasar la presión en determinadas fases. Cuando lo hacen, son capaces de lanzar contragolpes temibles con la ayuda del portentoso Sané, pero al mismo tiempo exponen a su equipo defensivamente. El United, que vislumbró el filón en el 1-1, no lo explotó en la segunda mitad. Fernandinho, erigido en interventor general, frenó los impulsos destructivos de los rojos. Fernandinho fue, probablemente, el mejor jugador de la noche.

Solo la entrada de Mata brindó un poco de lucidez al equipo anfitrión. No fue suficiente, aunque gracias a una jugada suya Lukaku tuvo un remate a bocajarro que paró Ederson con el pecho y el cuello. Esto sucedió en los minutos finales, justamente cuando el United perdió todo el sentido de la táctica que le ha caracterizado y sus futbolistas hicieron un poco lo que les dictó su instinto. Cuando no había más remedio que atreverse. Después del gol de la victoria, el 1-2, otra jugada a balón parado que despejó mal Lukaku, rebotó en el culo de Smalling, y quedó servido para que Otamendi fusilara ante De Gea, nuevamente parado bajo el travesaño. Ni en la pelota detenida, allí donde puede imponer la presumible ventaja física de su plantilla, fue capaz de actuar con competencia el United.

"Los goles a balón parado son la última clase de goles que puedo esperar que nos meta cualquier equipo, ¡y mucho menos el City!", admitió Mourinho en los micrófonos de la BBC.

Hacía más de un año que el United no perdía en Old Trafford. Fue durante el último derbi: 1-2. El tiempo no pasa para Mourinho. Sus rivales, y en particular el City, viven en un futuro lejano. No es Navidad y están a punto de ganar la Premier.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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