“La terapia manual es un arte en vía de extinción”
El fisioterapeuta Miguel Gutiérrez, el componente más veterano de La Roja, se jubila tras 26 años y siete Mundiales con la selección de España
“Aparte de fisioterapeuta universitario me siento un artesano”, dice Miguel Gutiérrez (Bilbao, 1946). “Me gusta mucho la terapia manual. Primero porque es la comunión entre el paciente y tú. Si impones las manos y el paciente las encuentra seguras, que saben tocar, ya tienes parte de la psicología ganada. Segundo, porque con la sensación que tienes de la palpación haces un diagnóstico fisioterápico. Es decir: que lo ves. Ves el hematoma que crepita, ves la nodulación que ha hecho una microfisura, o un dolor que en vez de ser muscular es irradiado. Ahora los médicos se fían más de las ecografías que de las palpaciones. El láser y la electroterapia sustituyen a las manos. Este es un arte en vías de extinción”.
Pocas personas han tenido una relación más íntima con los mejores jugadores españoles de su tiempo. Miguel Gutiérrez cura como Jesucristo, imponiendo las manos. Pero su especialidad son las piernas. Durante 22 años ejerció de fisioterapeuta del Athletic. Desde 1990 se ocupó de los jugadores de la selección. Hizo masajes a lo largo de siete ciclos de Mundiales. Javi Martínez le llama Papá Pitufo. Era el más veterano de la expedición. Una expedición que seguirá sin él rumbo a Rusia 2018, pues se acaba de jubilar. Ahora contempla los acontecimientos de La Roja desde su querida Getxo (Bizkaia). Al teléfono desde la playa.
“Las personas somos campos magnéticos”, dice. “A los fisioterapeutas la imposición de manos nos quita tanta energía como a un futbolista un entrenamiento. Yo tengo campos magnéticos que estoy transmitiendo al campo magnético del futbolista. Mandas verdaderas radiaciones”.
El más célebre de los fisioterapeutas de la selección se inició en el oficio de la mano de su padre, encargado del cuidado de los jugadores del Indautxu. “En aquella época no había médico ni preparador físico, ni entrenador de porteros, ni segundo entrenador…”, recuerda. “Mi padre hacía de fisio, de utilero, de médico, de preparador, de masajista, de confesor, de directivo... Facturabas el equipaje, cogías las habitaciones de los hoteles, preparabas el menú de la cena… Una tortilla francesa, un filete y un consomé… Y a las dos horas no les quedaba nada en la sangre. ¡Cuando hablo con mis colegas jóvenes de estas cosas se me quedan mirando como las vacas que miran pasar el tren! El presidente del Indautxu era don Jaime Olaso. Un visionario. Decía: ‘¡Cuando lleguen los preparadores físicos irán en detrimento del buen futbolista. Porque van a correr todos y no le van a dejar jugar!’. Hoy los que viven solo del pase ya no juegan”.
"El fútbol es el único deporte en el que aparte de tener las extremidades inferiores para trasladarte las tienes que usar también para desarrollar la habilidad", determina. "Son contracciones completamente distintas en cada momento. Es el deporte más antinatural que existe. Cuando los ciclistas me dicen que un futbolista no puede hacer 22 etapas del Tour yo les respondo que no hay equipo en el mundo que pueda jugar 22 partidos seguidos. Es un esfuerzo de coordinación, habilidad, potencia, elasticidad... Tienes que tener las piernas totalmente preparadas. Y todo lo propioceptivo. Todo lo que haces con las piernas debe tener una determinación en el cerebro para que puedas hacerlo sin lesionarte".
"En el fútbol", concluye, "no hay que pensar. Hay que hacer. En décimas de segundo está el éxito, el fracaso, o la lesión. No hay meditación como en el taichí".
Miguel Gutiérrez señala que la época dorada de la selección consta de un personaje y un momento clave. “A Luis Aragonés le hicieron acoso y derribo para ver si lo echaban”, dice. “Aguantó carros y carretas. Les demostró a los jugadores que podían ser consecuentes con sus ideas. Fue un verdadero maestro y se ganó muchos adeptos. Así empezó la remontada. Y luego, el escollo más grande que hubo fue el de la derrota con Suiza en el primer partido del Mundial de 2010”.
“Ahí”, prosigue, “aparecieron líderes como Puyol, Xavi, Torres, Villa... Gente de mucha personalidad. Sin estridencias. Gente que se reunía y hacía lo que tenía que hacer. Xavi tiene una personalidad socarrona e irónica que le permitía evitar disputas y así arreglaba todo con muy buena humanidad. Ni tenía tatuajes, ni piercings, ni pelitos arreglados, pero era muy amante del fútbol. Si hubiera jugado en el Madrid en vez de en el Barça hoy estaría en los altares. La prensa trata al Madrid como a un ministerio”.
Piedra tallada
Cuando le preguntan cuál fue la farra más grande que se corrió con los jugadores rebota como un resorte: “¡Yo con los jugadores no salgo ni a heredar!”.
Si se le inquiere por el más musculoso de sus pacientes duda más: “Me ha impresionado la fortaleza de Miguel Ángel Nadal. Era como una estatua del Louvre tallada en piedra. Y la resistencia de Dani Ruiz-Bazán. Siempre tenía lesiones y nunca dejaba de jugar”.
La genealogía de los carismáticos se diluye después de Hierro y Raúl. “Ahora hay mucha igualdad”, observa. “Si hoy apareciese un líder como aquellos de los años 90 tal vez los compañeros le cogerían y le dirían: ‘Oye que aquí estamos todos igual’. Se va igualando el índice de comunicación y responsabilidad. Cada día son más profesionales. Lo que veo como un problema es que a veces los jugadores usan las redes sociales para decir cosas que tendrían que decirse en la propia casa”.
Cuando piensa en el momento más feliz de su carrera evoca la fugacidad del triunfo en la Copa del Mundo, el vértigo de Johannesburgo, el vuelo de regreso y la sensación de irrealidad. “Llegas de un campeonato mundial”, dice, “y esa misma noche aterrizas en Madrid. Te hacen el paseo y al día siguiente estás en tu casa. ¡Y en mi casa no son aficionados ni al fútbol ni al deporte! Es una desbandada tan grande que cuando se acaba dices: ‘¿Y ahora qué?”.
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