El plan del PSG para conquistar la Champions
El club del emir de Qatar lleva seis años conduciendo un proyecto que se inspira en el modelo del Barça y que se nutre de la pujante cantera francesa
En el corazón del bosque comunal de Saint-Germain-en-Laye retumba la batería electrónica y se agitan los penachos de plumas de marabú en los cascos de las bailarinas de una escola da samba. El carnaval de Río se ramifica hasta el centro de entrenamientos del Paris Saint-Germain, a 30 kilómetros al norte de la capital francesa. Los jugadores salen del vestuario bailando. El entrenador, Unai Emery, quiere que además de trabajar sientan la familiaridad de la fiesta. Hay nueve latinoamericanos en la plantilla —los brasileños son mayoría— y un club de fútbol no es una compañía de seguros. Mucho menos el PSG, cuyos hinchas han rendido culto al juego heterodoxo de poetas como Raí, Ronaldinho, Okocha, Ibrahimovic o Javier Pastore.
El equipo que goleó al Barça en el Parque de los Príncipes (4-0) se preparaba la semana pasada para rematar la hazaña en el Camp Nou en un clima que mezclaba la tensión de la práctica con la distensión musical. Casi nada se libra al azar en un proyecto de seis años de recorrido y más de 700 millones de euros invertidos en fichajes. Agentes de toda Europa coinciden: el PSG ha reunido a una de las dos o tres plantillas más ricas y variadas del mundo.
No fueron casuales las combinaciones de Verratti, Rabiot, Di María, Draxler y Marquinhos en el aplastamiento progresivo a que sometieron al Barça en la ida de los octavos de final. Fueron la última vuelta de una tuerca que gira desde hace seis temporadas hacia la perfección. Cuando el fondo soberano de Qatar compró el PSG en 2011 el club venía de atravesar una década de penumbra. La refundación coincidió con la voluntad del emir de apostar por el fútbol como instrumento de proyección de la imagen de su país. No se le ocurrió mensaje más bello, magnífico y equilibrado que el que inspiraba el Barça de Guardiola. El PSG debía ser más que un club. Y para convencer a la industria de su grandeza debía ganar la Champions cuanto antes.
Descartada la fantasía de fichar a Messi y a Guardiola para trasplantar el invento, la estrategia del vicario del emir, el presidente Nasser Al-Khelaifi, tuvo un ideal de tres patas: el estilo de juego basado en la “posesión del balón”; la búsqueda de jugadores deslumbrantes; y el culto de la cantera para reafirmar la identidad parisina. Si las estrellas no se dejaban seducir por los petrodólares, habría que rastrillar el campo alrededor. Al-Khelaifi apuntó alto: “Vamos a crear al Messi del futuro”.
El presidente comenzó por crear la estructura. Allí donde reinaban los entrenadores nombró a un director deportivo que se ocuparía de diseñar la plantilla, el exjugador brasileño Leonardo de Araujo; propuso a un director general que hiciera cuentas, Jean Claude Blanc, que fue CEO del Juventus; y firmó un director técnico para el centro de formación, el ingeniero catalán Carles Romagosa, antaño director de la escuela del Barça. En la mente de Al-Khelaifi no dejó de latir la esperanza de montar una cadena de producción de alevines tan eficaz como aquella que posibilitó la aparición de Xavi, Iniesta y Busquets, con la ventaja geográfica de París. La región de la Isla de Francia, con sus más de 12 millones de habitantes, es el primer hábitat natural de talento futbolístico del país que más fenómenos físicos y técnicos ofrece al fútbol profesional en los últimos años. El PSG se propuso canalizar esa energía hacia su escuela y así captar jugadores que conectasen con la populosa afición parisina, tradicionalmente dispersa en su aprecio por clubes de toda Francia.
Leonardo atrajo a las estrellas del declinante calcio pensando en dotar al equipo de un prestigio y un carácter que no tenía. Motta, Thiago Silva, Ibrahimovic, Lavezzi, Maxwell, Cavani y Pastore fueron los abanderados. Le siguieron dos apuestas brillantes. Leonardo pagó 12 millones por Marco Verratti, que no había debutado en la serie A con el Pescara, y compró por 30 millones a Marquinhos, un central de 19 años que apenas jugaba en la Roma. Hoy Verratti y Marquinhos son dos de los tres ejes que permiten al PSG pensar en una progresión larga. El tercero es Adrien Rabiot.
Rabiot, el tercer eje
Con 17 años recién cumplidos en julio de 2012 Rabiot fue el primer canterano del nuevo proyecto en firmar un contrato profesional. Carlo Ancelotti lo hizo debutar en un amistoso contra el Barça (2-2) al mes siguiente. Fue la piedra fundamental en la carrera de un centrocampista de porte señorial que se obstinaba en hacer de cada jugada una innecesaria gesta. Desde la administración del club lo tacharon de caprichoso. Zlatan Ibrahimovic, la estrella, lo puso en su mirilla, tal y como recordó Ancelotti en Liderazgo Tranquilo:
—Chico, vete a casa y escribe en tu diario que hoy has entrenado con Zlatan, porque a lo mejor es la última vez que te sucede.
El choque de egos de Rabiot con Ibra forma parte de la pequeña mística conque se forjan los equipos legendarios. La historia dice que acabaron haciéndose amigos. En cierto modo, el joven cogió el testigo de líder. Hoy da gusto verle jugar. Le acompañan más franceses —Kurzawa, Aurier, Ben Arfa, Matuidi—, y más parisinos —Kimpembe y Nkunku— en un equipo que consolida identidad y estilo propios. Con un toque de samba y otro de Masia mañana se reencuentra con el modelo que imita.
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