Fiesta completa del Barcelona ante Osasuna
Aunque Messi desatasca el duelo, André Gomes, Alcácer y hasta Mascherano participan del cómodo triunfo ante un rival alicaído
Se aguardaba a un Osasuna fiero porque su reloj de arena en Primera está a punto de vaciarse. Pero llegó un equipo manso y desalentado que no compitió sino que se plantó en el césped a verlas venir. Un desliz imperdonable frente a Messi, que, enrabietado por la pifia europea ante la Juventus, se ha propuesto ganar la Liga sin atender a quién le rodea porque le alcanza con una pelota y su fútbol. Lo explicó en el Bernabéu y lo ratificó ante Osasuna, aunque anoche le acompañaron Alcácer y André Gomes, intrascendente a la hora de construir pero fabuloso en la definición porque sumó dos goles y su primera ovación en Can Barça, y hasta Mascherano, que hizo su primera diana de azulgrana 319 partidos más tarde. Una fiesta fuera de época, con el equipo con el agua al cuello, pero una fiesta completa a fin de cuentas.
Extrañó que Luis Enrique hiciera una revolución en el once inicial ahora que al equipo solo le queda el sprint definitivo de la Liga, amén de la final de la Copa, y no puede permitirse el más mínimo tropiezo en la encarnizada pugna que mantiene con el Madrid. Pero el plan B salió de maravilla porque no hubo contrincante y porque Messi sigue entreteniéndose con un balón entre los pies y con eso basta para desconchar al más pintado. También, claro, a un raquítico Osasuna.
Retomó el técnico azulgrana el 3-4-3 para batirse con un rival sacudido por las lesiones, hasta el punto que no contaba con central alguno del primer equipo. Así que no sorprendió la rácana apuesta de Vasiljevic, con cinco defensas y un único punta que se peleaba hasta con su sombra porque no tenía ayudas ni refuerzos, por lo que Kenan Kodro parecía El Quijote en tierras manchegas. Pero era el Camp Nou y ahí no hay molinos de viento sino que está Messi. Por lo que se dio otra obra lírica: la tragedia de Fausto de Goethe. Leo jugó al trote, más pendiente de entender por dónde debía desenvolverse, acostumbrado como está a tomarse unos minutos para escudriñar las debilidades del rival. Y en esas estaba, como si pasara por ahí, como si silbara para disimular, cuando Fausto pasó hacia atrás el esférico. Una embolada que activó al 10 porque puso la puntera de su zurda y se llevó el balón para medirse en una carrera con los centrales, que se contentaron con cogerle la matrícula; para enfrentarse a Sirigu y picarle la pelota para dejar caduca la pancarta que se desplegó antes del duelo donde agradecían sus 500 goles.
La falta de ambición de Osasuna resultó chocante. No espabiló con el gol en contra. Se reforzó en su idea echar el cerrojo en el área. Edén para el Barcelona de los suplentes, que tardaban en definirse en el área opuesta, con un Arda poco profundo, con Alcácer desconectado y con André Gomes tiritando. Hasta que dio con la tecla y se hizo grande. Fue en la prolongación de un saque de esquina, cuando Denis abrió el esférico a Rakitic, que puso un centro al punto de penalti, donde llegó desde atrás André Gomes y metió el interior del pie para enviar el balón a la red.
Pero este Barça, capaz de desmontar a los rivales aristocráticos y caer frente a los plebeyos, dio el susto. Osasuna disfrutó de una falta al borde del área y no la desaprovechó. Chutó Roberto Torres por encima de la barrera y cruzado, y Ter Stegen se equivocó al dar un paso en dirección contraria que le impidió corregirse. Pero ni con esas se envalentonó Osasuna, por lo que el Barcelona se refugió de nuevo en los córners. Piqué lo probó con la cabeza pero Sirigu le dio la réplica con un manotazo al balón; y en el siguiente chutó con la zurda, el esférico lo escupió el poste y Gomes lo introdujo de nuevo a gol. Poco después, Messi pidió la pelota, hizo su diagonal típica con eslalon y quiebro, y soltó el latigazo a la red. Momento en el que Luis Enrique sentó al 10 —atronadora la ovación que recibió— y, en un cambio simbólico, entró Aleñá.
Se sumó Alcácer a la fiesta con un remate de delantero centro y después un dribling sobre Sirigu que valieron dos goles, y el Camp Nou reclamó la noche de la algarabía cuando el colegiado señaló un penalti sobre Denis Suárez. Pidió la bola Rakitic y la afición y Piqué pidieron que fuera Mascherano el ejecutor. Se negó al principio, pero luego aceptó porque nunca se sabe si tendrá más ocasiones así. Le pegó duro y al medio, también a gol, y recibió el cariño de sus compañeros y la hinchada, que dio por buena una victoria sin sudor ni demasiado juego, pero sí con muchos goles y la satisfacción de llegar al derbi con las piernas frescas.
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