El ciclismo recupera sus derechos en el Estadio Velódromo
Durante unas horas, el césped se hizo asfalto y el fútbol dejó de ser el dueño de un recinto que homenajea a un pistard
En los años 20, Ernest Hemingway se embriagó en un velódromo contemplando la pureza de la velocidad de los sprinters que se lanzan en picado después de minutos de surplace y la resistencia de un stayer que se anima succionando con un tubo de goma coñac de una bolsa de agua caliente bajo su maillot antes de lanzar un ataque. También vio cómo Gustave Ganay, un ciclista, se mataba en una prueba de medio fondo tras moto en el velódromo del Parque de los Príncipes, la pista de cemento más perversa de todo París. “Le vimos caer y oímos el crujido de su cráneo bajo el casco protector al cascarse como un huevo duro que golpeas contra una piedra para pelarlo en un picnic”, escribió en su París era una fiesta.
Ganay era de Marsella y un campeón. Era tan famoso que cuando se construyó 11 años más tarde, en 1937, el Estadio Velódromo, el ayuntamiento bautizó tribuna Ganay la grada más grande, y aún se llama así después de muchas reformas que se han llevado por delante la pista de cemento que permitía que el recinto pudiera denominarse velódromo, y las bicis son ya allí un recuerdo más antiguo que la experiencia de los espectadores. Y desde sus asientos, todos los días de partido vociferan los hinchas del OM. “Pero si les preguntas quién era Ganay, la mayoría responderá que un futbolista o algo así”, dice Fabien, un socio del OM cuya verdadera pasión es el ciclismo. “Yo lo sé porque me he preocupado por enterarme, y porque me gusta el ciclismo, claro”.
Dos cintas de asfalto de seis metros de ancho mancillan en sendos arcos de circunferencia el césped del Estadio Velódromo. ¡Sacrilegio!, gritan muchos aficionados al fútbol, que esperan el debut de su OM el jueves en la fase previa de la Europa League y se niegan a recibir en persona a los ciclistas en su recinto sagrado, que apenas se llena. La estatua de Ganay, con el casco en la mano, delante de unos bajos relieves de ciclistas tras moto, los recibe a todos desde 1938 en la gran plaza del estadio, pero pocos la saben interpretar. El club les dice que el mismo sábado por la noche se replantará el césped, y respiran tranquilos.
La bicicleta cumple 200 años en 2017, la bicicleta o su primera aproximación, la draisiana, el invento del barón Von Drais, un agente forestal de Baden Baden que, como cuenta Michel Hutchinson en su historia del vehículo que más hizo a comienzos del siglo XX por la emancipación de las mujeres y por la calidad de vida de los trabajadores, combatió con su ingenio la mortandad de caballos que le impedía inspeccionar los bosques que tenía asignados. Su ingenio era un cuadro con un sillín que impulsaba con los pies en el suelo, sin pedales ni cadena. Tuvieron que pasar aún 70 años para que llegaran las bicis de ahora, con dos ruedas de igual tamaño y transmisión por cadena. Un invento ya tan maduro nada más nacer que los más mínimos avances que ha experimentado han precisado de decenas de años.
A comienzos del siglo XX la bicicleta, los velódromos, la vida arriesgada de los ciclistas, maravilló a intelectuales y artistas, y el público encontró en ellos la emoción multitudinaria que les hacía masa antes casi en el fútbol. Y el sábado, en el Estadio aún denominado Velódromo pese a que de la pista no quedan ni las cenizas, todos ellos recuperaron por unas horas sus derechos perdidos para siempre. Y la memoria de sus campeones.
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