Garbiñe Muguruza, de los músculos a la cabeza
La número siete, única superviviente en Australia, se ha sometido a un plan físico de alta exigencia para potenciar su confianza. Tras la caída de Carla Suárez, es la única española que sobrevive en Melbourne
“Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo (...). Pero, ¿por qué demonios iba a querer yo algo así?”. El monólogo, en versión abreviada, corresponde al arranque de la película Trainspotting, dirigida por Danny Boyle e inspirada en la obra del escocés Irvine Welsh. De algún modo, ese desmarque social del protagonista, la rebeldía de Renton, tiene un nexo con la visceral forma de interpretar el tenis de Garbiñe Muguruza, que ayer superó a Samantha Crawford (7-5 y 6-4, en 1h 34) y alcanzó la tercera ronda de Australia.
Desde hace dos años, en todas las entrevistas se le desliza a la tenista una palabra que a ella le hastía, porque de algún modo va contra su propia naturaleza. “¿Y si al final resulta que no soy una jugadora regular, pero gano Grand Slams?”, replica. Muguruza, 23 años, está todavía en el camino de la definición. Se desconoce hasta dónde llegará y qué será capaz de hacer, pero en el entorno profesional se intuye que puede ser algo grande. Desde su equipo se insiste en que más allá de los flashazos puntuales que ha protagonizado —final de Wimbledon, el título de Roland Garros...—, el de Garbiñe es un proyecto de largo recorrido, y no de éxito inmediato.
Así que la edificación demanda el ir piedra a piedra, paso a paso. Por etapas. El 2015 supuso la gran irrupción y el año pasado fue de aprendizaje, la transición de una tenista potencialmente muy buena a otra a la que desde fuera se le exigían ya bruscamente resultados, sobre todo desde que triunfó en París. Ahora su objetivo es adquirir el sosiego necesario sobre la pista, jugar con calma para crecer, algo que en sus dos primeros partidos en Melbourne se ha podido ver. Se le ha hecho ver que no todo se resuelve con el talento y los derechazos, y que la élite exige una capacidad de sufrimiento máxima.
Por eso, esta última pretemporada supuso una prueba de fuego para ella. Muguruza se desplazó a Los Ángeles y allí llevó a cabo un programa físico de cinco semanas muy duro. Trabajó en el gimnasio para fortalecer la espalda y sobre todo los hombros, con resultados perceptibles. Con respecto al año pasado, su musculatura está más definida y su figura es algo más liviana, porque ha perdido algo de peso al cambiar algunos hábitos alimenticios. La consecuencia es que está más fuerte y eso se traduce en un plus de confianza y en llegar mejor a la bola.
Fortaleció en Los Ángeles la espalda y sobre todo los hombros, y ha variado hábitos alimenticios
En Australia, sin ir más lejos, está jugando con dolor. Sufre una inflamación en el aductor de la pierna derecha, contratiempo que antes le hubiera hecho cortocircuitar y que hoy día está procesando con frialdad, a base de positividad, antiinflamatorios y fisioterapia. “Me he encontrado mejor y lo bueno de los Grand Slams es que tienes días para descansar, así que espero ir mejorando”, expuso tras eliminar a Crawford, una rival de pegada, con un patrón muy similar al de ella.
De hecho, en la estadounidense —palo tras palo— se podía ver a la Muguruza de no hace tanto tiempo, a esa jugadora que iba con todo, sin pensar. “Hoy se trataba de tener paciencia, de aguantar y esperar a que llegase el momento. Ella era muy agresiva y ha fallado mucho, así que tenía que esperar mi momento”, argumentaba Garbiñe. Mañana encara a Anastija Sevastova (33 de la WTA), un hueso que le fulminó en el último US Open. Una nueva oportunidad para consolidar los cimientos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.