Luka Doncic, 18 años tiene la criatura
Los números de este chico son una insensatez, al alcance de muy pocos en la historia y de nadie, absolutamente nadie, en la actualidad
Sin palabras se empieza a quedar el mundo del baloncesto. La culpa la tiene un joven que hace pocos meses celebró su mayoría de edad. Luka Doncic se llama, y lo que promete es un escándalo. O lo está siendo ya, para qué engañarnos. El niño con el que cada pretemporada se fotografía Florentino Pérez para comprobar cuánto ha crecido está derribando todas las puertas que se le ponen por delante. Y lo está consiguiendo a una velocidad superior incluso a la de las dos mayores leyendas que ha dado el basket europeo. Nadie en su sano juicio, y este columnista lo está, más o menos, sería capaz de cometer el sacrilegio de comparar a Doncic con dos gigantes como Arvydas Sabonis y Drazen Petrovic, más que nada porque la categoría de mito no se conquista al contado sino a plazos. Pero lo cierto es que lo que apunta el joven jugador esloveno del Real Madrid es de tal magnitud que resulta imposible intuir siquiera dónde está su techo. Si existe.
Vamos con los números, que no es cuestión de creer que aquí se vierten opiniones sin una mínima base científica, como así es pero solo a veces. Con 18 años y ocho meses Doncic presume en su palmarés de un Campeonato de Europa de selecciones con Eslovenia, un equipo menor hasta hace cuatro días, y de dos Ligas, dos Copas del Rey y una Intercontinental con el Madrid. A esa edad, Arvydas Sabonis (pónganse en pie si son tan amables) ya había sido campeón del mundo con la URSS, aunque su papel en aquel certamen de 1982 fue más bien residual, lo que no impidió que lograra 28 puntos, 13 rebotes y cinco asistencias en los 23 minutos que disputó ante el anfitrión, Colombia, que cayó aplastado por la bestia soviética (143-73). Tenía Sabonis 17 años y relatar aquí lo que vino después sería imposible. Y no es por no contarlo, que ganas hay, sino porque lo que no hay es espacio. Sí es necesario recordar que todo lo que consiguió lo hizo cojo, con un talón de Aquiles que era un puro disparate. No menos precoz fue Drazen Petrovic (y otra vez en pie, perdonen la insistencia), que a los 15 años ya jugaba en la Primera división yugoslava con el Sibenka Šibenik, el equipo de su ciudad. Pero los éxitos no llegaron hasta que emigró a Zagreb, a la Cibona, donde con 21 años ya era campeón de Europa, aunque antes, con 20, había sido bronce olímpico. Tras ganarlo todo emigró a la NBA. Y allí, con los Nets, promediaba una salvajada llamada 22,3 puntos por partido y un porcentaje de 45% en acierto de tiros. Hasta que un accidente de tráfico acabó con su vida en 1993.
Los límites de Doncic, si los hay, son desconocidos. Hoy el Madrid disfruta de él y teme por él. Disfruta porque encadena actuaciones fabulosas, ahora que la lesión de Llull le ha convertido en el líder del equipo. Y teme porque más pronto que tarde la NBA se lo va a llevar a empujones y con una pila de dinero por medio. “Cada día que podamos mantenerle en el equipo es un lujo”, ha dicho el presidente madridista con la esperanza de hacerse con él una nueva foto la próxima pretemporada. La intención del club, dicen los que de esto saben, es rodearle de algunos de los jugadores eslovenos que con él conquistaron a lo grande el pasado Eurobasket. Para empujarle a que aguante, a que se quede una temporada más, un mes más, un partido más. Hoy, las estadísticas de la Euroliga aseguran que no hay mejor jugador que él en el continente. Promedia 24 puntos por partido y 32,2 de valoración, cifras que son una insensatez, al alcance de muy pocos en la historia y de nadie, absolutamente nadie, en la actualidad.
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