El PSG se estrella en Niza y deja la Liga francesa en bandeja al Mónaco
El equipo de Emery no consigue dominar a su oponente de la Costa Azul, un conjunto modélico por su afán creativo y su cantera. El líder se afianza con tres puntos de ventaja
El PSG encalla en la Costa Azul. El proyecto más ambicioso del siglo en el fútbol francés sufre un calvario a costa de dos equipos innovadores que practican un fútbol feliz y atrevido basado en la cantera. Los separan tan solo 20 kilómetros de acantilados y playas en el extremo meridional del país: el Niza y el Mónaco.
El Mónaco lidera la clasificación de la Ligue 1 con un partido pendiente y tres puntos de ventaja; el PSG lo persigue, pero el Niza amenaza con apoderarse del tercer puesto. Este domingo en el estadio de la Riviera, en el último encuentro de la jornada, el equipo que dirige Lucien Favre desmontó al PSG pieza por pieza. Lo que quedó fue una victoria inapelable por 3-1, un palco de autoridades de rostros desencajados, y en el banquillo visitante Unai Emery lanzando maldiciones. El entrenador español atraviesa un momento crítico.
Dirigido por Seri, ese impecable mediocentro marfileño, ágil, rápido y preciso para mover la pelota, el Niza se fue adueñando del campo. Sin adelantar la presión como en sus días más desaforados, a Seri le bastó con intercambiar pases a uno y dos toques para controlar todo lo controlable. El pequeño Koziello le escoltó en el mediocampo mientras los demás se agrupaban o se alejaban según demandara la situación, abriendo y achicando espacios, saliendo de una zona para ocupar otra, en un movimiento coral y armonioso que fue dejando sin aire y sin ideas al PSG.
Se iluminó Belhanda, ingenioso para jugar entre líneas, despegó Dalbert por el flanco izquierdo y voló Pereira por el derecho. Ricardo Domingos Barbosa Pereira, natural de Lisboa, es un extremo fino y ligero que avanza, regatea, avanza y frena, y si tiene su noche es imparable. Este domingo fue su noche.
Pereira desnortó a Maxwell y asistió Balotelli que puso el 0-1 con un zurdazo desde el borde del área. Thiago Silva se estiró sin esperanza para tapar el tiro. Corría el minuto 26 y el PSG solo podía jugar al juego que le marcaba su oponente. Reprimiendo la risa, Balotelli le tomó el pelo a Cavani. Mentalmente, el uruguayo abandonó el partido. Quedó el cuerpo privilegiado. El anima voló.
Allí donde el Niza conectaba pases, el PSG se cortocircuitaba. Allí donde Favre puso un enganche (Belhanda), su colega Emery optó por un fondista (Matuidi). Allí donde unos jugaban como si pagasen para disfrutar de un rato de diversión, los otros lo hacían como si esperasen cobrar por un intercambio justo de bienes y servicios. Al regreso del descanso Belhanda atravesó el campo en diagonal, desconcertó a Motta y a Verratti, y como burlándose del mundo le dio la pelota a Pereira. Inflamado como estaba, Pereira dribló a Aurier con la derecha y remató con la izquierda. A la escuadra más lejana. El 2-0 fue un golazo. El público no dejaba de cantar.
El ingreso de Rabiot en el segundo tiempo, y el desplazamiento de Matuidi al lateral izquierdo, revelaron lo que pudo ser un error en el planteamiento inicial de Emery. El PSG recuperó terreno, pero con viento en contra. Por más que tuvo el balón, solo generó situaciones de remate mediante tiros desde fuera del área o de esquina. Hubo tres remarcables. Cardinale paró dos y una fue adentro después de un cabezazo de Silva. Resultó insuficiente.
Hay algo frío y rígido en el profesionalismo intachable que envuelve cada acción de los jugadores del PSG. Son obedientes, abnegados, fuertes, serios. Componen la que probablemente sea la plantilla más opulenta de Europa y hacen lo que les manda el entrenador. Cumplen con exactitud. Corren sin parar. Parecen tristes. Juegan como si necesitaran justificar sus salarios, sus posiciones, sus mansiones en Saint-Germain-en-Laye, o sus salones con vistas a la torre Eifel. Nadie podrá acusarlos jamás de no haberse sacrificado. Tampoco podrán reprocharles no haber perdido la calma al verse expuestos a la derrota. Thiago Motta y Di María se hicieron expulsar en los minutos de descuento con sendas agresiones. No se sabe si lo hicieron por cumplir con la etiqueta del profesional rabioso o porque por fin se hartaron del profesionalismo. El Niza los había dejado en evidencia ante su propia melancolía.
En plena desbandada, en el minuto 92, el Niza exhibió otro artista. Un tal Le Bihan. Ídolo local, sustituto de Balotelli. Puso un centro medido y Donis lo mandó de cabeza a la red. Para el PSG, el partido ya había concluido. La Liga puede que también.
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