Trump amenaza mate (y III)
En algunos colegios de Nueva York el ajedrez educativo está vacunado contra los recortes del presidente
El miedo a las consecuencias de los recortes del presidente Donald Trump que se plasmaba en los dos reportajes anteriores de esta serie no se ve en algunos colegios de gran prestigio en Nueva York. El Speyer (privado y muy caro) o el 318 de Brooklyn (público) han logrado tan buenos resultados con el ajedrez educativo que su implantación no corre peligro.
Sunil Weeramantry es un personaje de interés extraordinario. Este ceilandés de 65 años, residente en EEUU desde 1973, es el padrastro de uno de los mejores jugadores del mundo, el estadounidense Hikaru Nakamura. Pero sus ojos brillan aún más cuando habla del ajedrez educativo, del que es uno de los principales adalides en EEUU. Aunque lo desarrolla e imparte en varios estados, donde lo hace en mejores condiciones es en el Speyer, cuyos fundadores se lo pidieron cuando se fundó el colegio, en 2009.
Es la escuela que muchos padres querrían para sus hijos: 300 alumnos y 50 profesores, a uno por cada seis chavales. El ajedrez es obligatorio en Infantil y primer ciclo de Primaria (desde los dos años hasta los ocho), dos horas por semana, en horario lectivo. A finales de noviembre, durante mi visita a este centro de élite en varios sentidos, ubicado en el Upper West Side, una de las zonas más caras y tranquilas de Manhattan, pude comprobar la gran importancia que sus rectores dan al ajedrez: “Es una materia académica medular desde Infantil, con total apoyo del profesorado, que no sólo enseña pensamiento estratégico y planificación, sino también cómo trabajar por objetivos”, me explicó la directora, Bárbara Tischler.
Después de las materias básicas del primer ciclo de Primaria (Matemáticas, Lengua, Ciencias, Humanidades y Español como idioma extranjero), el ajedrez es prioritario junto a las asignaturas de Debate y Laboratorios. Weeramantry comprendió desde el principio el gran reto que ello suponía: “Al utilizar el ajedrez en horario lectivo, debe implicar a todos los alumnos, lo cual no es fácil porque algunos no están interesados en absoluto, y otros muy poco. Pero ese objetivo es esencial, porque, de lo contrario, los padres de los alumnos desmotivados llamarán a la dirección del colegio para quejarse”.
Estudiar en el Speyer cuesta, por término medio, unos 41.000 dólares al año (unos 38.600 euros). Además, hay que superar un examen de ingreso muy severo, no sólo en cuanto a un alto cociente de inteligencia, sino a otras virtudes que la dirección considera esenciales, como curiosidad, pasión por aprender y sociabilidad. Si alguien supera el examen pero no tiene recursos para pagar cuotas tan altas, el colegio tiene fondos especiales para ayudar a esas familias, que en todo caso forman una pequeña minoría.
Weeramantry tuvo claro desde el principio que la transferencia era un concepto clave: “En un colegio tan caro para casi todas las familias, la opinión de los padres tiene una influencia enorme. Para superar ese reto, nuestra filosofía es que las habilidades que desarrolla el ajedrez en muchos campos son transferibles a la vida normal y aplicables en otras asignaturas. Si no convencemos sobre eso, el ajedrez podría estar en horario extraescolar, pero nunca en el lectivo”, explica. Luego, en el segundo ciclo de Primaria (nueve a doce años), el ajedrez pasa a ser optativo (no se exige ningún nivel deportivo mínimo), tres horas por semana.
Otro objetivo primordial de Weeramantry es que los alumnos entiendan desde el primer día por qué el ajedrez es un ingrediente destacado de su educación: “Cuando enseñas ajedrez, enseñas un proceso de pensamiento; lo importante no es el contenido, sino el proceso. Los alumnos deben entender por qué el ajedrez les interesa y les beneficia; eso es parte de la obligación del maestro”. Y aunque tenga sus horas propias en el currículo, en el Speyer también han comenzado a utilizarlo como herramienta interdisciplinar: “Hace poco puse como ejemplo una posición donde se sacrifica un alfil para compararla con la guerra de Troya en una clase sobre la Grecia Antigua. En otra sobre la dinastía Ming, asocié cada pieza del tablero con uno de los elementos de esa dinastía. Cada vez utilizamos más este tipo de conexiones en el colegio, y son muy eficaces”.
Con ese nivel de satisfacción tan elevado, y recursos tan abundantes para mantenerlo, Weeramantry no ve peligro alguno de que en el Speyer exista el riesgo que expliqué en las dos anteriores entregas de esta serie: “Comparto plenamente lo que le han dicho en colegios públicos de recursos muy limitados. Todo indica que las políticas del nuevo Gobierno van a disminuir los recursos disponibles para todas aquellas herramientas pedagógicas que no se consideren imprescindibles, y eso puede dañar al ajedrez educativo. De hecho, yo trabajo en otros colegios de Florida y California donde sí podrían sufrir esas consecuencias. En el Speyer, afortunadamente, no tenemos miedo de lo que haga Trump”.
Tampoco capté ese miedo, pero por motivos muy distintos, en el colegio público 318 de Brooklyn, también conocido como Eugenio María de Hostos, famoso en todo el país por la cantidad de éxitos logrados de en los Campeonatos Escolares de Ajedrez de Estados Unidos. Son tantos los trofeos, que ocupan la mayoría de los huecos de las escaleras del edificio, además de otros rincones más elegantes. Es una de las escuelas públicas con más fama internacional de EEUU, porque inspiró el exitoso documental Brooklyn Castle y un capítulo de 43 páginas en un libro muy apreciado por los educadores: Cómo triunfan los niños, de Paul Tough. Cubre el segundo ciclo de Primaria y el primero de Secundaria con unos 1.500 alumnos; de ellos, sólo el 17% son blancos, y unos dos tercios están por debajo de lo que se considera nivel de pobreza en EEUU.
En el 318 no se utiliza el ajedrez como herramienta transversal o interdisciplinar, pero John Galvin, subdirector del centro, tiene claro que su faceta deportiva tiene aplicaciones educativas muy valiosas: “Además de los valores que transmiten otros deportes, el ajedrez enseña a pensar, y desarrolla mucho la autocrítica. Nuestros monitores, entrenadores y docentes siempre ponen especial énfasis en el análisis sosegado de las partidas que los alumnos deben hacer tras jugarlas, porque de ahí sacan muchas enseñanzas. Y, por encima de todo ello, el ajedrez da las mismas oportunidades intelectuales a todos, algo esencial en un colegio con tantos alumnos de pocos recursos económicos”.
Como la gran mayoría de los docentes estadounidenses, Galvin está preocupado por las consecuencias que el cambio en el Gobierno pueda tener en la educación en todo el país. Pero no en el caso concreto del ajedrez en su colegio, aunque no disponga, ni mucho menos, de los recursos de un colegio elitista como el Speyer: “El ajedrez forma parte de nuestra identidad como colegio. Además, las autoridades del estado de Nueva York están ya mentalizadas desde hace años en cuanto a su gran valor educativo. Confío en que eso no cambie en cuanto a la ciudad entera, y más aún si hablamos de quienes rigen la educación en Brooklyn”.
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