El Athletic frena al Atlético de Madrid
Intercambio de goles en San Mamés un partido demasiado alternativo
Temprano madrugó la madrugada, como la de Miguel Hernández, como la de las tardes escandinavas de invierno. Temprano arrimó el balón Koke al balcón intacto del área del Athletic y lo llevó a la red como un pez despistado, remolcado por un efecto endiablado. Eso que se llama centro chut, por llamarlo de algún modo, o porque es ambas cosas que suceden a la vez en la cabeza y en la bota del lanzador. Lo cierto es que el gol le daba al Atlético el partido soñado y al Athletic la peor de sus pesadillas. En tres minutos, se le había caído al Athletic el cielo gris de Bilbao, convertido en una placa de cinc que se derrumba y te pilla sin casco, sin boina. Se había cansado el Athletic de repetir que la clave estaba en que el Atlético no se adelantara en el marcador porque se cierran muy bien, porque defienden muy bien, porque son muy intensos, porque... Y a los tres minutos, el Atlético, el invencible en el nuevo San Mamés, había desarmado al Athletic con el leve mandoble de una navaja.
La herida fue profunda. Con dos balas arriba, Griezmann y Gameiro, no solo ganaba el partido sin haber roto a sudar sino que creó tal confusión en el Athletic, que con balón y sin balón transmitía el equipo de Valverde de estar siempre a merced del rival. No es que el de Simeone hiciera encaje de bolillos, pero cosía y descosía como las aventajadas modistas que trabajan mientras hablan, de memoria. Los cuatro centrocampistas se bastaban y sobraban frente a un medio campo bilbaíno que caminaba como se camina bajo la lluvia, con los hombros encogidos: te mojas igual, pero piensas que más tarde. Y eso te consuela. Esa superioridad en el marcador y la complacencia de su juego fue el peor veneno para el Atlético. Cierto que encontraron muchas grietas en la defensa del Athletic para que Gameiro y Griezmann corriesen, casi siempre con ventaja. Pero su anillo de oro solo produjo un efecto mágico fallido cuando Carrasco se acercó a los ojos de Iraizoz y lanzó desviado. Tenía mejores opciones, pero eligió la peor, la individual, la más difícil.
El Athletic trataba de ordenar la mente para, después, ordenar el juego. Lo tenía difícil con un centro de campo industrial y con Raúl Garcìa en un costado. Muniain ejercía de alfarero con los pies buscando soluciones imaginativas, pero individuales como quien busca estrellas mientras nieva. Al menos lo intentaba, con el telescopio a ras de suelo. Solo una vez tiró a gol el Athletic, desde fuera del área, por medio de Raúl Garcìa y a poco encuentra petróleo por el error de Moyà en el bloqueo. Poca cosa de ambos para tanto esfuerzo, para la suficiencia de uno y la impotencia de otro.
Y en esto llegó Lekue. La primera vez que el Athletic da tres pases, tres volantazos en el área de peligro del rival y Lekue engancha un zapatazo que sonó como un claxon enfurecido, al borde del descanso. Acostumbra el Athletic a estas resurrecciones, a estas catalepsias que le dan por muerto y de pronto se yergue como un junco sin saber como ni por qué.
Boquiabierto se quedó el Atlético que prefirió el control a la sentencia. Tan dormido se quedó con el empate que el descanso solo incrementó el tamaño de sus ojeras. A los siete minutos, el Athetic volvió a hilvanar una jugada por la derecha y el centro, magnífico, de Raúl García lo cabeceó De Marcos mientras los defensores del Atlético se miraban a la cara como dos desconocidos. Ahora las modistas que laboraban y hablaban a la vez eran los jugadores locales, que de vez en cuando se asociaban con talento mientras el Atlético cosía a máquina, con esa rutina de las cosas programadas.
Simeone movió rápido su taller. Metió a Fernando Torres para intimidar en el área y enseguida sustituyó al alimón a Carrasco y Gameiro por Correa y Gaitán. No era cosa de quedarse mirando el paisaje, el cielo plomizo de Bilbao, sino de intervenir en un medioambiente que se hacía hostil al equipo colchonero: por detrás en el marcador y con la conciencia intranquila.
Quedaba mucho partido y el Atlético se fue al abordaje. Pero, si bien mantiene el carácter (cómo si no, con Simeone en el banquillo) le cuesta más encontrar la manera de fabricar ocasiones. Insiste e insiste, pero su conversación no es siempre inteligible. Así lo entendió Griezmann que en vez de buscar paredes que se caían como papiros mojados, decidió largar un zurdazo que se coló junto al poste. Lo individual por encima de lo colectivo, lo necesario por encima de lo previsto. El carácter le llevó al Atlético a acabar el partido en el área rival, cuando el Athletic entendía el empate como un bien y no como un mal menor. Temprano madrugó la madrugada, pero la tarde se les hizo larga a ambos equipos.
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