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“Me consumía, me hacía pequeño”

El denunciante del entrenador Miguel Ángel Millán relata su historia de abusos sexuales, que se repitieron durante un año y que ahora se atreve a contar: “Quiero que sea castigado con la cárcel, pero también socialmente”

Varios deportistas entrenándose en el Centro Insular de Atletismo de Tenerife.
Varios deportistas entrenándose en el Centro Insular de Atletismo de Tenerife.Pepe Torres (EL PAÍS)

El entrenador Miguel Ángel Millán, investigado en Tenerife por un presunto delito de abusos sexuales continuados a un menor, fue ayer puesto en libertad con cargos. Pocas horas después, Eduardo, que hoy tiene 19 años y le denunció el pasado mes de junio en una comisaría de la Laguna, se decidió a hablar, a contar su historia. Una historia que describe a un técnico “carismático, culto, brillante, intenso y manipulador”, al que conoció cuando tenía 11 o 12 años y que le fue envolviendo en su mundo hasta llevarle a dormir en un hotel con él. Con el que mantuvo una relación de admiración y amistad que le costó reconocer como abusiva, y al que ahora quiere ver condenado. 

“Cuando empecé a entrenar con Miguel tendría 11 o 12 años. Mi hermano mayor había empezado antes con él y como vivía cerca de casa nos llevaba a la pista en coche”, recuerda este estudiante de 2º de Física. El grupo lo formaban una decena de atletas de élite. Al fin y al cabo Millán había llegado a Tenerife con la etiqueta de forjador de un medallista olímpico (Antonio Peñalver, plata en decatlón en Barcelona 92) y como tal se le trataba en la isla, explica el denunciante. “Pero yo no sentía tanta admiración deportiva por él como entrenador como la que sentía por todo lo demás, porque hablaba de libros, de películas, de música, de sus viajes… cuando le oyes hablar te quedas prendado”, dice.

El proceso de acercamiento del entrenador al atleta, que aún era un preadolescente, fue gradual y muy sutil. “Se empezó a fijar más en mí”, recuerda Eduardo. Todo cambió cuando Millán se fue de viaje a Marruecos. “Nos envió un correo con los entrenamientos y a la vuelta estaba muy distante conmigo. Me llegó a decir que creía que éramos amigos y que no entendía por qué no le había contestado. Me afectó un montón. Le escribí un correo y a partir de ahí la relación empezó a aumentar de una manera exponencial, cada vez hablábamos de temas más íntimos”.

Empezaron los mensajes a través de WhatsApp, en la red social Tuenti, las conversaciones cada vez más personales. Eduardo tenía 14 años. “Me insistía en que no tenía que tener reparo en hablar de todo con él”, explica. La confianza que le transmitió al chaval era tal que Eduardo se decidió a contarle que era homosexual. “Se lo conté porque pensé que, como amigo, podía entenderme y ayudarme. Fue todo todo lo contrario”, explica. Me dijo que el mundo estaba lleno de gente mala. Que no lo debía contar”.

Para el Eduardo de entonces todo esto no tenía nada de raro. Ni siquiera el hecho de que Millán tuviera más de 60 años y él no hubiera cumplido 16. Ni siquiera que le pidiera que borrara los mensajes cada noche porque nadie iba a entenderlos. “Lo veía como algo romántico. Creo que es lo más difícil de ver y entender en un proceso de abusos como este”, analiza ahora.

Un hotel de Arona

El secreto es otra constante. “No comenté nada con nadie. Me fue llevando a su terreno, me consumía, me hacía pequeño”. Tampoco los masajes. “En público nunca me llegó a tocar, ni siquiera en la sala de masaje que había en la pista”, recuerda. “Pero ahora veo que me dominaba, que no tenía control de mí mismo”.

Fue en un hotel de Arona en un viaje para una competición. Era el año 2012. Eduardo no competía pero acudió a ver a su hermano y al resto de compañeros del grupo de entrenamiento. Su madre y su hermano regresaron a casa antes y Miguel le ofreció quedarse en su habitación. Aceptó. “Se ofreció a darme un masaje. En un momento dado me di cuenta de que me tocaba. Me quedé paralizado, en shock, no podía moverme...”. Fue el primer episodio de abusos sexuales que sufrió Eduardo. Se repitió en otras tres ocasiones, siempre en competición.

Aunque nunca rechazó tajantemente a Millán, ni este ejerció violencia alguna —“conmigo no hacía falta porque me dominaba con el simple hecho de decirme que ya no éramos amigos”—, Eduardo vivió estos episodios, que se alargaron durante un año, con agobio. Empezó a faltar a los entrenamientos, a ponerse excusas hasta que dejó el atletismo. “No me veía con fuerzas ni con capacidad como para romper con la situación”. “Hasta el año pasado no me di cuenta de que todo eso no era normal”, admite ahora. Tardó años en poder verbalizarlo. Y hasta hace pocos meses no pudo construir un relato sobre lo que le había pasado. Ahora lo tiene claro: “Cuando decidí denunciar mi caso quería que Miguel fuera castigado por lo que me hizo, pero no solo con la cárcel sino también socialmente, y que no pudiera pasarle a ningún chico más. Ahora también quiero que se acabe con el silencio, que se hable de los abusos en el deporte y que se actúe”. 

Una investigación casi familiar en busca de otras víctimas

El caso de Eduardo se archivó en un primer momento, después de que la juez encargada del caso tomara declaración al denunciante y a un par de chavales del grupo de entrenamiento de Miguel Ángel Millán que dijeron no haber sufrido abusos de ningún tipo. “Me sentí muy solo. Fue muy duro”, cuenta ahora.

“No recibí ningún apoyo de la gente de la pista, de mis compañeros de entrenamiento y el club tampoco se puso en contacto conmigo”, asegura. Incluso llegó a pensar que no merecía la pena seguir adelante. Pero con ayuda de otra atleta mayor que él y de la pareja de esta, y con el apoyo de la familia se pusieron a buscar a otras posibles víctimas que, con su relato, permitieran al juez reabrir el caso.

Hasta el momento, cinco hombres que se entrenaron con Millán en diferentes épocas han aportado a la policía su testimonio, en el que aseguran que vivieron situaciones similares a las denunciadas con el entrenador murciano en Tenerife, Murcia —donde vivió el técnico hasta 1993— y Barcelona. Entre ellos está un joven de 26 años que hace tiempo que dejó el atletismo y que pide anonimato porque es muy conocido en su profesión. Conoció a Millán a través de un amigo y le convenció de que tenía cualidades para el atletismo. Decidió probar suerte y se trasladó a Tenerife. “Millán se erigió en una figura paterna”, recuerda ahora.

Su relato clava en algunas fases el de Eduardo: “Millán aprovecha huecos emocionales, en mi caso fue la situación en casa, que no era muy estable. Consiguió que no me relacionara con nadie. Te va metiendo en su mundo”, cuenta en conversación telefónica. Y añade: “Conmigo hizo todo el proceso. Usa la palabra, te lleva a su terreno, y luego empiezan los masajes, los roces, se quita ropa, cierra con llave… Era día a día, continuado”. “Una de mis noches más negras fue en una celebración en casa de Germán [el hijo mayor del entrenador]. Me quedé a dormir y se metió en mi habitación, intentó tocarme y yo me hice el dormido. Se empezó a masturbar… Ahora lo veo con perspectiva y pienso: ¿por qué no le pegué?”.

Ni siquiera lo denunció en su día y tampoco sabe explicar muy bien por qué. Ha sido la denuncia de Eduardo la que le ha hecho hablar. No es el único.

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Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.

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