Galibier-Izoard, viejos nombres, viejas prácticas para decidir el Tour
Froome avisa de que se defenderá bien en los Alpes, y de que está más fuerte que en toda la carrera
Aunque el Izoard posee la mística, Alberto Contador, embajador de los Alpes, prefiere el Galibier, donde perdió un Tour y al día siguiente, en la repetición de la ascensión, descubrió que lo que más le gustaba del ciclismo era el camino y la forma de recorrerlo, y no la meta.
Los dos son nombres antiguos del Tour, que combina con gran éxito promocional, como si lo elaboraran cocineros especialistas en marketing, montañas nuevas con fama de terribles con las subidas en las que desde sus primeros años de existencia centenaria dejaron su sello los ciclistas que escribieron la leyenda. Ambos gigantes, el Galibier y su final en el valle de Serre Chevalier; el Izoard y un inédito final en su cima después de la Casse Déserte, decidirán, miércoles y jueves, la suerte de los atacantes que quieren acabar con Froome de amarillo.
El Galibier es para los aficionados la niebla que envolvió a Pantani (y el Chava quería ir con él, y en la salida de Grenoble, donde diluviaba, se pusieron de acuerdo, pero el español no pudo honrar su palabra: como a menudo le ocurría, el deseo era mayor que la fuerza) en el ataque que terminó mucho después, y en Les Deux Alpes con el Ullrich del 9. Y es para Contador el lugar de su llanto el día de 2011 que Andy Schleck se lanzó al ataque en el Izoard de paso, ganó la etapa en la cumbre del Galibier y perdió el Tour, porque Cadel Evans, que podría ser el Froome de ahora, no perdió tanto tiempo como para no poder recuperarlo en la contrarreloj última. “De ese Tour”, repite Contador a menudo, “siempre me acuerdo del día siguiente, del comienzo ascendiendo el Galibier de nuevo, por Valloire ahora, y de lo bien que lo pasé atacando desde lejos, sin pensar en el resultado, solo en reventar la carrera para ver qué pasaba. Ese es el ciclismo que gusta a los aficionados y a mí me divierte. Es uno de mis días favoritos en el Tour”. Contador no ganó aquel Tour (que le habrían borrado de su palmarés como borraron el de 2010, por su clembuterol) ni tampoco la etapa, que terminó en Alpe d’Huez.
Todo el Tour, Contador ha alertado de que sus días buenos serían los Alpes, y la última semana ha dicho una y otra vez que le encanta ir de electrón libre, agitar la etapa, decidir con sus ataques la estrategia de los que quieran ganar el Tour. Sus acciones tienen ese peso porque, como él subraya, pese a marchar undécimo en la general, a 7m 10s, no recibe el plácet del pelotón cuando ataca, mientras que los demás sí.
A Contador le temen muchos, y esperan sus movimientos bastantes más, pero Froome no parece ser uno de ellos. “Si solo pudiera vigilar a un rival, este sería Rigo Urán, que es mejor que los demás contrarreloj”, dice el inglés, quien, con cierta soberbia, advierte de que permitirá pocas bromas en los Alpes. “Tendrán que atacarme, y las etapas alpinas son los dos días seguidos más importantes de este Tour, pero deben saber todos que estoy más fuerte que nunca, que me he preparado así, para llegar mejor a los Alpes, y que Landa, que está a mi lado, también está muy fuerte”.
Froome no ha conseguido aún ni una victoria en todo el año, y podría terminar ganando el Tour sin ganar ninguna etapa, lo que a él no parece importarle –“solo he venido a ganar el Tour no etapas”, dice--, pero sí que es importante para definirle como campeón. Quizás ganar en Serre Chevalier no tenga mucha clase, pero ser el primero, solo, destacado, en el Izoard, en su paisaje desértico a 2.300 metros, más lunar que el Ventoux los días de sol fuerte, más acongojante, y de amarillo, marca para siempre: le entroncaría con los grandísimos del pasado, con Bartali, Coppi, Bobet, Merckx. “El Izoard”, dijo Jacques Goddet, “es el gran desafío que marca la diferencia entre lo terrible y lo terrorífico”.
Bernard Thévenet cuenta que en 1975 se subía el Izoard el día siguiente de que despojara a Merckx del amarillo en Pra Loup. A la salida de la etapa se le acercó Louison Bobet y le dijo: “Si quieres que se te considere un campeón estás obligado a pasar el Izoard solo y en cabeza”. A Bobet, que lo hizo dos veces, se lo había exigido fausto Coppi, que le esperaba para darle agua en la cima, a la que había subido en moto el año después de ganar allí su segundor Tour. Un monumento con los bustos de ambos saluda a todos los que lo atraviesan por la Casse Déserte, su paisaje.
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