Alavés y Deportivo, empate a casi nada
Vascos y gallegos se alejan de las áreas y se reparten los puntos de la igualdad (0-0)
Hubo vestigios de fútbol en Mendizorroza, pero solo eso, vestigios, retazos, momentos. El resto, medido por el sudor, la imprecisión y el miedo, sobró. El primer vestigio necesitó 60 minutos para nacer, poco para un embarazo, muchísimo en el fútbol. Edgar recibió un pase bombeado y lo acunó con el empeine con delicadeza. Luego centró y no pasó nada, pero el tacto levantó la admiración en la grada. Había tan poquito que un átomo parecía un vendaval. Aunque el vendaval verdadero tenía nombre propio: Theo Hernández, joven lateral izquierdo francés (18 años) cedido por el Atlético y hermano de Lucas.
El muchacho parece que juega con un propulsor en la espalda que le incita permanentemente al eslalon gigante. Es tal su velocidad y potencia que frenarle es sinónimo de amonestación. No es que arrasara la banda continuamente: se dosificó lo justo para autopropulsarse a lo largo del partido. Le fata (18 años son 18 años) medir el final de la carrera para que el centro o el disparo dispongan de la calma y la visión necesarias para aparcar el balón donde desea. Pero los suyos, fueros vestigios sólidos en un partido demasiado líquido, que acabó como empezó, con los delanteros centro aburridos y enfadados, muertos por inanición.
Porque el Deportivo da la sensación de estar más construido que el Alavés, pero solo da la sensación, ese vaivén de la pelota a lo ancho que muere en la orilla del área. Controló más el partido, con Mosquera y Borges atentos a las jugadas, pero a partir de ahí nada llegaba a Andone. Como mucho le alcanzaba a Marlos pero el muchacho colombiano vive en estado de ansiedad que le lleva a desubicarse y a tomar demasiadas decisiones individuales muy lejos de sus posibilidades.
Aún así se asomó al balcón del área más el Dépor que el Alavés. Pero se asomaba con cuidado, agarrado a la barandilla para no caerse y apenas divisaba el rojo intenso del portero Pacheco. Remates mansos de Andone, de Marlos, de Borges, algún centrito de Fajr desviado. El Alavés pretendía ser más intenso tras la calma que le da Llorente. Y la intensidad provocaba algunas indecisiones en el área del Deportivo. Pero Deyverson solo apareció para recibir una tarjeta y dar algún pase atrás. Solo Theo Hernández hacía que Mendizorroza se pusiera en pie, solo él cambiaba la velocidad del partido, solo él amenazaba la paz interior del rival.
El miedo a perder prevalecía sobre el ansia de ganar. Y sin el Alavés pudo hacerlo con las incursiones de joven marsellés, el Deportivo pudo conseguirlo en un libre indirecto de Fajr que el central alavesista Laguardia desvió con la coronilla hacia el poste de Pacheco, que tuvo los reflejos necesarios para devolverlo al campo y no introducirlo en su portería como suele ocurrir cuando el balón sorprende al guardameta en una décima de segundo.
Todo era previsible. Por eso solo algo ocasional podía alterar la monotonía del partido. Cierto que el Alavés se volcó en los minutos finales, que asedió al Deportivo más con el corazón que con la cabeza o las piernas. Pero el empate sin goles fue correcto con la pulcritud de las áreas, casi intactas tras 92 minutos de juego. El Alavés sigue sin conocer la derrota —lo cual es un mérito— pero aún no ha ganado en su campo —lo cual es un demérito—. El Deportivo, se sacó media espina de la derrota ante el Athletic para evitar que se le incrustase en la garganta.
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