Fútbol y redes: el paraíso de los brutos
El insulto y las vejaciones en 140 caracteres parecen haber alcanzado estatus de producto apto para el consumo
Me sucede con los hinchas argentinos algo similar a lo que me ocurre con la familia: algunas veces me parecen los mejores del mundo y otras los mandaría internar a todos en una clínica psiquiatra, especialmente a los barras y a una de mis abuelas, que se me antojan los peores de ambos bandos. Entre la admiración que me provoca su pasión desbordante y el desprecio que siento ante sus habituales excesos suele mediar una distancia muy corta que, por pura precaución, acostumbro a recorrer cuidándome bien las espaldas, como si temiera que en cualquier momento pudiera salpicarme tan penosa realidad y corriese el riesgo de quedarme enganchado a ella para siempre.
Antes de la aparición de las redes sociales, el funesto eco de los insultos y las amenazas en el fútbol argentino solía quedar disimulado por la distancia y unas locuciones cargadas de literatura que nos mantenían en vilo frente al televisor, generalmente con la boca abierta, como si cada partido fuese nuestra primera lectura de ‘La isla del tesoro’. Artesanos de la emoción y la palabra como Marcelo Araujo, Sebastián Vignolo o Víctor Hugo Morales se encargaban de focalizar nuestra atención sobre lo realmente importante, el juego, obligándonos a obviar por descarte aquellas barbaridades cantadas o berreadas que alguna vez se intuían a través de los micrófonos de ambiente. Ahora, con el mundo entero a un golpe de click, las majaderías más espantosas viajan a la velocidad del rayo por los cinco continentes hasta emponzoñarlo todo, a menudo viralizadas por esa obsesión insana de compartir los contenidos más macabros y miserables que podamos recolectar: primero nos convertidos en enlaces del morbo y luego, hipócritas, nos hacemos los indignamos frente a tales actitudes; así funciona esto.
De este modo, amparado por la complicidad de quienes lo comparten y el anonimato de quien lo redacta, es como ha logrado hacer cierta fortuna entre los internautas españoles el mensaje de un supuesto aficionado argentino contra el futbolista Ever Banega, una concatenación de insultos irreproducibles que harían palidecer a los padres del susodicho animal a poco que se hayan gastado unos cuantos pesos en su educación. Tampoco resultaría demasiado grave si la sucia lengua de dicho enajenado fuese la excepción pero, por desgracia, el lenguaje basura se ha vuelto tan habitual en las redes que empieza a parecernos normal, casi folclórico, pues este tipo de mensajes se han convertido en el condimento perfecto con el que sazonar los partidos de la albiceleste.
Del fútbol suele decirse que es la mejor representación del estado emocional de una sociedad y el panorama, a día de hoy, no puede resultar más deprimente. El insulto y las vejaciones en 140 caracteres parecen haber alcanzado estatus de producto apto para el consumo, un comercio apenas sujeto a la implacable ley de la oferta y la demanda, como todos los demás. Desde Argentina nos llegan esos pantallazos infames y en España los compartimos con cierta devoción, inmunizados por la comodidad que implica la distancia y un estúpido sentimiento de cierta superioridad moral. Mal asunto para todos cuando los brutos ganan la partida: poco importa si están dentro o fuera del campo, nada si viven acá o allí.
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