Piqué, menos pitos que ovaciones
Tras el ruido inicial sobre su figura, el central firma una actuación medida y eficaz
El Bernabéu se engalanó como una caseta de feria y se llenó. Por primera vez desde que se inició la fase de clasificación mundialista, la selección jugó en un campo abarrotado. La multitud cubrió las gradas de rojo y amarillo y la megafonía inundó el aire con las vibraciones telúricas de los pasodobles. Manolo Escobar volvió a la vida y entre flores, fandanguillos y alegrías, pocos habrían dicho que Piqué no nació en España, la tierra del amor. Pocos, pues desde la esquina donde se ubicó un grupito de ‘ultras sur’ se oyeron pitos que replicaron los más indignados del arco madridista. Pitos y contrapitos de la mayoría. Y luego una ovación. “Pi-qué…! Pi-qué…! Pi-qué...! Lo nunca visto. Chamartín cantándole a Piqué al calor de la fiesta.
La presencia de Gerard Piqué en el césped del Bernabéu generó expectación en todos los órdenes. Desde que declaró en marzo que en el palco del estadio de La Castellana se mueven los hilos del país, insinuando que el presidente madridista Florentino Pérez ejerce una influencia espuria en el fútbol y en otros ámbitos, su reputación entre el madridismo cayó en picado un poco más. Arrecieron las pitadas. Si los reproches no se reprodujeron este sábado fue porque las circunstancias exigían otra predisposición. Piqué puso a prueba a la hinchada el viernes en el entrenamiento ante el púbico, cuando esperó a que todos sus compañeros salieran al campo para hacerlo él. El silencio que sucedió se pareció a la indiferencia. Cuando empezó el partido, el central se comportó como si llevase tapones en los oídos. Jugó con sangre fría y precisión.
Piqué no falló ni un pase. Jugó con aplomo para Busquets y Carvajal, sus primeros socios en la salida. La presión que le hizo Immobile fue en vano. No se dejó sorprender nunca con los desmarques del propio Immobile, ni le ganó la espalda Belotti, sus dos emparejamientos habituales. En la primera parte, incluso remató con un cabezazo pleno un centro de Koke después de una jugada a balón parado. La pelota rozó el larguero y acabó en la grada del fondo norte.
Los problemas de Piqué comenzaron a desvanecerse en el minuto 12. Hora del primer (y el último) desmarque al espacio de Marco Asensio. Hora de la falta de Bonucci. Hora del tiro libre de Isco, del 1-0, y del inicio de una pesadilla para Italia. Decía el seleccionador azzurro, Gian Piero Ventura, tras el paseo de reconocimiento por el campo, que “en el prado no hay serpientes”. Si la broma procuró persuadir a sus muchachos de que no debían temer nada extraordinario, se equivocó. El partido demostró que Italia tenía mucho que temer en Chamartín. No así Piqué, vórtice emocional primero y elemento desapercibido según corrieron los minutos.
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