Los primeros All Blacks
Eran 27 jugadores de rugby imbatibles. En 1905 se adentraban en una gira internacional. Empezaba la leyenda
Eran 27 jugadores de rugby imbatibles: los Original All Blacks. Había zapateros, herreros, obreros, labradores, mineros, empleados de banca, carpinteros, jinetes o funcionarios del Estado. Procedían de distintos puntos de Nueva Zelanda. A unos les gustaba cantar, a otros jugar a las cartas, tocar el piano, leer, acudir a la misa por la tarde, mostrar modales refinados en la mesa o irse pronto a la cama. Apenas 100 personas acudieron al puerto de Auckland a verlos zarpar rumbo a Europa en el SS Rimutaka, un buque cuya cubierta inferior convirtieron en un campo de entrenamiento, relata Lloyd Jones en El libro de la fama (editorial Gallo Negro), en una mezcla de investigación y novela. Era el 8 de agosto de 1905 y se adentraban en una gira internacional, casi una expedición, en que jugarían 35 partidos, anotarían 830 puntos y encajarían solo 39.
En el barco entrenaron, estudiaron esquemas de juego, ensayaron su haka, pero también vieron ballenas, despistaron icebergs y sortearon un naufragio casi seguro durante una tormenta de granizo y ventisca. En Montevideo, donde harían escala, compraron calabazas para perfeccionar los pases desde la zaga. Tras casi 40 días de navegación, alcanzaron las costas de Inglaterra. No tardaron en convertirse en un acontecimiento. Su primer partido, contra el Devon, derivó en paseo triunfal, aunque los periódicos de Londres publicaron al día siguiente un resultado falso, tras un error del telegrafista, que le otorgó la victoria al rival por 55 a 4.
Se corrió la voz de sus exhibiciones. Los británicos empezaron no solo a hacer cola en las taquillas, sino a las puertas de sus hoteles, y en los restaurantes, y en las calles a su paso, “donde la multitud los saludaba alzando los sombreros”. Los rectores los recibían en las universidades, los empresarios en sus fábricas, los alcaldes en los ayuntamientos. Ante las palizas a sus rivales la prensa reaccionó, y en el Telegraph avisaron: “La situación se está volviendo preocupante”. Y entonces, llegaron las grandes citas: los partidos contra los equipos nacionales. Primero vencieron a Escocia, después a Irlanda y continuación a Inglaterra… El Times los mencionaba “al lado de países extranjeros y hombres de Estado”. A cada victoria les concedía más líneas. El choque con Inglaterra (15-0) se glosó en 170 líneas. Ese día, según la investigación de Jones, “sólo los obituarios les ganaron en extensión”.
Pero faltaba el encuentro contra Gales. Hacía seis años que los galeses no perdían en casa. La gira de los All Blacks sumaba ya casi 30 partidos, mucho cansancio y numerosas lesiones cuando llegaron a la cita. En Gales se encontraron una gran displicencia. Sus rivales ni siquiera los miraron durante los himnos. Perdieron 3-0. Su única derrota hizo que se expidieran 35.000 telegramas desde la oficina postal de Cardiff, cuando un sábado la media eran 800. Luego viajaron a París, donde vencieron a Francia, y a las pocas semanas continuaron gira por Norteamérica. Seis meses después de partir, regresaron a Nueva Zelanda. Empezaba la leyenda.
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